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Tribuna
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El otro socavón

El incidente en el barrio del Carmel ha demostrado la existencia de comportamientos extraños e imprevisibles del subsuelo barcelonés. Como me decía una de las personas que con más dedicación política ha estado gestionando la situación creada por el socavón, es como si en el interior de ese túnel una bestia se estuviera engullendo la tierra con una voracidad y unos hábitos no previstos en los protocolos de ese tipo de crisis. La metáfora no deja de tener una cierta belleza plástica a pesar que la situación no da para expresar mucha belleza. En cualquier caso, lo que me interesa resaltar es que en esta crisis no sólo la tierra se ha comportado de manera imprevisible, sino que otros elementos han tenido comportamientos no previsibles o si se prefiere poco acordes con los protocolos al uso. El socavón del Carmel ha puesto a prueba, y de qué manera, al joven Gobierno de Maragall. Y en ese particular maratón que el Ejecutivo catalán vive desde el pasado 27 de enero es evidente que ha habido situaciones y actitudes muy distintas ante tanta adversidad. Lamentablemente, en más de una ocasión se ha evidenciado que el propio Gobierno de Maragall era víctima de otro socavón.

Es evidente que el Gobierno de Maragall tiene su particular socavón en la crisis del Carmel: la débil solidaridad interna

Han pasado ya 25 días desde el inicio de la crisis, y si alguna cosa está clara a estas alturas es que si en el Ejecutivo catalán alguien ha estado en su lugar, este ha sido el consejero Joaquim Nadal. Como titular del Departamento de Obras Públicas, la oposición le está exigiendo su dimisión. Probablemente esta oposición (CiU y el PP) deba pedir la dimisión del titular de turno del departamento directamente afectado simplemente porque toca, porque está escrito en algún guión. Es decir, estamos ante una petición de oficio. Pero más allá de esa petición de oficio creo que nadie, ni los afectados ni la propia oposición, puede sostener con argumentos sólidos e incontestables que esa dimisión es exigible por motivos de incompetencia, indiferencia, incapacidad o irresponsabilidad personal del consejero Nadal. Este consejero es quien ha gestionado una crisis día a día, noche a noche, en un guión en el que la imprevisibilidad de los acontecimientos del día siguiente ha sido la tónica general. La paradoja hace que este mismo consejero sea el que deba depurar las responsabilidades, tanto técnicas como políticas, por más dolorosas que éstas puedan ser. Es decir, Nadal no sólo habrá pasado por el calvario de la crisis geológica de la montaña del Carmel, sino que ahora deberá pasar por el calvario de la crisis política. A estas alturas de la crisis es evidente que Nadal deberá -como él mismo anunció- depurar responsabilidades. Como político de altos vuelos, Nadal sabe desde hace muchos días, probablemente los mismos que la oposición supo que pediría su dimisión, que a él le tocaría depurar responsabilidades políticas. Y probablemente lo que más le cueste sea señalar con el dedo a alguno de sus colaboradores con los que ha vivido este calvario codo con codo. Es evidente que la oposición ha gestionado el tiempo a su gusto en las demandas de dimisiones. También lo es que el consejero está gestionando su propio tiempo. El único matiz es que los acontecimientos de la última semana han fortalecido la estrategia de la oposición y han debilitado la de Nadal.

La voracidad informativa de la última semana le ha jugado una mala pasada a Nadal. Éste debe ser muy cuidadoso con la gestión del tiempo ya que los márgenes de movimientos y decisiones en el escenario actual se han estrechado hasta el punto de llegar a ser asfixiantes para él. Lo peor que le podría ocurrir a Nadal es no tener nada relevante que contar que la prensa no haya publicado ya. Eso podría convertir su intervención parlamentaria en poco más que en un repaso de la hemeroteca, y en consecuencia su autoridad política podría verse gravemente dañada. En cualquier caso, nadie podrá reprochar a Nadal que el tempo de gestión política de la crisis decidida por él mismo ha perjudicado la gestión técnica y la atención social y personal a los afectados por la crisis.

Pero si Joaquim Nadal se puede considerar la cara positiva en la gestión de la crisis, es evidente que este Gobierno ha tenido su cruz, su particular socavón. El primero es la débil solidaridad interna con la que el Gobierno ha hecho frente a esta crisis. Hay quien con discreción ha estado en su sitio haciendo los deberes, pero la sensación es que ante el anuncio de mal tiempo más de uno, más de dos y más de tres decidieron no salir de su departamento para no mojarse, a pesar de que en la calle había uno de los suyos aguantando todo un chaparrón sin paraguas ni chubasquero y en algún momento diríase que con indumentaria harto escasa. No se trata de hacer listas, cada uno las puede hacer y seguro que en el interior del Gobierno las evidencias sobran. El problema es que esas actitudes dejan heridas entre los consejeros que pueden tardar en cicatrizar y que en el futuro pueden pasar factura. El segundo socavón gubernamentl es el débil liderazgo presidencial evidenciado en toda esta crisis. No se trata de cuántas instantáneas y declaraciones ha protagonizado Pasqual Maragall, sino de las ausencias. Ausencia de momentos concretos, de imágenes precisas, de palabras oportunas que de existir hubieran realzado la función presidencial, ayudado al consejero Nadal y, sobre todo, reconfortado a los afectados. En resumen, hay que desear que también para este socavón los técnicos encuentren solución.

Jordi Sánchez es profesor de Ciencia Política.

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