_
_
_
_
_
Reportaje:

'Castigados' sin vacaciones

Ricardo, Eduardo y Laura son tres ejemplos de personas que se ven obligadas a pasar el verano sin salir de casa

Este verano no han sufrido las retenciones de las operaciones salida ni el caos en los aeropuertos ni han padecido la plaga de medusas ni han tenido que pelear a diario por un pedacito de playa donde poder extender la toalla y clavar la sombrilla. Son los que no tienen vacaciones. El 50,6% de la población de Cataluña realizó en 2004 algún viaje turístico, con 3.344.877 viajeros. Pero la población restante no tuvo vacaciones, según de la Secretaría de Estado de Turismo y Comercio. Ricardo, Laura y Eduardo son tres ejemplos de personas que, por motivos distintos, se han quedado en Barcelona y han pasado el verano en el asfalto.

"El verano se me ha pasado como un soplo. Por no notar, no he notado ni calor". Así resume Laura Zanchetta, de 56 años, ex profesora de lengua y literatura, su experiencia estival obligada en la ciudad. Laura necesitaba urgentemente un transplante de riñón, que llevaba años esperando.

Laura ha dejado la diálisis; Eduardo está sin trabajo y a Ricardo no le apetece moverse

El pasado 29 de junio recibió la llamada con la que tanto había soñado: debía acudir al hospital Clínic de inmediato porque había llegado un riñón para ella. "Estaba contentísima pero, por otro lado, tenía muchísimo miedo", asegura. Tras pasar un mes en el hospital, Laura dejó atrás el calvario de la diálisis, fístulas e injertos que había padecido durante muchos años. Ahora se concentra en su recuperación, pero siempre tiene un rato para salir a tomarse "una cervecita" con sus amigas en una terraza del barrio de Sarrià, donde vive. Laura no se lamenta de haberse tenido que quedar en Barcelona este verano, sino todo lo contrario: "La experiencia de volver a hacer pis como las personas normales ha hecho que éste haya sido un verano precioso". El que viene lo quiere pasar en Travettore di Rosa, un pueblecito cerca de Venecia, donde parte de su familia paterna vive en lo que fue una antigua sedería, hoy monumento nacional. Divorciada y sin hijos, Laura afirma ser feliz: "Vuelvo a tener la vida por delante. Ha sido un milagro".

Ricardo de la Fuente, un granadino de 92 años que se afincó en Barcelona poco antes de estallar la Guerra Civil, acude cada tarde al casal Pati Llimona, en el distrito de Ciutat Vella, para distraerse, conversar con sus amigos del barrio y, si se tercia, "echar una partidita". Ricardo perdió a su esposa a los 65 años, a la que confiesa echar de menos "ahora más que nunca", y hace cerca de 10 que pasa el verano en Barcelona. "Ya no me apetece moverme mucho, sólo quiero tranquilidad", asegura.

Con cariño y nostalgia, Ricardo recuerda las vacaciones que pasaba en compañía de su mujer y de su hija en Mallorca, en Canarias o en la Costa Brava: "Íbamos cargados con una tienda de campaña que pesaba 12 kilos, cuando todavía no existían los cámpings. Nadábamos, nos hartábamos de pan blanco y visitábamos a los amigos, que siempre te sacaban la botellita de licor". Ricardo, que ejerció de pulidor de platería hasta su jubilación, está convencido de que la calidad de vida en Barcelona ha empeorado. "Hay demasiada gente y ya no conoces a nadie. Eres un extraño". El granadino vive con su hija y dice pasar unas 17 horas en la cama, donde le sobra tiempo para soñar. "Si el cuerpo me lo permitiera, me iría de vacaciones a Cuba", asegura convencido. De la isla caribeña le atraen las playas, los bailes y las mujeres. Aunque Ricardo admite que ya no tiene "cuerpo" para ellas, sí que todavía le gusta "vigilar el panorama".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Eduardo Mompart, electricista de 35 años, también se ha visto obligado a pasar el verano en la ciudad. A finales de junio le caducó el contrato de obra y, sin perspectiva laboral a la vista, se inscribió en las listas del paro. Ha estado buscando trabajo a lo largo de julio y agosto, pero no ha encontrado nada, sólo "alguna sustitución típica del verano", que por ser tan insignificante no le interesa. Sin embargo, ha aprovechado el periodo estival para desarrollar uno de sus hobbies: la interpretación. Eduardo, que se declara seguidor del actor Javier Bardem, actúa como figurante en los rodajes de El Perfume -donde recibe 380 euros por cuatro días de trabajo- y Salvador, filme en el que ha conseguido un primer plano, relata con orgullo. Eduardo comparte el alquiler de un piso en Gràcia con un amigo y afirma que Barcelona, en verano, "se puede disfrutar, porque hay poca gente".

Por hallarse en situación de precariedad económica, este año no ha podido irse de vacaciones al valle de Aran, su lugar predilecto. Nunca le han gustado los lugares masificados. Si pudiera permitirse el lujo de viajar al extranjero, Eduardo asegura que Escocia sería su principal objetivo. "Parece un lugar tan virgen y tan precioso", señala. El verano en Barcelona no le ha resultado difícil de llevar. Aunque afirma que no se ha podido "desmadrar mucho", ha podido disfrutar de las fiestas de su barrio. Además, se ha vuelto un adicto a los chats, que rastrea por las noches: "Conoces a personas interesantes, pero tienes que ir con mucho cuidado. Hay gente que está muy loca", remacha Eduardo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_