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LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

Campos de miseria entre los fértiles frutales de Lleida

350 subsaharianos 'sin papeles' malviven hacinados en un centenar de chabolas en Alcarràs sin esperanza de encontrar empleo

Miquel Noguer

Por el aspecto de las chabolas podría tratarse de cualquier campo de refugiados de Burundi, Ruanda o Sudán. Podría serlo si no fuera porque el campamento de inmigrantes de Alcarràs (Lleida) se encuentra rodeado de los fértiles campos de una de las provincias más ricas de España, con el menor índice de paro del país -apenas un 4,3%- y con 42.000 hectáreas de frutales que atraen cada año a miles de temporeros ávidos de trabajo.

Pero sin papeles y sin apenas agricultores que se atrevan a darles trabajo, los 350 inmigrantes subsaharianos que resisten en el campamento improvisado de Alcarràs no dejan de tener una vida muy parecida a la de algunos desplazados por conflictos.

"En los cuarenta días que he estado en Alcarràs no he trabajado ni uno", lamenta Ali Kaboré, un maestro de Burkina Faso llegado a España hace año y medio y que ya casi ni se plantea conseguir un permiso de trabajo. "Todas las puertas están cerradas para nosotros", afirma tras contar que llegó a Alcarràs después de un periplo por Almería, Murcia, Madrid y Aragón. Un amigo le contó que en agosto el trabajo se concentraba en los frutales de Lleida. "Pero este año no ha sido así, no hay trabajo, y mucho menos si no tienes los papeles".

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Kaboré comparte campamento con otros 350 inmigrantes. Llegaron a ser 500 hace pocas semanas, pero muchos ya han visto que en la zona frutícola del bajo Segre no encontrarán nada si no pueden demostrar que residen en España legalmente. Viven, malviven, en un campamento formado por un centenar de chabolas, tres edificios prefabricados con duchas en el interior y un cobertizo sin paredes que alberga otro centenar de colchones. Un televisor salvado de algún vertedero hipnotiza a algunos subsaharianos con imágenes de unos Juegos Olímpicos que, vistos desde aquí, parecen de otro mundo. Otros cocinan el arroz que les ha dado Cruz Roja en insalubres fogatas de escombros.

La miseria se ha cebado en ellos. Y lo ha hecho sin que el Ayuntamiento de este pequeño municipio, de apenas 5.200 habitantes, sea capaz de capear el temporal. Y no es que no lo haya intentado: "Para este verano hemos contratado a seis trabajadores sociales que trabajan con la asistenta social de siempre para dar una salida a estos inmigrantes, pero no podemos hacer más que facilitarles algo de comida, utensilios de higiene y las duchas y lavabos que hemos instalado en el campamento", afirma el alcalde, el convergente Gerard Serra, quien ya está harto de que cada año lleguen, procedentes de toda España, autocares cargados de extranjeros que no encontrarán trabajo en su municipio.

"En años anteriores nos enviaron inmigrantes el Gobierno central y el de Canarias, pero es que este año hasta lo hizo Cruz Roja; y esto no puede ser", afirma el alcalde. El conflicto con Cruz Roja se saldó tras admitir la ONG que había pagado algunos billetes de autocar a indocumentados "por razones humanitarias" y aceptar colaborar activamente con el Ayuntamiento de Alcarràs. Ahora facilita alimentos y utensilios de higiene a los extranjeros, reparto que coordina el consistorio. "Yo podría haber hecho lo mismo que otros, contratar un autocar y enviar a los inmigrantes a otra parte, pero esta gente no se lo merece, así no se arreglan las cosas", dice el alcalde, consciente también del desgaste que puede causarle tener en su pueblo una bomba de relojería formada por centenares de personas sin otro modo de vida que la escasa ayuda social. "Sé que el campamento es algo miserable, pero prefiero asumir las críticas por esto antes que echar a toda esta gente", afirma Serra.

De momento ha habido pocos conflictos. Los vecinos han aceptado la situación sin poner grandes problemas y se conforman pensando que en unas semanas los inmigrantes se habrán marchado. Muchos también callan porque son conscientes de que son estos inmigrantes, los regulares, pero también los irregulares, los que les ayudan a sacar adelante sus campos. Y es que en Lleida, donde dominan las explotaciones familiares, son los mismos propietarios y algunos contratados eventuales los encargados de recolectar cada año casi un millón de toneladas de manzanas, peras, nectarinas y melocotones. Aquí no existe la consciencia de gran explotación, cada familia tiene un trozo de tierra. Se calcula que sólo en Alcarràs hay un millar de explotaciones agrícolas.

Parte de los problemas registrados este año se deben a que la temporada no ha sido buena. Josep Antoni Ortiz, de Jóvenes Agricultores y Ganaderos de Cataluña, explica que una primavera muy lluviosa y fría impidió una buena floración de los frutales. "El comienzo de la temporada fue muy flojo y ahora estamos recolectando el 75% de lo previsto", explica. Lo lamenta para los agricultores, pero también para los temporeros. "En junio ya dijimos que aquí no habría trabajo, pero siguen viniendo, y vienen engañados".

Pero con más o menos producción, Lleida sigue siendo la frutería de Europa; y los inmigrantes lo saben. Como Diara Mouloy, de 33 años, procedente de Malí. Llegó a Alcarràs la semana pasada desde Marsella. "En Francia apenas hay trabajo en el campo, así que me vine a España". El pasado jueves, sentado en la entrada del campamento de Alcarràs miraba aturdido el horizonte de chabolas que se alzaba ante él. "Desde que he llegado a Europa sólo he visto miseria; sabía que era difícil, pero no esperaba esto".

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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