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Columna
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De nuevo el capitalismo

Próximas las elecciones en Renania Westfalia, el mayor land de la República Federal, feudo tradicional de la socialdemocracia, donde esta vez las encuestas no le son nada favorables, el presidente del SPD, Franz Müntefering, ha sorprendido al país con la denuncia de un capitalismo egoísta que antepone la maximalización de los beneficios a cualquier principio moral o político, llegando incluso a compararlo con "una plaga de langostas". Mientras que el ministro de Economía, Wolfgang Clement, apela al "patriotismo" de las grandes empresas para que inviertan en Alemania y no allí donde esperan mayores beneficios, para intentar asegurarse el triunfo electoral cabía esperar todo, menos que se volviera a abrir el debate sobre el capitalismo.

No hace aún dos años, el entonces secretario general del SPD, Olaf Scholz, proponía suprimir del vocabulario del partido el concepto de socialismo como alternativa al capitalismo, y de hecho, el dilema capitalismo-socialismo ha desaparecido del acervo ideológico de todos los partidos socialdemócratas europeos. El capitalismo ha pasado a llamarse "economía de mercado", expresión definitiva de la racionalidad económica que no permitiría, ni siquiera, imaginar una alternativa. En los dos últimos decenios se ha eliminado del vocabulario político el doblete capitalismo-socialismo, arrastrando consigo otros conceptos, como el de "clase" y, sobre todo, el de "lucha de clases".

Para salvar al canciller Schröder se ha considerado imprescindible sacar del arcón el concepto de capitalismo, aunque ello implique renegar de la política que ha llevado a cabo en estos seis años de gobierno. El presidente del SPD está convencido de que sólo cabe movilizar a los viejos compañeros, y con ellos, al electorado obrero, recuperando el dilema de capitalismo-socialismo. Cuando se deteriora el bienestar que había alcanzado la mayor parte de la población, mientras que los beneficios empresariales crecen de manera exponencial, en buena parte gracias a la destrucción de puestos de trabajo y rebaja de los salarios, sin duda la respuesta adecuada a una economía globalizada que a su vez conlleva un aumento de la desigualdad, tanto entre los países ricos y pobres, como entre las clases sociales en el interior de los primeros, en fin, cuando el tema que más se ha discutido en Alemania este último año es el de los sueldos, gratificaciones y contratos blindados de los ejecutivos, se comprende que un partido de izquierda recurra a las viejas nociones de capitalismo, socialismo y lucha de clases.

Nadie duda de que esta vuelta a las raíces ideológicas es pura táctica dirigida a ganar las elecciones en Renania Westfalia, y sobre todo las generales en octubre de 2006. Tampoco a nadie se le oculta que en las condiciones que imponen, por un lado, la Unión Europea y, por otro, la globalización, la vuelta al discurso socialista quedará muy pronto en agua de borrajas. Pero no deja de ser significativo, aunque a estas alturas la gente no se deja engañar tan fácilmente, el que haya que volver al antiguo discurso para que un partido que se dice de izquierda pueda sostenerse en el Gobierno.

Si la coalición rojiverde ganó en 2002 por los pelos con la promesa de que en ningún caso, por grande que fuera la dependencia de Estados Unidos, se apoyaría la guerra de Irak, ahora se trata de salir del foso recurriendo a la ideología con la que siguen identificándose muchos, dentro y fuera del partido. Si se gana las elecciones, luego ya se verá cómo se sale del embrollo. Sostenerse en el poder, o en su caso, llegar a él, es la única meta que cohesiona a los partidos. Durante decenios se ha pensado que este objetivo se consigue únicamente colocándose en el centro; los dos grandes partidos que se alternan en el poder se habían declarado interclasistas que buscan el voto en todos los sectores sociales. El capitalismo sin controles de la economía globalizada ha llevado a una mayor polarización social, con lo que el centro va dejando de ser punto de convergencia. Así como la derecha es defensora acérrima de sus intereses, es decir, cada vez más radical e insolidaria, a la izquierda no le queda otro remedio que desprenderse del centro a la búsqueda de una identidad nueva.

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