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Un icono de la modernidad

Bibendum, el optimista muñeco de Michelin, forma parte de nuestra memoria. Es la identificación gráfica del progreso técnico, de la aventura, de la velocidad. Su orondo cuerpo lo hemos visto en vallas, revistas, mapas y guías. Una exposición en Valencia lo muestra en todo su esplendor.

El espíritu moderno emergía en el tránsito del siglo XIX al XX como un fenómeno eminentemente urbano, ligado a nuevas formas de producción y de reproducción; a nuevas formas de circulación en todos los sentidos, físicos y metafóricos. Incluso Marx y Engels expresaron la conmoción social, estética y moral que tal transformación implicaba cuando escribieron en su Manifiesto comunista: "Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas envejecen antes de cuajar".

Efectivamente, a rebufo de la revolución industrial, el capitalismo se expandía alentando el consumo y la movilidad social. La técnica cambiaba el mundo y la reproductibilidad, como muy bien entendió Walter Benjamin, ponía "en el lugar de un acontecimiento único una serie cuantitava de acontecimientos". Además, permitiendo a la reproducción ir al encuentro del receptor en su particular situación, "actualizaba lo reproducido", en un procedimiento sin fin estrechamente ligado al protagonismo creciente de las masas en la sociedad.

Más de 100 años después, aquel vendaval ha hecho cuajar su propia historia, en un precipitado cultural sólo hasta cierto punto similar al de las tradiciones antiguas que lo moderno había venido a desbaratar. Y pocas cosas hay más representativas de esa evolución, por su conjunción de industria, técnica, publicidad, consumo de masas y penetración popular, que un icono de la modernidad como el muñeco de Michelin, el Bibendum, como se conoce al orondo emblema de una firma ligada al automóvil y a la velocidad.

Explica la especialista en diseño Raquel Pelta que en un estudio sobre reconocimiento espontáneo de marcas, realizado a inicios de los años noventa, "la marca Michelin se clasificó en el tercer puesto mundial y Bibendum fue el personaje publicitario más célebre después de los logos de Coca-Cola y de McDonald's". Confirma ese apunte que se trata, sin duda, de una de las referencias de la iconografía moderna más conocidas y también más venerables, ya que irrumpió muy pronto en la escena publicitaria, en 1898, con la que se considera la primera campaña de difusión masiva, pero pervivió y creció a lo largo de la centuria, lo que justifica que haya sido objeto de atención, inspiración, utilización y análisis, así como que ahora protagonice una exposición.

El Museu Valenciá de la Il·lustració i la Modernitat (Muvim), un centro que proyecta con fuerza en los últimos tiempos su estímulo cultural desde Valencia, dedica, bajo el título Nunc est Bibendum. Un mito gráfico desde 1898, una muestra a la evolución gráfica de la singular criatura neumática creada en los albores de la modernización. Comisariada por Carlos Pérez y Juan de San Román, la exposición (que después viajará a Sevilla, Madrid, Gijón, Barcelona y Valladolid) incluye un centenar de obras, carteles, películas, fotografías, objetos diversos, guías para automovilistas y la maqueta y los planos de la Bibendum House de Londres, en un repaso al diseño gráfico de un siglo por el que desfilan O'Galop, Roger Broders, René Vincent, Georges Bourin, A. Renault, Albert Philibert, Fabien Fabiano, Francisque Poulbot, Stanley-Charles Roowles o Raymond Savignac. Un conjunto de artistas, en definitiva, que justifican la apreciación de Thierry Devynck, conservador de la Bibliothèque de Forney, en París, en el sentido de que por Michelin pasó toda una escuela del arte del cartel decorativo y moderno, aunque a veces sus directivos no acabaran de apreciar las inquietudes y el estilo de esos febriles creadores.

Todo comenzó en una industria del caucho de la ciudad francesa de Clermont-Ferrand, una fábrica que dos hermanos levantaron de lo que parecía una decadencia irreversible con el testarudo entusiamo emprendedor de quienes profesaban una fe en la técnica tan inquebrantable como llena de espíritu aventurero. Según la versión que cuenta Olivier Darmon en El gran siglo de Bibendum (Hoëbeke, París, 1997), los hermanos Édouard y André Michelin visitaron en 1894 la Exposición Universal y Colonial de Lyón, donde el responsable del pabellón Michelin, "buscando una presentación original, levantó dos enormes pilas de neumáticos para adornar la entrada" y Édouard comentó: "Si tuviera brazos, parecería un muñeco". Poco después, André recibió la visita del dibujante publicitario O'Galop (seudónimo de Marius Rossillon) cargado de bocetos y propuestas. Una caricatura que había elaborado sin éxito para una cervecería de Múnich llamó su atención. Estaba protagonizada por una especie de Gambrino, rey al que la leyenda atribuye la invención de la cerveza. Su corpulenta silueta ocupaba el centro del dibujo mientras exclamaba: "Nunc est bibendum" ("Ahora hay que beber"), frase que el dibujante había sacado de una oda de Horacio.

André, empeñado en una cruzada para hacer entender que el futuro de la automoción pasaba por las ruedas provistas de neumáticos desmontables, se acordó de una fórmula que había utilizado ante una reunión de ingenieros civiles para defender su producto: "El neumático se traga el obstáculo". La combinación del personaje que levanta el vaso de cerveza, las pilas de neumáticos del pabellón de Lyón, el comentario de su hermano y su obsesiva batalla contra las ruedas rígidas dieron origen a un icono que evolucionaría con el nuevo siglo que se avecinaba.

La primera imagen de Bibendum, pues, era deudora de su origen ecléctico, de la asociación de ideas que la había hecho nacer. En una escena que recordaba poderosamente los grabados religiosos de la Última Cena presentes en numerosos hogares de la época, una colosal criatura antropomórfica construida con neumáticos alzaba una copa llena de clavos y cascos de botellas con la que se disponía a aplacar su sed ante la mirada impotente de unos acompañantes endebles y desinflados que evocaban, sin demasiado disimulo, a los competidores de Dunlop o Continental.

Bibendum adquirió pronto, de la mano de O'Galop -artista de la bohemia de Montmartre que colaboraba en revistas humorísticas-, un carácter bromista y extravertido, un poco fanfarrón. El aspecto técnico de los productos, las carreras automovilísticas, la imitación de personajes históricos y las alusiones al contexto político centraron pronto las apariciones gráficas del Bibendum, en lo que se convertiría en un fecundo filón publicitario de la nueva industria de la producción en serie. El muñeco de Michelin, que modificaría con el paso del tiempo su aspecto rudo del principio para volverse más afable y simpático, colecciona a estas alturas una galería de actitudes gráficas casi inagotable, bien sea caracterizado de romano, de cocinero, de marinero, de Papa Noel, de gondolero, de torero, de bombero, de domador, de comediante y hasta de cowboy; o bien sea embarcado en un yate, montado en bicicleta o en automóvil, fumando un puro o disfrazado de general.

Desde su incontenible irrupción en el mercado hasta su actual configuración, Bibendum se ha ganado un prestigio universal. Como señala Raquel Pelta: "Bibendum forma parte de la memoria colectiva de todas las generaciones crecidas y nacidas en el siglo XX -algunas de las cuales vivirán durante buena parte del siglo XXI- y se ha incorporado a nuestra cultura de lo cotidiano hasta el punto de que el nombre de la marca es un término lingüístico que sirve para designar aquellos cúmulos de grasa corporal no deseados, por evidente identificación con las ampulosas y mullidas formas de Bibendum".

Pero no es ésa su única dimensión. Asegura Carlos Pérez, comisario de la exposición, que "Bibendum dejaba el mundo de la propaganda reiterativa, de absoluta finalidad comercial, para entrar en el de la publicidad moderna que, como el arte de vanguardia, pretendía tener una presencia real en la vida cotidiana". Dejando atrás el art nouveau, el muñeco neumático apuntaba a la estética naciente de la era de la máquina, con aquel espíritu moderno que, según Fernand Léger, convertiría las calles en un espectáculo de creciente intensidad.

Las afinidades de Bibendum con las vanguardias hallan, en opinión de Pérez, una contundente confirmación en la edición checa de 1930 del libro de Illia Ehrenburg 10 HP. Publicado en una Praga en efervescencia creativa, las ilustraciones de Adolf Hoffmeister para aquel volumen llamaban la atención por el dibujo de "una calle de París dominada por las exageradas dimensiones de un colosal Bibendum de Michelin que, poderoso -aunque no agresivo-, afirmaba su liderazgo ante importantes competidores como el diario Le Quotidien, las pinturas Ripolin, el aperitivo Dubonnet o el jabón Cadum, al tiempo que el humo de su cigarro se confundía con el que desprendían las chimeneas de los edificios".

En opinión de este experto en la cultura gráfica de la modernidad, "Bibendum parecía estar destinado a ser algo más que un logotipo o una simple mascota comercial", un poco a la manera de aquel "hijo mecánico, fruto de la libre voluntad, síntesis de todas las leyes", o aquel "hombre mecánico de partes cambiables" que los futuristas propugnaron.

Un "futurista temporal" como el español Ramón Gómez de la Serna, sin embargo, sí que hizo esa conexión. En su libro Gollerías, publicado por la valenciana editorial Sempere en 1926, un periodista le pregunta a Gómez de la Serna qué quiere ser. Y él responde: "Yo, neumático Michelin". Ante la estupefacción del reportero, argumenta: "¿Es que no ha visto usted esos anuncios que consagran al Michelin como un neumático feliz, orondo, sin puñalada trapera que sufrir, nalgado por todos los sitios y fumándose un gran puro siempre? Todo asegura que el Michelin es un superviviente eterno y que camina sin cansarse por todo el mundo, todas sus heridas se cicatrizan y todos sus gestos están llenos del orgullo duradero".

La historiadora del arte Patricia Molins recuerda en un texto del catálogo de la exposición que Marcel Duchamp "solía fotografiarse con un puro humeante como el muñeco neumático", lo que según ella constata la buena relación del Bibendum con el dadaísmo y otros movimientos artísticos de la vanguardia más experimental.

De una manera u otra, esa especie de autómata de ficción forma parte del relato de la moderna cultura popular, y la figura del Bibendum, que uno puede asociar con facilidad a las siluetas blancas de los astronautas que en 1969 asombraron al mundo con sus torpes movimientos ingrávidos sobre la superficie de la Luna, ha conquistado como ninguna otra la condición de un icono para todos los públicos en la epopeya gráfica de la modernidad.

La exposición 'Nunc est Bibendum. Un mito gráfico desde 1898 a 1965' se inaugura el próximo 14 de abril en el Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat (Muvim), en Valencia.

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