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Columna
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Buenos días, noche

La última película del director italiano Marco Bellocchio se titula Buenos días, noche. La frase está extraída de un poema de Emily Dickinson: "Good morning, Midnight / I'm coming Home". Buenos días, medianoche. Vuelvo a casa. Esa contradicción imaginativa entre el día abierto y la noche cerrada, entre la rabiosa luz y la más completa oscuridad es la que insinúa el filme. La luz consistente y duradera de la vida se enfrenta a la penumbra de la casa, a la oscuridad incierta del habitáculo o zulo donde permanece un Aldo Moro fatigado y perplejo, interpretado por Roberto Herlitzka.

La primera escena nos muestra a dos jóvenes, Chiara, protagonizada por Laura Sansa, y su novio. Visitan una casa amplia, soleada, que da a un patio florido y bastante concurrido, para alquilarla. En la siguiente vemos la casa a oscuras, las cortinas corridas, la luz eléctrica y artificial encendida, y tres hombres, además de Chiara, pertenecientes a las Brigadas Rojas, modificando el piso para convertirlo en "cárcel del pueblo", eufemismo que, como otros tantos acuñados en los años de plomo aquí y allá, denota una perversión ética, un deslizamiento casi imperceptible hacia el lenguaje totalitario y fascista.

No se han abierto las puertas de ese territorio de la memoria que corresponde a los humillados y ofendidos

Es el paso de la realidad luminosa a otra oscura y oculta. Desde un territorio al que asoman la sonrisa amable de las mujeres, la mirada curiosa de los hombres, una voz llamando al amigo, el Sol que se fija en una hoja, unos labios, unos ojos, unas manos, se pasa a otro, donde se percibe la sordidez de una casa cerrada, de una casa ciega, que ha negado sus ojos al mundo, que ha atrancado puertas y ventanas, de una casa muda, donde el lenguaje convencional ha sustituido a la comunicación natural. Las palabras han perdido su valor expresivo y son iconos, símbolos, mensajes anclados en el mar sin fondo de la propaganda.

Aldo Moro está preso en una cárcel dentro de otra cárcel que es la casa. Por ironía del destino, tanto el prisionero Moro como sus guardianes comparten el mismo espacio, mas no el mismo tiempo, porque el tiempo de un condenado a muerte es diferente a cualquier otro tiempo, ni comparten la misma angustia, porque el temor de Moro no es el mismo que el de sus vigilantes. Ya se sabe que las ideas nacen dulces y envejecen feroces, y a veces se llevan hombres y mujeres por delante. Pero poco a poco se produce entre el secuestrado y los secuestradores, entre Moro y Chiara una empatía, al principio disimulada o negada, y después abierta y franca. De la empatía se pasa a la piedad, ese sentimiento que ya en su día advirtió el escritor Leonardo Sciascia en su libro El caso Moro al citar la ambivalencia de los secuestradores.

No es la primera vez que el caso Moro es llevado al cine. En 1986, Gian Maria Volontè interpretó al político italiano. El secuestro quiso evitar la participación del PCI de Berlinguer en un Gobierno formado mayoritariamente por políticos pertenecientes a la Democracia Cristiana, y consiguió el efecto contrario, además de un mayor endurecimiento de las leyes penales referidas al terrorismo. Rasgos de la política italiana, cosa nostra que ellos llaman, concepto en el que se engloba la Mafia siciliana, la Camorra napolitana o calabresa, el bandidaje sardo, las Brigadas Rojas o el poder demócrata y cristiano; cosa nostra o poder considerado como inevitable y endémico, castigo del destino, algo que hay que sufrir, penar y pagar.

La película de Bellocchio es más intimista que la que interpretó Gian Maria Volontè. Se centra en la contradicción de la única mujer del grupo, en su disociación. En sueños ve a un Aldo Moro liberado; una vez despierta, se opone poco a poco al destino del prisionero, porque su conciencia está dividida y fracturada, entre un pasado imaginario que aparece, sobre todo, a través de canciones partisanas, y un presente que desliza su rotundidad en el lugar del trabajo, en el tiempo del amor. Pero no podrá evitar el desenlace: la muerte. Ella está fuera y dentro de la casa; duda y sueña. En sueños es la música de Pink Floyd la que prevalece, la de The dark side of the moon, disco publicado en España en el año 1973, música de luces y sombras, como la época. El personaje femenino está basado en el libro El prisionero, escrito por Laura Braghetto, la mujer que participó en el secuestro de Moro y que el 25 de enero de 1983 fue condenada, junto a sus compañeros, a cadena perpetua.

Lo que llama la atención en la película es ese aire de familia que adoptan los integrantes de las Brigadas Rojas. Hay escenas en las que se les ve preparando la comida (no sólo es la mujer la encargada de ello), viendo en la televisión el programa de Rafaella Carra, y es que, por muy revolucionario que se sea, hay que plegarse a lo sagrado. En ese aire tan familiar cabe la preocupación de Maccari, uno de los secuestradores, por los canarios de la casa. Fue este amante de los pájaros quien mató a Aldo Moro, porque los otros no pudieron, uno porque se puso a llorar y el otro porque se le atascó la pistola. En Italia la familia lo es lo todo, como aquí la cuadrilla. Ocupa el centro de la vida, política, moral y social, y es, además de una institución de ayuda mutua, un medio eficaz de control.

Italia lleva muchos años revisando su pasado, lo mismo que otros países, que han sufrido guerras y violencia. Miro al País Vasco y veo que no se han abierto las puertas de ese territorio de la memoria que corresponde a los humillados y ofendidos, a las víctimas, ciertamente olvidadas, abandonadas y vilipendiadas.

Una cultura que se respete y que quiera ser respetada necesita expresarse sobre los acontecimientos trágicos contemporáneos. Necesita rescatar, no sólo la memoria muda y ciega, complaciente, sino también la que produce dolor o inquietud. Necesita expresar su malestar; si no, lo llevará a cuestas siempre, como se lleva una montaña. El poema de Emily Dickinson acaba con estas palabras: "You are not so fair, Midnight/ I chose Day". No eres tan bella, medianoche. Yo elegí el día.

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