_
_
_
_
_
Crítica:ROCK GREENSPACE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fogonazo genial

Noche de agudizados contrastes en el novedoso certamen valenciano. Con un notable éxito popular (se agotaron las 3.000 entradas) se saldó la primera de las dos jornadas clave de una cita que apuesta por los claroscuros, la singularidad y la confluencia de lenguajes sonoros. Claro que lo que a menudo se gana en afilados matices se pierde también en consistencia. Algo de eso hubo en esa reunión all stars de la independencia patria (y también foránea) que fue el concierto de la banda madrileña Jet Lag, acompañados por numerosos artistas. Lo más curioso, contemplar la versión sui géneris del Lucha de gigantes de Antonio Vega en inédito duelo vocal entre Nacho Vegas e Iván Ferreiro. Lo más sólido, la musculatura del repertorio de los madrileños, concretada en la luminosidad de Shine On, a medias con Xoel López de Deluxe. Y lo mejor, Gary Louris en el clásico Bad Time.

Heineken Greenspace

Jet Lag & Friends, House of Diehl, Sonic Youth, Enrique Morente y Matthew Herbert. Naves de la calle Juan Verdeguer. Valencia. Viernes, 28 de octubre.

El momento lúdico y algo kitch llegaba con el colectivo neoyorquino House of Diehl, propulsor de la alta costura instantánea (confeccionar prendas de vestir sobre el escenario y ante el público) a ritmo de house. Su interés musical es anecdótico. Un ligero aperitivo para el plato fuerte del festival, unos Sonic Youth que volvieron a sentar cátedra con un concierto vibrante, anguloso y sabiamente contenido. Sin veleidades gratuitas y dominadores de un estilo intransferible, demostraron la vigencia de su discurso (piezas de su último álbum como Unmade Bed), hurgaron en el inagotable pozo sin fondo de su pasado (Schizophrenia, Mote) y apuntillaron con el chispazo eléctrico que se olfateaba en el ambiente desde muchos minutos antes: la catarsis de la apabullante Kool Thing, con Kim Gordon oficiando de imponente dominatrix. Reverencia obligada.

El contraste estilístico (que no de espíritu) llegó con el cantaor granadino Enrique Morente, acompañado de una estupenda banda con la que captar la atención del público y capear la linealidad que en ocasiones afecta las representaciones de cante jondo, al menos para los no iniciados. Su propuesta, aparentemente muy alejada de los parámetros rock, comparte con la de Sonic Youth una intensidad casi telúrica y la fidelidad a un lenguaje expresivo y a un código perfectamente delineado, del que ambos son sumos dominadores. Son clásicos de nuestro tiempo, artífices de trabajos que nunca agotan ni su capacidad de sorpresa, ni su frescura ni su ansia de experimentación. Siempre dejan una rendija abierta a lo imprevisible, y buena muestra de ello fueron los inconmensurables diez minutos que compartieron sobre el escenario. Para los neoyorquinos, nada de colonialismo cultural ni frivolidad por lo exótico. Las baquetas de Steve Shelley y las guitarras de Ranaldo, Moore y Gordon se amoldaron in crescendo al lamento racial de Morente y los suyos en un sublime fogonazo de genialidad, capaz de hacer saltar por los aires cualquier prejuicio. No hay límites cuando la pasión y el talento se dan la mano así. Perder un segundo tratando de describir la posterior sesión de Herbert a los platos puede resultar, en comparación, hasta ofensivo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_