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Reportaje:RUTAS URBANAS

París, mundos en miniatura

Los pasajes cubiertos, una ruta de locales fascinantes y secretos

El París de la primera mitad del siglo XIX, capital del mundo civilizado, no tenía desde luego un Disneyland, ni asomaba aún la silueta de la Torre Eiffel. No le faltaban, sin embargo, recursos con los que asombrar, divertir y sacar los cuartos a sus huéspedes. Hacia 1850, la gran novedad en materia de sofisticación y consumo urbano podía encontrarse, al alcance de todos, en los pasajes cubiertos: las tripas del París elegante, el último grito en mundanidad.

Una Guía ilustrada de París de esa época hablaba así de la nueva atracción: "Estos pasajes, reciente invención del lujo industrial, son galerías de techo de cristal y muros de mármol que atraviesan manzanas enteras de casas. A ambos lados se alinean las tiendas más elegantes, de forma que acaban por conformar una ciudad, un mundo en miniatura". En los pasajes se hicieron las primeras pruebas de iluminación pública mediante gas y se pudieron ver las primeras fotografías de la historia; abiertos día y noche, a ellos daban las salidas traseras de los teatros de bulevar, frecuentadas a determinadas horas por los hombres de confianza de algún rico protector encargados de recoger a alguna corista. Los pasajes fascinaban a Balzac, que veía en su profusión de mercancías "el gran poema de los escaparates cantando sus estrofas de mil colores". Para Baudelaire tenían algo de zoco y de gran bazar, y mil veces los recorrió durante sus solitarios paseos.

A finales del siglo XIX pasaron de moda: el París elegante se volvió hacia Saint-Germain, y los pasajes se volvieron lugares oscuros y de mala nota. Conservaban en su decadencia un atractivo ambiguo y misterioso que encantó a Breton y los surrealistas. Y Walter Benjamin les dedicó su ambiciosísima obra inacabada, ese mítico Libro de los pasajes que Akal acaba de publicar en castellano.

Muchos de ellos siguen en pie, más o menos restaurados, y empalmando uno con otro es posible recorrer bajo la piel de la ciudad kilómetros enteros. A medida que se adentra uno en ellos se tiene la sensación de penetrar más y más en la atmósfera de un París anterior a la despersonalización urbana: con sus tiendecillas insólitas, sus hotelitos discretos y esos gatos algo pedantes que sólo pueden verse en algunas garitas de porteras parisienses, ya en vías de extinción, con aire de estar rumiando a Sartre o a Merleau-Ponty.

La Galerie Vivienne fue la más lujosa de su época y aún es hoy la más flamante. Tiene sus entradas cerca de la Place des Victoires, epicentro de tiendas de ultimísima moda, y en ella se ha instalado el modista Jean Paul Gaultier. Estucos pintados, grandes arañas, fuentes en las esquinas: es el ejemplo perfecto del refinamiento que llegó a alcanzar este subgénero arquitectónico. Es, también hay que decirlo, la más insípida, por higienizada, de todas las que pueden recorrerse.

A medida que se avanza hacia Montmartre, los pasajes se hacen menos ampulosos. Cerca de la Vivienne se abre el Passage des Panoramas, mucho más modesto, pero igualmente laberíntico. En él hicieron furor, durante el siglo XIX, los "salones de panoramas", donde sofisticados mecanismos ópticos permitían "viajar a los cinco continentes sin salir de París", según la publicidad de la época. Frente a la salida de artistas del Théâtre des Variétés, que no parece haber cambiado desde hace cien años, está aún el mítico cafetín L'Arbre à Cannelle, donde la aristocracia parisiense del II Imperio tenía a bien, a veces, acudir a encanallarse un rato. Y ahí siguen sus estucos ennegrecidos por dos siglos de tabaco malo fumado por aprendices de conspiradores, coristas, mantenidas, demi-mondaines y sus correspondientes rendidos admiradores.

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Justo a continuación, el Passage Jouffroy despliega todos los lujos baratos y coloridos que deslumbraron a la pequeña burguesía parisiense del XIX: ahí sigue el maravilloso Museo Grévin de cera, verdaderamente imprescindible, con su Gabinete Fantástico, su delicioso Palacio de los Milagros de espejos infinitos y sus truculentas reconstrucciones de crímenes célebres y excesos de la Revolución. Y tiendas de todo tipo y condición: La Tour des Délices exhibe pasteles verdaderamente rocambolescos, el Palais Oriental parece recién trasplantado de una calle de El Cairo o Estambul, con sus maniquíes delirantes, y la sofisticadísima Thomas Boog se especializa sólo en las conchas y corales más raros. Y también, claro, el hotel Chopin: dudoso pero encantador, con su busto del compositor lleno de polvo sobre la pianola que ocupa casi por completo la recepción.

Estantes polvorientos

El Passage Jouffroy desemboca a su vez en otro aún más sabroso: el Verdeau, donde realmente el tiempo se hace sólido hasta casi detenerse. Aquí, en la librería Roland Buret, especializada en libros infantiles antiguos, se pierde la noción de las horas que se pasan husmeando entre sus estantes polvorientos: los Tintines de los años cuarenta, los libros de Fantomas, de Salgari y de Verne, con maravillosos grabados; los álbumes de cromos pulcramente pegados en los que quedó para siempre el hueco del más difícil de encontrar. Photo-Verdeau vende antigüedades fotográficas y aparatos de colección, y la Maison Gaillard tiene fama por sus grabados de viajeros decimonónicos y fotografías anónimas de los primeros tiempos.

Al salir de nuevo a la superficie, al final del pasaje, cuesta un tiempo volver a adaptarse al siglo XXI, y habrá quien quisiera prolongar todavía un poco la estancia en el pasado. En ese caso, lo mejor es acercarse al que tal vez sea uno de los restaurantes más hermosos de París: Chartier, en la calle del Faubourg Montmartre. Es, desde luego, el lugar perfecto para terminar un paseo de época. Su comedor inmenso conserva en perfecto estado el mobiliario y la decoración de hace cien años: lámparas, estucos, sillas tonet y hasta tocador de señoras. Fue un restaurante muy en la línea del lujo barato y accesible que promovieron los pasajes, y aún hoy es un establecimiento popular donde se come de menú a precios razonables. Es recomendable llegar temprano, hacia las siete y media de la tarde, cuando cena su legión de camareros, antes del aluvión de clientes. Se diría entonces que pronto terminará la función en los teatros cercanos y entrarán hambrientas las parejas endomingadas, comentando el último éxito de Offenbach o de Sarah Bernhard...

Interior de la elegante galería comercial Vivienne de París.
Interior de la elegante galería comercial Vivienne de París.DANIEL MORDZINSKI

GUÍA PRÁCTICA

Visitas

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Galerie Vivienne.

Calles Petits-Champs, Banque y Vivienne.-

Passage des Panoramas.

Boulevard y Rue Montmartre.-

Pasage Jouffroy.

Boulevard Montmartre y calle Grange Batelière.-

Pasage Verdeau.

Calles Grange Batelière y Faubourg Montmartre.-

Restaurant Chartier

(1 47 70 86 29y www.restaurant-chartier.com).Rue du Faubourg Montmartre, 7.-

www.passagesetgaleries.org.

Información-

Oficina de turismo de París

(www.parisinfo.com).-

Maison de la France en España

(807 117 181; www.franceguide.com).

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