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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Defender la soledad

José Luis Pardo

En uno de los textos más asombrosos y perfectos de La visión más transparente ("Pequeña doctrina de la soledad"), Miguel Morey imagina a María Zambrano (Málaga, 1904-Madrid, 1991) la tarde en que comenzó a redactar Por qué se escribe, sola, en su escritorio, con la puerta cerrada, salvada del vocerío exterior por la hoja de papel que contempla y la pluma que empuña: no se la puede reclamar, está escribiendo. Defendiendo su soledad. Porque "escribir es defender la soledad en que se está. Es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable en el que, precisamente por la lejanía de toda cosa concreta, se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas".

Su obra está llena de manuscritos reelaborados, delirados, extraviados y vueltos a encontrar

Siguiendo este juego, podría uno suponer que los ruidos persisten tras la puerta, que las voces insisten una y otra vez hasta doblegar la resistencia de los guardianes, que finalmente abren la habitación y levantan a María de su escritorio para recordarle que no puede faltar a su centenario. Ante su renuencia, le prometen, si cede, otros 99 años de tranquilidad. Le dicen que será bueno para su obra y para su reputación. Que el trabajo de muchos estudiosos que llevan largo tiempo esforzándose en su tarea saldrá a la luz y se pondrá de actualidad, al menos durante un año. Que, a pesar de todos los inconvenientes de los centenarios, este homenaje permitirá promover la divulgación más amplia de sus escritos, esos con los que ella intentaba en vano defender su soledad. Y, por seguir soñando, imaginemos que ella escucha abusos retóricos y oficialismos; contempla a muchos de esos esforzados seguidores, y también a un buen número de arribistas, intelectuales, políticos o simplemente propagandistas de sí mismos subiéndose a un carro que les es propicio para intentar extraer réditos de una inversión que les ha salido muy barata y, en los casos más vergonzosos, para arrimar su sardina a las ascuas de un fuego temporalmente reavivado. Asiste a la reiteración de la misma sandez periódicamente repetida con aires de letanía: que hay que hacer que María Zambrano retorne definitivamente de su exilio, del que aún no ha sido totalmente rescatada; que hay que salvarla de su destino de marginación. ¿Retornar, yo? -se pregunta- ¿Adónde? No, desde luego, a esa "España fantasmal" descrita en Pensamiento y poesía en la vida española como irrecuperable.

¿Adónde, pues? ¿Se puede en verdad rescatar a alguien del exilio? ¿O es el exilio otra forma, desgarrada, trágica, de defender la soledad? ¿Se puede en España escribir filosofía en otro lugar que no sean los márgenes? ¿Fue María Zambrano "marginada", arrinconada en un margen preexistente, o más bien fue ella misma la que inventó un margen en donde habitar, la que se dio un margen y creó un rincón en su escritorio para escribir lo que de otro modo nadie habría podido decir, la que buscó esa "lejanía de todas las cosas concretas" para descubrir inusitadas "relaciones" entre ellas, relaciones que ya no son cosa alguna y, sin embargo, aún no se confunden con la nada?

Desde la cuidadosa cronología que Jesús Moreno ha reconstruido en la nueva edición de su antología La razón en la sombra, ella corrobora que su obra está llena de manuscritos reelaborados, revisados, corregidos, delirados, extraviados y vueltos a encontrar, precariamente mecanografiados y eventualmente reunidos o disgregados, de apostillas añadidas, glosas dictadas y notas marginales, ediciones defectuosas, grabaciones magnetofónicas y líneas perdidas. Su natural humildad le impide preguntar a quienes, no del todo exentos de soberbia, se adhieren ahora con fervor a su misericordia, si una adecuadamente encauzada reunión de las fuerzas de todos los investigadores, especialistas y entusiastas que desde hace años preparan reimpresiones más o menos definitivas de algunos de sus textos, se concentran en congresos para intercambiar ponencias sobre ellos, exhuman cartas y testimonios biográficos de su compleja peripecia o seleccionan fragmentos escogidos de sus escritos no habría dado ya para la publicación de una edición crítica unitaria de sus obras o, en su defecto, para poner coto a la política editorial desigual, errática y de dispersión que hasta ahora ha presidido la difusión de muchos de sus textos.

Seguramente, se dice a sí mis

ma, es ésta una dolencia de amor que no se cura con la presencia y la figura sino todo lo contrario: quizá sean precisos algunos otros cientos de años para que mi personaje se convierta del todo en persona y pierda su poder hipnótico, quizá entonces la gente quiera saber de mi vida porque haya leído mis obras, y no como ahora, que se les planta por delante mi vida para ver si así se animan a leer mis libros. Y todo por mi culpa, desde luego, porque nunca supe (¿alguien sabe?) separar la una de los otros.

Pero todo es, sin duda, un sueño. Las voces que gritan (¿era María filósofa a pesar de ser mujer y española? ¡Qué raro! ¿No sería más bien una mística? ¿Más de Ortega o más de Unamuno?, ¿progresista o conservadora?, ¿cristiana o estoica?, ¿tradicionalista o posmoderna?) siguen detrás de la puerta, y María sólo se ha distraído un momento, volviéndose para oírlas sin entenderlas, lo suficiente para no recordar ahora exactamente por dónde iba. ¿Por dónde iba? Ésa es la pregunta. ¿Cuál es el hilo? María Zambrano, quien, como recuerda oportunamente Pedro Cerezo, nunca se tuvo por especialista en filosofía, tenía un hilo. Con él se las arreglaba, como pocos han sabido hacer en nuestra lengua, para hablar de Aristóteles, de Nietzsche o de Spinoza -"ese diamante de pura luz"- con la misma naturalidad que lo hacía acerca de Juan de la Cruz o Antonio Machado, para recordarnos por qué la "disputa" entre filosofía y poesía sigue siendo un lugar central para pensar el destino de Europa, para indicarnos por qué la palabra exiliada es un talismán contra la reproducción indefinida de la Guerra Civil, para separar y unir la palabra y el lenguaje, los sueños y el tiempo. Ese hilo es lo que importa, porque escribir es hilar muy fino, como bien sabía Platón. Y para eso hace falta silencio. Defender la soledad. Buscando compañía. Y como María Zambrano sigue sola, en su escritorio, acabará por encontrarla.

María Zambrano, premio Cervantes en 1988, en  Cuba en los años cuarenta.
María Zambrano, premio Cervantes en 1988, en Cuba en los años cuarenta.FUNDACIÓN MARÍA ZAMBRANO

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