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Tribuna
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La democracia amenazada

La democracia, como cualquier otro sistema, se rige a través de un conjunto de normas, algunas explícitas y otras implícitas. Es cierto que en democracia los límites para la acción política deben ser lo más amplios posibles para dar cabida a la expresión de la pluralidad de ideas que en una sociedad pueden existir y de hecho existen. Pero que los límites deban ser muy amplios, lo más amplios posible, no puede ni debe confundirse con la inexistencia de los mismos. Una democracia sin límites para la acción política tenderá a su desintegración o hacia una degradación que la convertirá en irreconocible a los criterios de lo que es una democracia. En democracia no todo puede ni debe ser posible. Y la consecuencia inmediata de esta afirmación és que en democracia hay actuaciones y / o situaciones que son intolerables.

Estas ideas están ya asumidas por la población cuando el sistema democrático debe hacer frente a amenazas externas al sistema que persiguen su desestabilización o simplemente su eliminación. Las agresiones externas al sistema democrático, ya sean terroristas o de cualquier otro tipo, no son toleradas generalmente por los demócratas. Son acciones, la mayoría sustentadas por normas escritas, que se justifican en la defensa de la propia democracia. Esta acción proteccionista hacia el sistema democrático está tan asumida que incluso algunas actuaciones o normas dictadas para combatir a los enemigos de la democracia sobrepasan lo que en un Estado democrático de derecho nunca tendría que sobrepasarse e invade espacios de libertad de la acción política entrando claramente en contradicción con la esencia de la propia democracia.

En España hemos tenido algunos ejemplos de esos excesos, por ejemplo, en la denominada ley de partidos. Pero esta es otra cuestión que no es el objeto de mi reflexión. Lo que sí me parece relevante, y es hacia donde quiero llevar mi argumentación, es que la propia democracia debe también protegerse de determinadas acciones que desde su interior se producen y que consciente o inconscientemente tienden a debilitar al conjunto del sistema.

La vulneración sistemática de unas normas no escritas de conducta democrática por parte de actores sociales y políticos ubicados en el interior del sistema democrático amenaza no sólo la calidad democrática en España, sino el normal desarrollo de los propios mecanismos institucionales y sociales del sistema. Ante este tipo de agresiones generadas desde posiciones supuestamente democráticas, es el conjunto del sistema el que debería reaccionar y hacer cumplir los límites que nunca, bajo ningún pretexto, se deberían sobrepasar. Habría que preguntarse, por ejemplo, si es tolerable que algunos aprovechen unos espacios radiofónicos, que por cierto no dejan de ser concesiones administrativas, para erosionar -sin ahorrar ningún tipo de recursos- no sólo opciones democráticas, sino también instituciones.

Hay quien pensará que estamos ante el ejercicio de la libertad de expresión y que esta es la esencia de la democracia. Pero cuando el uso de la libertad de expresión supera la simple manifestación de opiniones para convertirse en ataques sostenidos, mentiras y falsedades, insultos sin límites, ya sea a personas, ideas o instituciones, podemos sospechar que estamos ante un aprovechamiento de los mecanismos que la democracia ofrece con fines no democráticos. Cuando de toda esa acción se desprenden tensiones sociales, campañas anónimas pero bien difundidas de enfrentamientos entre distintos colectivos y de boicoteos contra determinados territorios, cuando como mínimo podemos afirmar que se roza la creación de fobias (por ejemplo, contra lo catalán), habría que preguntarse si el propio sistema democrático tendría que impulsar mecanismos para su defensa.

Lo más preocupante es que el primer partido de la oposición en España, el PP, está inmerso en una dinámica similar a la descrita. Sabiendo que en democracia no todo vale, los populares han decidido olvidarse de esa máxima y practicar sin límites aparentes una campaña que con el único objetivo de recuperar el gobierno parece dispuesta a utilizar cualquier instrumento y cualquier argumento que les pueda ser útil. La última de esas ocurrencias es la utilización del comunicado de ETA para sus propios beneficios. Increíble por parte del que fue partido de gobierno y aspira a volverlo a ser. Increíble, pero cierto. Cuando hay alguien desde el interior del sistema democrático que da credibilidad a un grupo terrorista -como hace el PP-, cuando hay alguien que intenta sacar provecho de una actuación de ETA -como hace el PP- habría que preguntarse si el propio sistema democrático tendría que impulsar mecanismos para su defensa.

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La acción del PP y de determinados sujetos que formalmente están ubicados en el interior del sistema democrático produce náuseas a cualquier demócrata. No sólo por lo que dicen y hacen, sino por lo que alimentan. El franquismo sociológico, la cultura política que Franco cultivó, sigue con mayor o menor intensidad presente en la sociedad española. Si alguien sistemáticamente la alimenta, la misma democracia corre riesgos. A veces los enemigos de la democracia están también dentro del sistema. Y en esas circunstancias los demócratas tienen el derecho y la obligación de hacer cumplir los límites que nadie debería traspasar.

Jordi Sánchez es politólogo.

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