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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Voces amargas

Aunque a Sándor Márai (1900-1989) se le podría calibrar como un escritor más bien previsible -debido a sus estructuras narrativas, que apenas varían, y su predilección por los largos monólogos-, cada nueva novela suya es una sorpresa que actualiza la devoción por su obra. Ésta es la quinta novela que publica Salamandra desde que, en 1999, recuperó El último encuentro, y a ellas hay que añadir el libro de memorias Confesiones de un burgués, editado en 2004. No son pocos seis libros en cinco años. Esta premiosa regulación de Sándor Márai, cuya obra resulta imprescindible para un conocimiento cabal del periodo de entreguerras, junto a la obra de Stefan Zweig, Joseph Roth o Arthur Schnitzler, con quienes comparte el derrumbado mundo del imperio austrohúngaro, se está revelando, sin duda, una de las propuestas más acertadas de los últimos años.

LA MUJER JUSTA

Sándor Márai

Traducción de Agnes Csomos

Salamandra. Barcelona, 2005

415 páginas. 16,90 euros

La mujer justa, que tuvo una primera edición parcial, adquiere su forma definitiva en 1949, cuando el escritor incluyó la tercera parte. Entonces ya había abandonado Hungría, a la que nunca volvió. No es su novela más hermosa, pero sí la más ambiciosa y amarga, por tanto la más lúcida, la que abarca más frontalmente la calamidad de la vida burguesa, donde mejor expresa la desintegración de su orden moral y de sus privilegios, y la emergencia de otro mundo, que ya no será habitable, pues en ese nuevo mundo "la belleza será un insulto y el talento, una provocación", según la patética proclama de Lázár, el descreído personaje escritor, tal vez trasunto del propio Márai, implicado pasivamente en el memorial de secretos y miserias de los tres protagonistas -la mujer infeliz, pese a su lujoso matrimonio; el juicioso y educado marido, consciente de la falsedad de su clase; y la criada, con su anhelo de huir de la pobreza-, cuyos monólogos sucesivos conforman un sutilísimo discurso que engloba el fracaso del matrimonio burgués, el fracaso del carácter y el fracaso de la aspiración a la felicidad.

Cualquier sinopsis de una

novela de Márai parece proponer el melodrama o un argumento tan artificial y endeble que se podría sospechar que, detrás de ese esbozo, no puede haber una profunda y minuciosa reflexión, nunca compasiva, sobre la soledad humana.

Sin embargo Sándor Márai

se apoya en ese marco de novela sentimental para acceder a lo único seguro, los hechos, a sabiendas de que la mirada modifica la realidad. "Todas nuestras explicaciones de los acontecimientos están viciadas por un irremediable halo literario". En La mujer justa este esquema es aún más evidente, pues las tres voces surgen de una conversación trivial -las primeras en un café, y la tercera en un hotelucho de Roma-, a manera de confesión apresurada que, instada por la curiosidad del interlocutor mudo, se presentan como una confidencia apropiada a la personalidad del oyente, de donde cabe recelar de la veracidad del narrador, o al menos de la objetividad de su experiencia. Con deslumbrante tensión narrativa -más significativa aún en un autor de prosa reflexiva, con escasa acción y peripecia-, después del primer diálogo, que acaso originalmente fue una nouvelle, Márai desmonta, en la segunda y tercera parte, cualquier presunción de certidumbre; lo que parecía misterioso se revela vulgar, y consecuentemente los afables sentimientos, la mística del honor, la dignidad y la pasión que tiempo atrás les hicieron sentirse vivos, ahora exhalan, como un tóxico, su irreparable falsedad en la narración con la que cada uno construye la epopeya de su decepción.

Y la decepción aquí es un proceso lento, que implica tanto a la austera burguesía como a la emergente y jocosa clase trabajadora. "Al final, todas las cosas encuentran su propia forma, incluso las sublevaciones. Todo acaba cayendo en los tópicos de la vida".

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