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Columna
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En casa

Rosa Montero

Margarita tiene 53 años y vive en Madrid. Es menuda, ligera. Tiene un hijo de treinta años y casi dos metros de estatura que padece un trastorno límite de personalidad, con una minusvalía del 65%. "No hay colegios para niños así, no hay centros, no hay nada", dice Margarita. "De manera que desde los catorce años lo tengo en casa". No creo que haya una expresión más profunda y desoladora del horror que ese lo tengo en casa. Significa que Margarita se vio obligada a dejar su trabajo en un herbolario para poder cuidar a su hijo; y que, como no tenía medios para mantenerse, tuvo que irse a vivir con el padre del niño, de quien se había separado. Y ahí siguen, en su pequeño infierno.

El hijo ha intentado suicidarse varias veces y desde chico se ha obsesionado por cantantes y actores, a los que persigue y luego amenaza cuando ve que no le hacen caso, "aunque nunca hizo nada violento porque hasta ahora no ha sido nada agresivo, es más, siempre fue un chaval estupendo". Hace cinco años conoció a una joven en un bar y también comenzó a acosarla. Le denunciaron y pasó quince días en la cárcel "porque los jueces no tomaron en consideración su estado". En esas dos semanas intentó suicidarse tres veces. El chico está sin medicar ("dicen que no hay tratamiento") y completamente abandonado por el sistema: "No tenemos ninguna ayuda y en los hospitales no admiten a estos enfermos. Tampoco en los psiquiátricos. Algunas noches mi hijo se sentía tan mal que se fue por sí mismo al Alonso Vega, y le pusieron en la calle". El sistema, sin embargo, recoge a los mendigos contra su voluntad y los mete en albergues. Pero estos chicos, claro, no molestan a la sociedad porque están en casa, en un abismo doméstico del que sólo se habla cuando alguno mata a su madre (o la madre le mata a él). Olvidado en su agujero de dolor, el joven ha empezado a beber y ahora es agresivo. En los últimos diez días ha intentado atacar a Margarita tres veces. Ella y otros padres como ella piden centros de día que apoyen a sus hijos; y que, cuando tengan una crisis suicida o agresiva, les internen en un hospital un par de semanas "como a cualquier enfermo". Nuestra rica sociedad tiene estos pozos de desamparo tan indecentes.

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