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FUERA DE CASA
Columna
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Volverás a Obaba

Obaba es pequeña, brumosa, montañosa y de imprecisos confines. Algunas de sus gentes se marcharon para no volver, aunque cada noche sueñen sus paisajes, sus olores, sus fiestas y sus gentes. Hay muchas obabas que te acompañan toda la vida. Una vez en México me confesó uno de los hermanos Mayo, grandes fotógrafos de la España exiliada, que no había noche que no se imaginara, que no volviera a estar en los altos de Guadarrama defendiendo Madrid con su uniforme republicano. No importa lo lejos que estén. Esas pequeñas patrias de la infancia, de la juventud, les acompañan siempre. El más conocido habitante de Obaba es Bernardo Atxaga, constructor con palabras de un país que él inventó, aunque ya estuviera allí desde los tiempos en que el rinoceronte se despertó. Muchas veces me imagino a Atxaga como un cronopio que anda por el mundo sin querer mezclarse con los famas. No es que los desprecie, es que no se siente cómodo entre ellos. El hijo del carpintero creció teniendo que incorporar las palabras del territorio de La Mancha, no eran las suyas primeras. Tuvo que aprender que mitxirrika era mariposa. Le gustó la nueva lengua, pero nunca enterró su vieja lengua. Sumó otras, aprendió a decir butterfly, y también le gustó. Anda el escritor recorriendo una vez más la vieja Iberia. Hace tiempo vivió en Extremadura, entendió muchas cosas. Años después, con unos manuscritos, llegó a Madrid, ya había dejado su etapa de mod, aunque nunca abandonara el rock, ahora era un poeta, un escritor que tenía que ampliar las fronteras de Obaba. Tenía una cita en la misma editorial que ahora publica su última novela: El hijo del acordeonista, cuando ascendía hasta el despacho del editor por las escaleras del viejo edificio de la calle de Juan Bravo, se encontró con las fotos ampliadas de destacados escritores, el cronopio Atxaga comenzó a sentirse pequeño. Se detuvo ante la foto de Juan Benet, otro inventor de patrias literarias, miró el rostro del escritor español que parecía un inglés descreído, se dio la vuelta. Nunca llegó a su cita. ¿Cambió su destino? No sabemos, lo que está claro es que él sí volvió a Región.

Volvió a Madrid, lo vimos hablando en público con otro cronopio que también vino de las cercanías de Obaba, Iñaki Gabilondo. Allí estaban el hijo del carnicero y el hijo del carpintero, conquistando a la audiencia con las armas de sus palabras, relajados, abiertos, sin criticar al crítico, sin hacer guerras civiles, volviendo a Obaba, escapándose de Obaba. Tan lejos, tan cerca, de lo que fueron, de lo que son. Dos maneras de seducir con la palabra. Javier Bardem, después de triunfar en su papel de Ramón Sampedro, después de emocionar a propios y venecianos, también había sido entrevistado por Gabilondo en la SER. En un momento que Iñaki salió del estudio, Bardem me confesó que se sentía incapaz de acompañar a Gabilondo en un foro público: "Yo al lado de este tío no hablo, escucho. No quise estar en una mesa compartida en el Fórum de las Culturas barcelonés, porque tengo la sensación de no saber qué decir. Me quedo sin palabras. Le pasé los trastos a mi madre. Ella no se corta en público ni con Gabilondo". No se corta Pilar Bardem ni con Gabilondo ni con María Zambrano. Ahí está, como si fuera la pequeña, tímida y asexuada pensadora de Vélez-Málaga. Pilar Bardem es alta, delgada, llena de maduro erotismo; vamos, que tiene que ver con Zambrano lo mismo que Atxaga con Ignacio Echevarría, y sin embargo consigue que estemos viendo a la filósofa que amaba los gatos y los claros del bosque. Debe de ser un gen que guardan los Bardem en algún rincón misterioso. Se lo tengo que preguntar a Belén Rueda, que parece haber sido tocado por su gracia.

Estaba por Extremadura el día que Rodríguez Ibarra se puso la boina, se quitó los nobles apellidos, reivindicó que la Virgen de Guadalupe no quiere ser toledana y volvió a región. ¡Dios, la que se armó! Tiene Ibarra la fea costumbre de decir lo que piensa, y no sólo lo que piensa él, sino lo que piensan muchos. No se tapa, no se esconde, espero que ni se queme, ni le persigan como a otros extremeños de otros tiempos, otro país. Como a aquel judeo-converso de la familia de los Peñaranda, médico en Barcarrota, que en el siglo XVI, ante los peligros inquisitoriales, por el miedo a que descubrieran sus libros eróticos, nigromantes, clásicos o de la vida del Lazarillo y sus adversidades, los escondió en el solado de su casa, huyó y nunca más pudo volver a su obaba. Emocionante biblioteca de Bancarrota, hoy al cuidado del escritor y bibliotecario Justo Vila en la remozada alcazaba de Badajoz, ahora sede de la Biblioteca Extremeña.

Hermosa tierra de libros, de escritores, de gentes libres esta región, comunidad o lo que quieran de Extremadura. Un lugar para volver como lo hace cada vez más Alonso Guerrero. Libre de su primer matrimonio, pero mimado por becas extremeñas, Guerrero vuelve a su obaba. El Gobierno de Rodríguez Ibarra le ha concedido unos dineritos para que su obra, su palabra, no se exilien de su tierra. Sus libros, antes invisibles, abreviados en algún almacén, los encuentro en cualquier librería o gran superficie, pero yo los compro en la que acaba de reabrir Jaime Naranjo, que abandonó la política por este viejo y hermoso oficio de librero de viejo, en el casco histórico de Cáceres. Es curioso cómo un escritor, un hombre libre, sobrio y discreto como Guerrero debe saber vivir entre sus contradicciones. Escribe en su último libro: "Para un escritor, el triunfo es seguir escribiendo. Como dijo Stevenson, el salario es el trabajo. Cuando pienses en un desahogo, no lo cifres en dinero, fama o esa purpurina con que se untan los que viven de las ideas que quieren oír la mayoría"; eso está muy bien. Pero tampoco vienen mal unos millones de beca institucional. Guerrero, que se queja porque "todo el mundo gana dinero por hacer nada", que piensa que el escritor paga "sumas enormes por sostener el mundo", ahora tiene que sostener su personaje. No es fácil haber sido un ex tan notorio y seguir intentando reconciliarse con la vida a golpes de metáforas. Le gusta ir "contra el mundo, desenmascararlo". Afirma no esperar que las ventas te den de comer. Tiene razón, para eso están las becas. Viva la excepción cultural.

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