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Crítica:ÓPERA | 'Lohengrin'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Conmovedora Waltraud Meier

Con las representaciones de Lohengrin, el Teatro Real concluye su recorrido después de la reapertura por todas las óperas y dramas escénicos principales de Richard Wagner, es decir, los situados entre El holandés errante y Parsifal. El balance no está nada mal. Cuatro títulos han sido dirigidos por Daniel Barenboim y Parsifal supuso el punto más brillante de García Navarro en el Real. En cuanto a las estéticas elegidas, todas han sido alemanas: Kupfer, Grüber, Decker, Friedrich. Diferentes, por supuesto. Después de la de Decker para El anillo... ésta de Friedrich para Lohengrin es un retroceso. Ha envejecido, y de qué manera.

Decía Waltraud Meier en unas declaraciones publicadas ayer en este periódico que la ópera, la gran ópera, no se puede medir con criterios de realidad: es algo más elevado. Su actuación del miércoles vino a corroborar sus palabras. Fue, sencilla y llanamente, excepcional. Se situó, en efecto, en otra dimensión de todo lo demás. En el primer acto, solamente su presencia (cantando muy poco) fue el centro de la escena. En el segundo (cantando mucho) dio una lección de sabiduría teatral. En cada frase, en cada acento, en cada gesto, en cada postura, en cada insinuación. Su dramatismo fue estremecedor y la capacidad de envolver al espectador, definiendo su personaje desde la complejidad, resultó deslumbrante. Meier representa a la perfección, en papeles como el de Ortrud, la esencia del canto en la ópera, con toda la emoción imaginable al servicio de iluminar los conflictos humanos.

Lohengrin

Ópera romántica de Richard Wagner. Con Peter Seiffert, Petra Maria Schnitzer, Waltraud Meier, Hans-Joachim Ketelsen, Kwangchul Youn y Detlef Roth. Director musical: Jesús López Cobos. Producción de la Deutsche Oper de Berlín, 1990. Dirección de escena original: Götz Friedrich, realizada por Gerlinde Pelkowski. Escenografía y figurines: Peter Sykora. Teatro Real, Madrid, 16 de febrero de 2005.

El reparto vocal fue, en cualquier caso, de primer nivel, desde el tenor Peter Seiffert, en el personaje que da título a la obra, hasta el último de los secundarios, si en esta ópera se pueden llamar así. También los coros, el de la Sinfónica de Madrid y el de la Comunidad, tuvieron más flexibilidad que en otras ocasiones: un buen indicio en el debú oficial como director en este cometido de Jordi Casas.

López Cobos firmó un buen trabajo. No a la altura de Barenboim o García Navarro en Wagner, pero sí bastante superior al de Peter Schneider en El anillo del Nibelungo (sería ésta una obra muy apropiada para el maestro zamorano, por su capacidad descriptiva). La retirada del cortinaje de los palcos -aparte del cambio de estética del teatro- facilita una acústica más directa y, si se quiere, agresiva. Los defectos se notan más. Y las virtudes, claro. La bellísima obertura estuvo a ras de tierra, sin ese lado etéreo a que invita el comienzo de esta historia romántica. También el preludio del tercer acto fue un poco ramplón, y excesivo de volumen el final del primer acto, con la orquesta tapando a los cantantes. El resto fue magnífico, con un conseguido equilibrio entre foso y escena, y un sentido de la construcción y el detalle matizados al milímetro. La orquesta tuvo una actuación más que notable, con alguna intervención solista memorable, como la del clarinetista en el segundo acto.

La puesta en escena fue quizá lo menos estimulante de la representación. Antigua, que dirían los más generosos, prehistórica, los más críticos. Con banderolas, lanzas y, en fin, una asfixiante sensación de estatismo. A destacar, en todo caso, el final del segundo acto con una imagen congelada que muestra las dudas de Elsa ante la estrategia de la maldad de Ortrud y, tal vez, el comienzo de esa misma escena en el momento en que Friedrich -Götz, el director de escena- imita los cielos de Friedrich (Caspar David, el pintor romántico).

Romanticismo: seguramente fue eso lo que más se echó de menos. Salvo en el caso de

Waltraud Meier. Ahí está la diferencia. El romanticismo lleva a la pasión y la pasión a la ópera. La cantante alemana Waltraud Meier es la imagen de la pasión. Y también la de la ópera en estado puro.

Petra Maria Schnitzer y Peter Seiffert
Petra Maria Schnitzer y Peter SeiffertJAVIER DEL REAL
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