_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Angela Merkel

La relevancia de la última elección de canciller en Alemania no procede de que después de treinta años se haya reeditado la gran coalición, ni mucho menos de que la CDU se haya hecho de nuevo con la Cancillería, sino de que sea una mujer la que presida el Gobierno. Es éste el verdadero acontecimiento histórico. Ya en la campaña electoral se oyeron voces que temían que el electorado considerase, no las cualidades personales o el programa de la candidata, sino, en primer término, el hecho de ser mujer.

Muchos argumentan como si viviésemos en una Europa en la que, tal como prescribe el ordenamiento jurídico, el sexo no influyese en la posición social, laboral y, sobre todo, pública de las personas, como si la discriminación de la mujer -a veces positiva, las más entorpecedora de su carrera- no fuese un factor, no sólo digno de tenerse en cuenta, sino a menudo el decisivo. Permítaseme la perogrullada de recalcar que la carrera política de Angela Merkel está marcada por el hecho determinante de ser mujer.

Llama la atención que hayan sido mujeres, en su mayoría conservadoras, las que han alcanzado la cúspide del poder: Margaret Thatcher, la turca Tansu Çiller, la canadiense Kim Campbell. La excepción, como siempre, la encontramos en los países escandinavos, donde la izquierda ha llevado a algunas mujeres a presidir el Gobierno. Uno pensaría que en la derecha la ascensión al poder debería ser más escarpada y tortuosa que en la izquierda, donde, por lo demás, ha conseguido una mayor cota de representación. En Chile, acaso en Francia, se perfilan mujeres de la izquierda que podrían llegar a la cabeza del Ejecutivo. No cabe la menor duda de que, si la mujer sigue con el actual empuje, nadie le va a regalar nada, terminará por ocupar posiciones preeminentes en todos los ámbitos sociales y políticos, hasta el día, aún lejano, en que, con la sola excepción de la Iglesia católica, para la instalación social y pública no importe en absoluto el sexo.

El que siga con alguna atención el camino recorrido por Angela Merkel en estos últimos 15 años quedará sorprendido por el tesón y la inteligencia táctica que ha puesto de manifiesto. Llega a ministra a los 36 años gracias a la discriminación positiva: después de la unificación de Alemania para completar el Gabinete, el canciller Kohl necesita una mujer, y además que sea del Este. El presidente del único Gobierno democrático de la RDA, Lothar de Maiziere, le recomienda una joven física que había sobresalido en la oficina del portavoz de ese Gobierno, y Kohl la nombra ministra de la Mujer y de la Juventud. En la siguiente legislatura, la que ya es llamada "la chica de Kohl" asciende a ministra de Medio Ambiente. La posterior carrera vertiginosa de la señora Merkel, de secretaria general a presidente de la CDU y por fin a candidata a la Cancillería, no se entiende sin la gravísima crisis que desencadena la pérdida de las elecciones en 1998 y el escándalo de las donaciones recibidas por Kohl, al igual que la de la señora Thatcher sin la honda crisis por la que pasaba el Partido Conservador. Merkel escribe en un periódico de gran difusión lo que muchos en la CDU piensan, pero que nadie se atreve a expresar en público: es preciso deshacerse de Kohl y renovar el partido. Arriesga mucho al encabezar el sector más crítico, pero sorprende aún más el que pasados unos años consiguiera reconciliarse con su antiguo jefe.

Merkel reúne todas las condiciones para no prosperar en la CDU: mujer, que por sí solo señala un tope; protestante en un partido en que dominan los católicos, divorciada, y además socializada en un país comunista. Hija de un pastor políticamente influyente, consigue estudiar física en Leipzig. Socialización y estudios señalan como el rasgo más característico de su personalidad el distanciamiento de cualquier fijación ideológica. La canciller de la gran coalición hubiera encajado en el SPD tanto como en la CDU, sin duda el mejor aval para que funcione. Pudiéramos tener una canciller Merkel por mucho años.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_