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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una noche perfecta para el pez ciervo

Marcos Ordóñez

Uno. La temporada pasada, Lluïsa Cunillé nos sirvió una soberbia novela coral, casi una Colmena (con espíritu incluido) en miniatura, Barcelona mapa de sombras. Ahora, en el Lliure, nos ha entregado un relato casi perfecto, y el "casi" está en el título, un título que parece dictado por Perry Mason, un título, digámoslo claro, como para irse a hacer puñetas: Occisió. Puestos a buscar alternativas, a mí me vino a la cabeza aquel Últimas noches de un invierno húmedo de Juan Benet, de no ser porque el ingeniero lo vio primero, y porque la historia de la Cunillé transcurre en agosto (un agosto hosco e invernal, eso sí, un agosto de "frío al rostro"), aunque la atmósfera opresiva y el ritmo de gusano horadante son muy similares, y también la estrategia: un misterio que avanza a pequeños pasos, como una corneja en un baldío, hasta que retumba un trueno y el relámpago ilumina todo, y el ave de mal agüero levanta el vuelo.

A propósito de Occisió, de Lluïsa Cunillé, en el Teatre Lliure de Barcelona

La acción transcurre en un pequeño hotel de montaña, a final de temporada, a lo largo de siete noches. Una mujer ha llegado para pasar dos semanas de vacaciones. Durante la primera, los huéspedes se han ido marchando hasta dejarla sola. El domingo en que comienza el relato, la dueña le ruega que se traslade a un hotel vecino porque ha decidido cerrar. La mujer se niega: está bien allí, reservó con mucha antelación y no quiere irse. La dueña no lo comprende. Ni nosotros tampoco porque, según los datos que van llegando, el hotel parece una versión provincial del Overlook de El resplandor. La televisión no funciona, la piscina está vacía, en la despensa apenas queda nada. Por no tener, el hotel no tiene ni fantasmas. ¿O sí? ¿O es el viento? Hay un viento terrible, un viento creciente, un viento capaz de volver loco a cualquiera. Dos mujeres solas, un hotel vacío, mucho viento.

Dos. Volvamos al título, porque tiene su busilis. Es apestoso, de acuerdo, pero está ahí por algo. En el teatro de Lluïsa Cunillé todo tiene un peso, un sentido, una alquimia. Todos los elementos están calculados al milímetro, y el título no va a ser menos. Don Julio Casares define "occisió" como "muerte violenta". Ese título, pues, forma parte de la estrategia: alguien (o algo) va a morir violentamente. La atmósfera es benetiana, pero el asunto central no anda muy lejos de la señora Highsmith. Durante seis noches asistimos a otras tantas conversaciones entre las dos solitarias. Siempre al anochecer, a la hora del lobo. ¿Hay un lobo ahí fuera? ¿O ha entrado ya, y ronda por los pasillos desiertos? Decir conversaciones es decir mucho. Hay un duelo hecho de breves y calculadísimas estocadas que parecen lanzadas al desgaire; hay una lucha por el territorio. Ninguna de las dos se va, y eso es lo que quizá ninguna de las dos entiende. La dueña no entiende por qué no se va la mujer, y la mujer no entiende por qué la dueña no se fue, por qué sigue sola, encerrada en ese hotel que se cae a pedazos. La gran habilidad, el gran talento de Lluïsa Cunillé, radica en sembrar esa pregunta capital en nuestras cabezas; en que, más allá de ese conflicto en apariencia minúsculo, hagamos crecer la vida anterior de esas dos mujeres a partir de lo poco que dicen y, por supuesto, de todo lo que no dicen, sin que por ello deje de avanzar la acción dramática. Hay, pues, un doble viaje del espectador: hacia el pasado y hacia el futuro. La estrategia del viaje hacia el futuro, hacia la conclusión del drama, es el suspense: cuándo, cómo y por qué se cumplirá la occisión prometida por el título. Hay una escopeta, perteneciente a un padre cazador; una escopeta que no se ha disparado en mucho tiempo. La preceptiva indica que cuando una escopeta aparece en escena no tardará en utilizarse. Hay una rueda misteriosamente pinchada. Puede que la haya pinchado la dueña, por venganza. O la mujer, para no irse. O alguien, cualquiera, sin más motivo que el de modificar la insoportable inmutabilidad de la cosa.

Tres. La séptima noche, cuando el viento parece haber enloquecido, llega un visitante del espacio exterior. De un cuento de Salinger, por ejemplo. Un muchacho que ha atropellado a un ciervo, un ciervo que se resiste a morir, un ciervo al que hay que liquidar cuanto antes. Llega, digámoslo así, el hermano montaraz de Seymour Glass, el pobre Seymour de Un día perfecto para el pez plátano. Y hay un giro feroz en la acción y en la estrategia. En un instante, el pasado y el futuro quedan abolidos. Sólo hay presente, un presente aullante, en el que todo, la vida y la muerte, va a jugarse en cuestión de minutos. La tensión, hasta entonces solapada, cambia y gira como la dirección del viento. Ahora el viento está dentro del hotel, el viento del dolor químicamente puro, y nosotros somos el ciervo, deslumbrado por los faros, el instante previo a la colisión fatal, un instante angustiosamente eternizado. Dolor y miedo, mucho miedo. Pocas veces he visto a un público tan acojonado, y ustedes perdonen, en un teatro, y me incluyo. Pocas veces he visto una escena tan terrible, tan terrorífica, como la de la clienta. Tan bien medida, tan bien interpretada. Ya es hora de decir que los intérpretes de Occisió son Lina Lambert, Mia Esteve y Jordi Collet. Espléndidos actores, sin un pero, y espléndida dirección de Lourdes Barba, que ya levantó la colmena de Barcelona mapa de sombras. Espléndida la escenografía, mínima y perfecta, de Max Glaenzel y Estel Cristià, y la precisa y preciosa iluminación de María Doménech, y la inquietante, atmosférica banda sonora que ha creado el propio Jordi Collet. Occisió, un relato claro y turbulento como un lago de montaña. La especialidad de Lluïsa Cunillé, tantas veces acusada de hermética.

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