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VISTO / OÍDO
Columna
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Cualquiera tiempo pasado

... fue mejor, decía el elegiaco Jorge Manrique. José Luis Alonso, que llevaba dolor y miedo dentro hasta que acabó consigo mismo, me señalaba siempre la realidad de los versos: "Cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor". Y recalcaba, como un actor que era ese gran director de actores, "a nuestro parecer". Nos parece que; amamos aquello que fuimos; seleccionamos nuestros recuerdos. Oigo mucho que estamos "peor que nunca"; y es que no han vivido en mi tiempo pasado, que fue infinitamente peor: no para mí, sino para este conjunto de desesperados que llamamos España. Cuando la derecha parlamentaria -o sea, la extremista; hay una derecha civil, no política ni sacerdotal, que no tiene diputados- dice que el atentado de Atocha es el más grave de la historia de España, no quieren recordar la larga hilera de desastres, y no piensan en la Guerra Civil: el terrorismo de Estado, los fusilamientos y los "paseos" de la banda terrorista de Franco. Ah, y de los nuestros, que no se me olviden. Si lo recordaran bien, no estarían invocando los viejos fantasmas como lo hacen. Es verdad que todo intento de normalización de España ha sido arrasado, desde don Pelayo hasta nuestros días del liderazgo aznarista, y que ahora se ve venir frente al reformismo de la sociedad que se propone Zapatero -simplemente, limpiar de telas de araña el viejo caserón; esta vieja iglesia- por medios cada vez más agresivos. Y por el verbo de Aznar, que ya se va haciendo carne, qué fastidio más grande. Personalmente, yo digo como ellos, pero al revés: prefiero una España diversa que un caudillismo aznarista.

Pero Aznar no miente. Las horribles falsedades de su último trienio no eran tales, sino creencias. La pura mentira es más aceptable: se miente para medrar, dominar, ganar o para protegerse, salvarse. La parte sana de la mentira es la que dice el preso, el perseguido, el marginal, el que va a ser despedido, el mendigo, el adúltero, la embarazadita, no sé. La que viene de la creencia es más grave. Aznar, pienso, cree en cosas solemnes que aprendió desde pequeño, que han anidado en su cráneo y ha tenido la suerte de que a otros les conviniera, a otros les viniera un olorcillo de alma salvada, y más allá de dominio, de riqueza, de poder: como a don Pelayo, digo. O a la Reina Católica: hay que ver qué de muertos dejaron a su paso por la historia. Cualquiera tiempo pasado fue peor: por ejemplo, el suyo.

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