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Columna
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Estrella

Manuel Vicent

Tumbado boca arriba en la playa esta noche plácida de verano pienso que la suprema armonía de las estrellas preside la desgarrada violencia de la humanidad y el azar de nuestra existencia. Desear equivale a desiderar. Un deseo es una pregunta que se dirige a los astros siderales que gobiernan nuestros sueños. Recuerdo ahora el verso de Leopardi: vaghe stelle dell'Orsa. Sé muy bien que una de esas vagas estrellas sin nombre me pertenece. La he adoptado desde mi juventud como guía; a ella dirijo mis plegarias si se tuerce el rumbo de mi vida, a ella le doy las gracias cuando soy feliz. Puede que haya desparecido hace miles de años y que su luz sólo sea un grano de sal que brilla de noche sin nada que la sustente, pero mientras no se apague, espero seguir navegando con el viento a favor travesías todavía muy azules hasta el día en que me parta el corazón la daga del Gran Pirata. Tumbado en la playa en medio de la oscuridad he tomado un puñado de arena. Imagino que cada grano también es un astro, de forma que mi mano contiene todo el universo. Después he dejado que la arena se deslice entre los dedos y al final en el puño sólo me ha quedado un pequeño canto rodado. De niño, yo le hablaba a una piedra como ésta, que me acompañaba a todas partes. Era azul con una veta blanca y a ella le confiaba mis deseos mientras la calentaba con la mano para cargarla de energía. Puede que haya cierta armonía en la violencia. Detrás de su impasible serenidad, las estrellas se devoran entre ellas con sus fauces de fuego hasta precipitarse en un agujero negro. También este canto rodado debe su suavidad a millones de embates que el mar ha desarrollado sobre él hasta dejarlo pulido y delicado al tacto. Tal vez esa estrella sin nombre, que he adoptado, sufrió una explosión y desapareció del universo desintegrada en la nada, pero su luz parpadea esta noche en mi frente y a ella le dirijo mis deseos. Quiero que el día en que llegue el dolor, su huella me deje suave como esta piedra que tengo en la mano; que el desamor se convierta en una sonrisa placentera; que los sueños que no logré alcanzar se diluyan en el agua azul. No creo que dé para más una noche de verano. Ahora la brisa trae un bolero desde un lejano baile de playa y mientras allí unos adolescentes temblarán de pasión al besarse por primera vez , aquí una pareja de amantes habla, habla en la oscuridad con palabras ya gastadas. Cerca de la orilla hay gente asando sardinas. Vaghe stelle dell'Orsa. Esa estrella que ya no existe es la que amo y aún me pertenece.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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