_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Muertes de manual

La muerte de 18 personas en un albergue de la comarca de Els Ports, en Castellón, es una más entre las que cada año se producen en todo el mundo; sobre todo en el tercer mundo. En España, pese a que todos nos felicitamos por los tremendos avances de progreso de las últimas décadas, se siguen produciendo desgraciadamente accidentes de este tipo. Parece que en las escuelas, en los medios de información y en las tertulias no se llega a usar de toda esa información quizá porque no se entiende del todo pero que debiera ser materia de a una educación para la seguridad y la supervivencia.

En realidad se producen muertes por procesos respiratorios causadas por situaciones que se confunden pero que tienen un origen bien diferente. No es lo mismo el accidente que culmina con la muerte por asfixia que la que tiene lugar cuando se produce una intoxicación. La primera se produce por ahogo, falta de oxígeno y la segunda tiene lugar cuando existe un envenenamiento por la inhalación de gas venenoso. Se podría decir que se trata de muertes "populares" en el sentido de que suelen producirse entre las personas más modestas; no son frecuentes en quienes viven en un entorno de infraestructuras domésticas y urbanas confortables, pero sí y sobre todo, en el campo o en viviendas de personas de recursos escasos.

El incidente que antiguamente se llamaba "muerte de inspector" corresponde con un proceso de asfixia y es desgraciadamente todavía muy frecuente, especialmente en las bodegas de concepción antigua (bajo tierra) y en pozos en donde abunda la materia orgánica. Se produce cuando el anhídrido carbónico CO2, que es un gas no tóxico que exhalamos al respirar los seres vivos y que también se produce en las combustiones bien aireadas, se acumula en las partes más profundas de los pozos o cavidades subterráneas. El CO2 es 1,5 veces más denso que el aire y lo desplaza cuando no hay ventilación; en las bodegas donde el vino se fermenta ese gas es resultado de la propia fermentación de los mostos y por eso es tan abundante. Cuando alguien penetra en un hoyo que lo contiene, sentirá fatiga al principio sin saber por qué y luego desmayo, lo que provocará la muerte si no es inmediatamente rescatado del recinto. La alarma ante un accidente de un trabajador suele, con demasiada frecuencia, provocar la solidaridad de compañeros que, si no están bien informados, caerán en la misma trampa a veces con fatales -doble muerte- consecuencias. También en la medicina antigua se llamaba a este accidente "muerte del ayudante". Se trata de caso de asfixia pero no de intoxicación porque el anhídrido carbónico no tiene toxicidad significativa.

También resulta fatal la asfixia que produce el escape de gases combustibles que inundan algún recinto habitado desplazando al aire. El metano, uno de los componentes más abundantes del gas natural, tiene una densidad casi la mitad que el aire, por lo que los recintos sin ventilación en las partes altas pueden acumularlo si existen escapes de gas y garantizarse la seguridad con la instalación de rejillas en las partes altas de los recintos. El butano y propano de uso doméstico e industrial tienen ambos densidad mayor que el aire y para evitar su acumulación y desplazamiento del aire deben usarse rejillas de ventilación en las proximidades del suelo. Como ni metano, ni butano, ni propano son significativamente tóxicos su posible peligro reside en la posibilidad de desplazar al aire y producir asfixia. Resultan además inodoros, por lo que los escapes no se detectarían a no ser por las substancias -marcadores- que en las plantas de suministro modernas se les añade para ponerlos de manifiesto si se producen escapes. No obstante, en procesos en los que los escapes se producen en presencia de las potenciales víctimas, éstas pueden no detectar el aumento del nivel de olor; sobre todo en instalaciones (canalizaciones, estufas, hornillos) mal mantenidos y por tanto defectuosos en los que siempre se considera como normal que huela un poco. La acumulación en recintos no ventilados puede, además, provocar explosiones cuando una chispa, o una llama, activen la combustión explosiva del gas, como ha sucedido también hace poco.

La intoxicación doméstica por gases es otro fenómeno que difiere bastante del anterior. Se produce casi siempre por el monóxido de carbono CO que, aunque químicamente es familia muy próxima del anhídrido carbónico su reactividad lo hace especialmente peligroso. Su toxicidad reside en la reactividad frente al oxígeno al que secuestra, y en lo que nos interesa, especialmente frente al oxígeno que contiene la sustancia que se ocupa de oxigenar nuestro organismo: la hemoglobina. El compuesto carboxi-hemoglobina que se formará en la sangre si inhalamos CO, bloquearía el transporte de oxígeno, antes que nada a nuestro sistema nervioso, provocando intoxicación (desde tan solo el 0,001%) parálisis, lesiones irreversibles y muerte a concentraciones de CO en la atmósfera cuando contenga incluso menos del 0,4 % en volumen,

El monóxido de carbono es el resultado de la combustión incompleta de carbón (los antiguos braseros de polvo de carbón -picón- provocaban muchas muertes en tiempos pasados) y de los modernos combustibles domésticos (gas natural, butano, etc...). También es el gas que producen nuestros automóviles (entre un 4% y un 10% de los gases de escape son CO) y que han sido causa de muertes accidentales, al mantener motores en marcha en garajes poco ventilados, o voluntarias en suicidios. Fue un gas usado por las SS en la Alemania nazi como gas de exterminio de seres humanos. Para hacernos una idea de la peligrosidad del mal uso de los instrumentos de calefacción, bastará señalar que un salón muy grande, de 40 metros cuadrados (100 metros cúbicos) podría convertirse en una trampa mortal si se hubiera convertido en CO solo la combustión incorrecta de unos 215 gramos de carbón de un brasero o de 300 gr de butano. Posee, además la característica de tener una densidad muy próxima a la del aire, por lo que no se acumula en las partes bajas ni en las altas, lo que lo convierte en una disolución casi perfecta con el aire del recinto. Así pues, aun con ventilaciones, en partes altas o partes bajas de las habitaciones, resulta peligroso no por su capacidad de asfixiar sino por su carácter de veneno. Como es inodoro y no está marcado para que se detecte (no es un producto industrial) su inhalación producirá desmayos que, como ha sucedido según parece en los últimos sucesos, imposibilita el acceso a ventanas o a escapar de la atmósfera mortal.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Así pues, pese a nuestra tan cacareada modernidad, seguimos sufriendo incidentes que parecen estar descritos en el manual de muertes accidentales de una sociedad mal preparada, tercermundista, y que seguramente serían evitables con una educación más racional.

Eduardo Peris es catedrático del departamento de Ingeniería de Construcción y Proyectos de Ingeniería Civil de la Universidad Politécnica de Valencia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_