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Reportaje:FUERA DE RUTA

Tormenta de ceniza en el volcán

Ascenso hasta el cráter del Bromo, el gigante de Indonesia

Son las 3.30 de la mañana y hace un frío desproporcionado para el trópico. Una nube negra tapa la noche, de la que sólo escapa un matojo de estrellas. La actividad en la que ha entrado el volcán desde hace una semana nos impide acercarnos a él a pie, de modo que un jeep espera para subir hasta una montaña próxima desde la que contemplar el amanecer. Un mallorquín, Jordi, un joven japonés y otro australiano me acompañan.

Bromo se encuentra situado al este de Java, dentro del denominado Bromo-Tengger-Semeru National Park. Su proximidad a Bali y Yogjakarta, así como su fácil acceso y su espeluznante espectacularidad lo convierten en el volcán más visitado por los turistas. Ningún otro estado del mundo guarda en su subsuelo tantas bombas vivas de lava. De los cerca de 300 cráteres repartidos entre las 13.000 islas que forman el país, más de la mitad están activos, lo que supone el 13% de la actividad vulcanológica mundial. La culpa la tienen las placas tectónicas indo-australiana y euroasiática, que se topan a lo largo del territorio indonesio. La prueba más evidente de su devastadora omnipotencia son las 175.000 personas que han muerto sepultadas bajo el lodo y la lava en los últimos 200 años.

Nuestro hotel se encuentra a escasos 15 kilómetros del volcán. Una taza de café bien caliente y unas tostadas nos sacan del sueño. Al salir a la puerta, el hedor a azufre nos revuelve el estómago. Polvo y ceniza cubren los alrededores como si se tratara de una estación de esquí pintada de gris; Dios ha vaciado el cenicero.

"Bromo es un dios benefactor. Sus cenizas fertilizan los cultivos y cuando no está en erupción, como ahora, atrae hasta aquí a cientos de turistas. El verdadero destructor es Semeru, el volcán que veis a sus espaldas", nos dice el conductor del jeep desde la cima del mirador. Los primeros guiños de sol se ocultan tras el nubarrón espeso que sale del volcán. Junto a Bromo, de 2.350 metros de altura, otros dos monstruos cónicos, el Batok (2.470) y el Kursi (2.600) dormitan. Detrás de ellos, a 3.670 metros de altitud, se alza el gran Semeru, el volcán más alto de Java. En 1982 su erupción enterró a 300 personas bajo la lava.

Un extraño ronroneo

La nube de humo ha podido con el sol, el amanecer coloreado que presagiábamos ha quedado reducido a un insulso despertar. Por unas rupias más el conductor accede a llevarnos hasta la falda del volcán: queremos sentir el ronroneo de sus tripas y las vaharadas que escupe a borbotones. Al descender observamos el manto de monocromía gris que ha cubierto los campos, pero que otorga a estas tierras, aparentemente desoladas, el sustento para que de ellas broten con vigorosidad cebollas, acelgas y los codiciados chiles.

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Frente a frente con Bromo. El viento sopla con tanta fuerza que desata tormentas racheadas de ceniza. Apenas se ve a más de veinte metros. Las pisadas se quedan marcadas en la arena como las de un astronauta en la luna. El aire es seco y sulfurado. Todo está sepultado bajo un espeso silencio.

La cortina de niebla se abre y un templo hindú tan vacío e inquietante como el paisaje se muestra a nuestros ojos. Los habitantes de estas tierras, de la etnia tenggerese, son de las pocas comunidades javanesas que continúan practicando el hinduísmo, en un país en el que cerca del 90% de la población es musulmana. Sobre estas latitudes, al hombre no le queda más que encomendarse a los dioses de las montañas como Bromo pues en cualquier momento la naturaleza se desborda y arrasa con la vida. No es más que una coyuntura, porque la destrucción es siempre la semilla de una nueva existencia, por eso los tenggereses celebran cada diciembre, en el mes del Kasodo, la ceremonia con la que desde tiempo inmemorial rinden pleitesía al volcán. Vestidos con sus mejores galas peregrinan hasta su cráter para entregarle, entre mantras y deseos implorados, los tributos que han de pagar a cambio de su protección. Ya no se sacrifican criaturas humanas como antaño pero sí algún búfalo de agua, símbolo de prosperidad y fecundidad, así como omnipresente tractor de los campos indonesios.

Nos gustaría ascender hasta el cráter pero parece demasiado peligroso. La escalera por la que se sube está a escasos metros de la boca de humo. El viento sopla con intensidad y un cambio en su dirección nos situaría fatalmente dentro del aliento del volcán. De pronto, y como si se tratase de una alucinación, la cortina de humo se entreabre de nuevo y surgen al galope cuatro figuras arropadas por mantas y pasamontañas. Parecen los jinetes del apocalipsis pero pronto descubrimos que no son más que indígenas que se ganan la vida subiendo a los turistas hasta el cráter del volcán. Aunque insisten en que no corremos peligro nadie se atreve a subir. Nadie excepto el japonés, nuestro compañero mudo, que se monta a la grupa de uno de los caballos y sin decir nada enfila camino del cráter. Es el impulso que necesitábamos, el hijo del sol naciente nos servirá de conejillo de indias: él será el primero en testar la toxicidad de los gases que expele el volcán.

Cuanto más arriba, más complicado resulta respirar. Nos detenemos para recuperar el aliento y sonarnos las narices para vaciarlas de polvo. A pesar de estar ya sobre las paredes del cráter sólo se escucha un intermitente burbujeo, como si alguien hubiese puesto un cazo de agua a hervir. Cuando enfilamos los últimos 30 metros las dudas nos asaltan. Mi compañero Jordi se encarga de recordarme inoportunamente la explosión del volcán Krakatoa en 1883, la mayor registrada en la historia. Seis mil personas perdieron la vida.

El japonés ha coronado la cima a lomos del cuadrúpedo y saluda victorioso. Se exige un último esfuerzo. Cada uno de nosotros mira al frente concentrado y se olvida de la fatalidad: queremos ver qué esconden las fauces de Bromo. Al llegar al cuello la vista es estremecedora. De un pequeño agujero surge una fuente de lava a borbotones pero por más que intenta salir a la superficie muere convertida en humo negro y carbonizado. La respiración se hace imposible, si cambian las coordenadas del viento estaremos en peligro. Nos abrazamos exultantes. Hemos tardado en subir casi una hora, y un minuto allá arriba es suficiente recompensa.

Una excursión por las tierras volcánicas que rodean el activo Bromo, en el parque nacional Bromo-Tengger-Semeru, en la isla de Java.
Una excursión por las tierras volcánicas que rodean el activo Bromo, en el parque nacional Bromo-Tengger-Semeru, en la isla de Java.PHILIP LEE HARVEY

GUÍA PRÁCTICA

DocumentaciónPasaporte con validez para seis meses. El visado turístico, para estancias de 30 días, se puede obtener en el aeropuerto de entrada (25 dólares). Embajada de Indonesia: 914 13 02 94.Cómo viajarSingapore Airlines, Thai, Malaysia Airlines, Catai Pacific, KLM, Lufthansa, Air France, Quantas y British Airways ofrecen vuelos con escala a Java y Bali. El precio oscila entre 750 y 1.000 euros, más tasas, en clase turista y dependiendo de la temporada (en agencias). La mayorista indonesia Catur (www.viajebali.com) organiza circuitos por Java, Bali y otras islas en los que también incluyen la excursión al volcán Bromo. En España se comercializan a través de la agencia de viajes madrileña Oceanus Travel (Fernández de los Ríos, 91; 915 43 48 01), que también vende billetes de avión sueltos. Catai Tours (www.catai.es y en agencias) organiza un viaje de 11 días a Singapur, Java y Bali que cuesta desde 1.410 euros, con vuelos, alojamiento y excursiones.Excursiones en JavaAdemás del volcán Bromo, la isla indonesia de Java ofrece como atractivos turísticos la ciudad de Yogyakarta, capital cultural de la isla, con el Kratón o palacio del sultán y la posibilidad de asistir a espectáculos de danza tradicional y de Wayang Kulit (teatro de sombras); los templos hinduistas de Dieng y Prambanán y, por encima de todo, Borobudur, el mayor templo budista que existe, construido en el siglo IX por la dinastía Sailendra.

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