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Columna
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Alá

Miquel Alberola

Debajo de todas las acciones de terror ocurridas en Irak, Israel y Rusia en los últimos días, incluso en la del chantaje que ha tensionado a Francia para derogar la ley sobre el laicismo y la que ha mantenido secuestrados a cientos de niños en un colegio de Osetia, se halla el nombre de Alá. A mayor o menor profundidad, en el núcleo o en la periferia, como pretexto, bálsamo o fin, pero su presencia no resulta imperceptible. De un modo u otro, y más allá de la biodiversidad de los conflictos territoriales en los que han sucedido esas matanzas, Alá acaba vertebrándolas: en su nombre ejecutó un grupo islamista a una docena de nepalíes y bajo su advocación se inmolaron dos palestinos y una chechena, llevándose por delante a 27 personas entre los dos autobuses de Beersheva y la boca de metro de Moscú. El mismo Alá que en su esencia propugna una vida correcta de moral y ética, de misericordia al prójimo y de justicia social, se ha convertido, a manos de quienes administran su legado, en una franquicia letal. Así, el mundo occidental, y buena parte del oriental, ya se ha acostumbrado a que detrás de cada noticia sangrienta enseguida surge el nombre de Alá. Esa perversión, realizada desde las cavernas del narcotráfico de opio y la cúspide de la antigua Aramco (Arabian-American Oil Company), con la colaboración de sus más fanáticos seguidores y los desbarajustes sociales del entorno, ha convertido a Alá en un voraz instrumento de aniquilación que ha acabado por hacer del atentado casi otro de los cinco pilares básicos de los musulmanes, junto a la fe, la oración, la limosna, el ayuno y la peregrinación. Para escarnio de los honestos musulmanes, quien está haciendo más daño al islam es la propia irritación del islamismo al servicio de intereses espurios, del mismo modo que ha ocurrido con el cristianismo. El dios de los esclavos cristianos, tras ser absorbido por la Roma imperial y los poderes en que derivó occidente, ya no volvió a ser bueno hasta que el hombre, con la ilustración y el humanismo, lo desalojó del centro del universo. Entonces fue recuperando su entidad moral. Y ése es el asunto pendiente de Alá, al que todavía tienen secuestrado un grupo de malhechores para justificar su negocio y sus carnicerías.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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