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Reportaje:

Maremoto en el paraíso del surf

Los habitantes del sur de Nias acusan al Gobierno local de quedarse con parte de las primeras ayudas que se recibieron

El temido maremoto llegó al sur de la isla indonesia de Nias tras el terremoto del lunes y fue más devastador que el de diciembre. La ola gigante arrasó Sorake, el paraíso en la tierra de los surfistas, según las guías de viajes, y acabó con la vida de 115 personas. "Soy de California. Estoy acostumbrado a los terremotos, pero nunca he visto nada como esto", dice Thimoty Jones, uno de los 10 turistas evacuados tras permanecer cinco días aislados y sin comida.

Los habitantes de Sorake y sus alrededores esperan desesperados la llegada de ayuda internacional y acusan al Gobierno local de quedarse con parte de los primeros 2.000 kilos de arroz que el sábado llegaron en un barco del Ejército indonesio. En la playa no queda ni un alma. La línea de bungalós cercanos al mar ha quedado reducida a escombros. Algunos tejados con forma de pagoda yacen en el suelo. Tan sólo algún cartel ofreciendo excursiones, buceo y alojamiento recuerda lo que fue este lugar hasta hace una semana.

En las poblaciones cercanas, los habitantes explican que muchos turistas se salvaron porque marzo no es un buen mes para el surf. Ellos no han corrido tanta suerte. "Temí por mi vida. Si no hubiéramos corrido, nos habría alcanzado. Ahora nos hemos quedado sin nada. Las tuberías están rotas, los arrozales inundados de agua del mar, no hay electricidad y los pozos están contaminados. No tenemos qué comer", asegura Siduhu Wau, profesor de turismo en el instituto de Botohilitano. Cree que "el maremoto es el aviso de que el fin del mundo está próximo".

Este profesor de 35 años no entiende por qué la ONU no ha acudido aún a ayudarles y también denuncia que las autoridades locales se han quedado con parte del cargamento de arroz que llegó cinco días después del terremoto.

Junto al barco de ayuda del Ejército indonesio, anclado a pocos kilómetros de Teluk Dalam, la capital de la región, un grupo se lamenta de la escasez de la ayuda: un kilo por familia y no ha dado para todos. Erikson, soldado de la Marina indonesia, explica que volverán con más comida. La escasez ha provocado una subida desorbitada de los precios. El kilo de arroz, que hace cinco días costaba 30 céntimos de euro, ahora alcanza el euro y medio, cantidad impagable por esta población que vive de la agricultura y que apenas accede a los beneficios del turismo del surf.

A falta de arroz, la mayoría se alimenta con plátanos. Un pescador muestra lo que queda de su bote, empotrado contra un tronco a unos cien metros de la orilla. "Vendía pescado en el mercado, he llegado a vender 50 kilos al día, ¿qué voy a hacer ahora?", se pregunta Muhardi. "El Gobierno está tardando mucho en reaccionar. En el otro maremoto también se quedaron con comida. Si alguien quiere ayudarnos, que nos lo dé a nosotros, el Gobierno es corrupto", dice Aslirio Gea, la dueña de una escuela cercana.

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"El problema es que toda la ayuda ha llegado al norte", se defiende S. Samfan, portavoz del Gobierno en la zona. "Pero la que ha llegado la hemos distribuido, excepto en los pueblos a los que el estado de las carreteras nos impide llegar", añade.

A la falta comida y de agua se suma el pánico colectivo. En Teluk Dalam, la gran ciudad del sur de Nias, la multitud echa a correr despavorida en busca de un lugar elevado en cuanto la tierra empieza a temblar -una media de cuatro veces al día-. Por las noches, los vecinos se reúnen en las zonas más altas a la luz de las velas. En casa de Howaris Yagoto duerme una veintena. Las llaves de sus motocicletas se quedan puestas para huir en medio de la noche al menor temblor. Bajo un cobertizo cantan salmos y leen la Biblia (Nias es de mayoría cristiana, a diferencia del resto del país, musulmán). Rezan para que el suelo deje de moverse bajo sus pies y para que el Gobierno les ayude. Ayer, las oraciones estuvieron también dedicadas al Papa.

Un hombre observa los destrozos en su vivienda ayer en las cercanías de Banda Aceh.
Un hombre observa los destrozos en su vivienda ayer en las cercanías de Banda Aceh.REUTERS

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