El deporte, al margen
Ni siquiera Jesús Gil, cuando era presidente del Atlético de Madrid, se atrevió a proponer que los jugadores de su equipo, y en este caso realmente suyo, llevaran estampada en las camisetas su ideología política; todo quedó en la palabra Marbella. El señor Laporta, presidente del Barcelona, es una muestra de la locura nacionalista que nos invade al intentar utilizar el equipo que preside, por votación democrática de unos socios, para apoyar reformas estatutarias.
No sé en qué quedará todo y espero que los jugadores aporten unos gramos de cordura a la situación. ¿Alguien se cree que a Ronaldinho, por ejemplo, le importen mucho las nuevas competencias de la Generalitat? Me pregunto si el señor Laporta tendrá en cuenta el daño para la imagen del equipo que causaría esa implicación política en Cataluña y en el resto de España y me pregunto también si tendrá en cuenta que su actuación podría elevar el grado de riesgo, de entrada ya alto, de ciertos partidos como un Madrid-Barça.
Quizá sería conveniente que el señor Laporta consultara en las hemerotecas todo lo referente a la crisis de los Balcanes que tuvo uno de sus detonantes en un partido de fútbol contaminado por la política nacionalista y que sacara algunas conclusiones, si es que le queda algo de sentido común.