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Pierre-Laurent Aimard define la escuela francesa como "la cocina del piano"

El pianista debutó en Madrid dentro del ciclo 'Grandes intérpretes'

Jesús Ruiz Mantilla

Concibe el piano como un placer, no como una metafísica con disciplina marcial y de vocación sufridora. Pierre-Laurent Aimard (Lyón, 1957) aplica a su instrumento manos de cocinero y gusto de gourmet como representante orgulloso de la escuela francesa. "Los que venimos de ella, aunque después hayamos tenido una formación más amplia, más variada, no podemos negar lo que es: una forma de ver la cultura, una sensibilidad especial, como la cocina, nosotros somos los cocineros del piano", afirma este intérprete que debutó ayer en Madrid en el ciclo Grandes intérpretes, de Scherzo, patrocinado por EL PAÍS.

Pero no todo en su cocina es servir y degustar. Menos cuando se trata de su especialidad: Beethoven. Ayer, Aimard ofreció un plato de los enrevesados, de alta cocina, de esos que deben contar con los ingredientes a punto, frescos, cuajados a su justa temperatura: La sonata Hammerklavier, con la que nadie se había atrevido en los nueve años del ciclo. "No me extraña, yo, hasta ahora, tampoco. La estudié por primera vez con 15 años y decidí dejarlo porque no me veía preparado. He tenido que esperar hasta los 45 para enfrentarme".

Antes ha explorado gran parte de la obra de Beethoven este hombre que saborea las palabras cuando habla, viste de negro y sonríe ante la expectativa de que le paseen por los mejores restaurantes de Madrid, una ciudad en la que debutó ayer. Su devoción por el compositor alemán es total. Ha explorado sus sonatas y sus cinco conciertos, que ha grabado junto a Nikolaus Harnoncourt, lo mismo que el Triple concierto. Todo vale como bagaje para subir por la Hammerklavier, ese ochomil del piano con el que muy pocos se atreven. "Es el Everest del repertorio. Una montaña por la que debes subir en forma. Todavía tengo los músculos de las manos bien, aunque he esperado mucho tiempo".

Para Aimard, esa pieza larga, tortuosa, creada para la posteridad a prueba de bombas, necesita que se desvelen los misterios que encierra: "Está repleta de enigmas que el intérprete debe ir resolviendo a medida que avanza". Le quita el sueño. "No llego a odiarla, pero no me deja dormir muchas noches. A veces, mientras la ensayo, me siento liliputiense".

La clave para él es que no le robe el placer de adentrarse en ella. Es la síntesis perfecta de las dos maneras que tiene Aimard de definir esa forma francesa de acercarse al piano: "Existen dos características de nuestra escuela fundamentales. Una se acerca a las obras de arte como a un cuadro, de manera analítica, nos da claridad y una cierta alquimia que podemos identificar con Ravel, y otra, que es la que nos proporciona un hedonismo muy mediterráneo, algo que no tiene que ver con la metafísica, como les pasa a los alemanes, sino con un sentido profundo del placer y que entronca directamente con Debussy". Es otro de los compositores que interpretó ayer, con Ligeti. Hizo los Estudios de ambos: "Son las obras más tardías de Debussy, en las que se muestra oscuro y arriesgado".

Pierre-Laurent Aimard.
Pierre-Laurent Aimard.
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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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