_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El colofón

Manuel Rivas

Hoy se inicia en Madrid el declive de la Crispación. Cascas, el gran augur griego que ingenió el caballo de Troya, fracasó en Colofón. El colofón del crispar será Madrid. Porque siendo cierto que en Madrid, por su condición de centro político, se localizan importantes factorías de crispación, no menos cierto es que en Madrid la industria que al final prevalece es la laboriosa artesanía del sentido común. En el Madrid oficial se nota la crispación, en el pueblo de Madrid cunde el hastío ante tanto crispar. La idea más nefasta ha sido el intento de azuzar al pueblo de Madrid contra otra comunidad. Convertir a Madrid en parte, colocarla en un extremo, cuando el lugar de Madrid es, en lo simbólico y lo real, lo concéntrico, el espacio del encuentro. Madrid tiene que estar preservada del espíritu de facción y especializarse, en plan gran capital federal, en desatar nudos. No hablo de una ciudad utópica habitada por millones de guardias de tráfico, dedicados a atender todas las reclamaciones menos las suyas. Tampoco es dramático que en Madrid se reúnan los manifestantes que sean para expresar su disgusto por un proyecto de Estatuto catalán que piensan, o sienten, que "rompe España", es decir, su idea de entender España. Lo anormal del acto de hoy es que quienes lo convocan gobiernan las instituciones madrileñas y aspiran a regir otra vez España. Se pretende desactivar la vía parlamentaria mientras se activa un populismo sesgado. Se desvalija el Madrid común, el Madrid que puede unir, para satisfacer una política de facción y de ficción. Porque lo que diferencia a un partido democrático de la facción es que ésta confunde los intereses de grupo con los generales y atribuye al resto, por mayoritarios que sean, la condición de sospechosos. Y ése es el eje básico de la estrategia de crispación. Mantener un estado permanente de sospecha. Hemos pasado de un modelo de transición a un modelo de crispación. Hacer oposición es diferente del crispar. La derecha ha interiorizado la idea de que lo práctico para recuperar el poder es el crispar. Así que hoy tenemos en España malos opositores, pero buenos crispadores. Dirán las enciclopedias: Fulano de Tal fue un magnífico crispador. Mantuvo el país en vilo durante una década. Declinó en Colofón.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_