_
_
_
_
_
Reportaje:AVENTUREROS

Un faraón a destiempo

Jacinto Antón

Todo el mundo se emociona al oír el nombre de Tutankamón, pero ¿quién se acuerda de Psusenes I? Su tumba en Tanis, en el delta del Nilo, es -con la de Tutankamón- la única de un faraón egipcio que ha sido hallada intacta y la historia de su descubrimiento es digna de un gran relato de aventuras (de hecho, Spielberg se basó en ella para En busca del Arca perdida). Además, Psusenes, un tipo interesante que reinó largo tiempo, del 1040 al 993 antes de Cristo, no como el efímero e históricamente irrelevante Tutankamón, apareció sepultado entre grandes cantidades de oro y plata y su hermosísima máscara mortuoria transmite una impresión de misterio similar a la que cubría el rostro de la momia del joven rey encontrado por Carter y Carnarvon. Sin embargo, Psusenes no ha tenido suerte -recordemos que caer en el olvido era una maldición para un antiguo egipcio-. Como no la tuvo, al menos en lo que se refiere a la celebridad, su descubridor, el egiptólogo francés Pierre Montet (1885-1966), que tampoco puede decirse que haya acertado mucho con sus teorías científicas.

En la película 'En busca del Arca perdida', Indiana Jones encontraba el sagrado objeto en las excavaciones de Tanis, llevadas a cabo en el filme ¡por los nazis!

Así pues, tenemos un interesantísimo dúo de personajes, Psusenes y Montet, separados por 3.000 años de historia y que se dan la mano sobre esa eternidad unidos en la desgracia de la misma manera que se abrazan en la dorada felicidad de la fama Tutankamón y Carter.

El problema básico con Psusenes es que apareció a destiempo. Si Howard Carter encontró a Tutankamón en los felices años veinte y la situación mundial propició que el descubrimiento tuviera una enorme resonancia (se produjo una auténtica tutankamomanía, que aún dura), Montet halló a Psusenes -y a otros tres reyes tanitas, uno desconocido hasta entonces, más la pedrea de varios príncipes- en un contexto internacional nada favorable a la arqueología: mientras se fraguaba y estallaba la II Guerra Mundial. Y es que a ver quién se iba a interesar por las momias cuando los nazis invadían Polonia.

"Digno de Las mil y una noches", dice Montet del espectáculo que se ofrece a sus ojos al penetrar el 18 de marzo de 1939 en la tumba de Psusenes. La frase puede compararse a aquella de Carter al avizorar los tesoros de Tutankamón por la brecha practicada en su tumba: "Cosas maravillosas".

El hipogeo de Psusenes se encontraba disimulado bajo la arena. "Entré en un corredor vacío. Luego pasé a una cámara con todas las paredes decoradas y llena de objetos funerarios", escribe Montet en La nécropole royale de Tanis (París, 1951). "A la derecha de la entrada, un basamento aguantaba un gran sarcófago de plata con cabeza de halcón y a ambos lados de éste se adivinaban dos esqueletos bajo una multitud de lajas de oro. Estábamos chez Psusenes". De hecho, Montet acababa de dar con un faraón desconocido hasta entonces y que dormía en una de las cámaras de la tumba de Psusenes, Chechonq II. Posteriormente, en 1940, Montet penetró en las estancias funerarias del propio Psusenes.

Las aventuras en el yacimiento, un lugar desolado, batido por el viento y el sol y en el que incluso el granito, poco a poco, se convierte en polvo, son tremendas. Tardan 12 días en extraer la máscara de Psusenes y los demás ornamentos de la momia. Hay que redoblar la vigilancia y pedir soldados a Russell Pachá porque "individuos sospechosos merodean por aquí y desembarazarse de los guardias habría sido un simple juego para hombres decididos", escribe Montet en sus Lettres de Tanis.

El descubrimiento de las tumbas reales de Tanis -la "Tebas del norte", olvidada capital de los faraones de las dinastías XXI y XXII- es una cadena de acontecimientos sensacionales. Y casuales. Pues, de hecho, Montet no está en el yacimiento -la antigua Yame, denominada Tanis por los griegos, junto al actual San el-Hagar- buscando tumbas, sino como consecuencia de su interés por la relación entre el valle del Nilo y el mundo semita, entre Egipto y la Biblia, y con la esperanza secreta, según algunas fuentes, de encontrar restos del tesoro del templo de Salomón y acaso la legendaria Arca de la Alianza. Dicho objeto habría ido a parar a Tanis como botín de guerra tras la invasión del reino de Israel por el rey de Egipto Sesac (o Shishak) en tiempos de Roboam (véase Paralipómenos 12: "Subió, pues, Sesac, rey de Egipto a Jerusalén y pilló los tesoros de la casa de Yavhé; todo se lo llevó"). Montet habría querido seguir las huellas de los semitas en Egipto a través de ese faraón, identificado con el libio Chechonq I -Shoshenq o Sesonquis I-, que fundo la dinastía XXII y reinó en Tanis del 945 al 924 antes de Cristo. Spielberg aprovechó esta historia para el guión de su película En busca del Arca perdida, en la que Indiana Jones encontraba el sagrado objeto en las excavaciones de Tanis, llevadas a cabo en el filme ¡por los nazis! En fin, Montet, a diferencia de Indy, no encontró el arca, ni tampoco a Chechonq I (aunque sí al II).

Inconformista y valiente

Originario de Villefranche-sur-Saône, Pierre Marie Montet, hombre poco convencional, inconformista y bastante antipático -intratable, al decir de muchos de los que lo conocieron-, estudió en Lyón con Loret y en 1910 empezó a excavar en Egipto. Atravesó a lomo de camello la antigua ruta del desierto oriental. En la I Guerra Mundial tuvo un comportamiento valeroso, lo hirieron varias veces y fue condecorado. Fue profesor en la Universidad de Estrasburgo, y de 1920 a 1924 dirigió las excavaciones en el antiguo puerto fenicio de Biblos (Líbano), punto de intenso contacto con el Egipto faraónico. En 1928 comienza la aventura en Tanis, que se desarrolla hasta 1956. Montet hará de sus estancias en el lugar un asunto familiar, pues llevará a vivir al yacimiento a su mujer y a sus hijas, Pernette y Camilla -sus cabritas, como las denomina cariñosamente.

Montet estaba convencido de que Tanis, Pi-Ramsés, la capital fundada por Ramsés II en el Delta, y Avaris, la capital de los Hyksos, eran la misma ciudad. Se equivocó de pleno. Hoy se sabe que, aunque están cerca, son tres ciudades diferentes. Sus obsesiones bíblico-románticas sobre testimonios hebreos ocultos tampoco se revelaron fundadas. Pero Montet fue sin duda un gran sabio y un hombre que trabajó esforzadamente hasta -literalmente- el momento mismo de su muerte. Es un enigma por qué se le ha ninguneado tanto pese a sus éxitos en Tanis. Es fácil colegir que su difícil temperamento ha tenido algo que ver. Sea como fuere, Montet se ha fundido en el olvido que nos espera a todos y del que tampoco se libraron los grandes reyes de Tanis. Tal como han ido las cosas, es conmovedora la inscripción que recubría la ennegrecida momia de Psusenes: "Tú brillas por la luz, Ra te ilumina, maestro de las diademas de oro, Psusenes, soberano de los soberanos, vivo para siempre".

Pierre Montet bromea junto a la momia de Psusenes I, acostada en un lecho de la misión francesa en Tanis.
Pierre Montet bromea junto a la momia de Psusenes I, acostada en un lecho de la misión francesa en Tanis.

La maldición de Psusenes

NO HACE MUCHO, quien firma estas líneas pudo comprobar cómo, pese a los esfuerzos de divulgación y las exposiciones sobre el particular que se han realizado en los últimos años -incluida una, Egypte, vision d'Eternité, celebrada en 1999 en Agde, y que acercó hasta el sur de Francia la mismísima máscara de oro de Psusenes-, los hallazgos de Montet en Tanis siguen sin contar con la popularidad que merecen. La maldición de Psusenes (que es el olvido) continúa activa.

En la pequeña sala 2 del primer piso del Museo Egipcio de El Cairo, donde se exponen los maravillosos objetos de las tumbas tanitas (más de 250 piezas, incluidas cuatro máscaras de oro, dos sarcófagos de plata, pectorales, collares, la preciosa vajilla, y hasta sandalias y dedales de oro), reinan habitualmente una paz y un silencio doblemente mortecinos que contrastan patéticamente con el bullicio y las masas de turistas que se agolpan en la anexa sala 3, donde se exhiben las más valiosas piezas del tesoro de Tutankamón.

Para más afrenta, las estancias de Psusenes y sus colegas se han usado como improvisado laboratorio fotográfico para elaborar el nuevo inventario del museo. El bellísimo sarcófago de plata con cabeza de halcón de Chechonq II -procedente de la tumba de Psusenes- parecía observar el lío de cables y parafernalia tecnológica con enfado revestido de dignidad. El único visitante era un egiptólogo holandés que trataba de leer las inscripciones de los sarcófagos con ayuda de una linternita, pues la iluminación de los objetos de Tanis, como una metáfora de su destino, estaba apagada.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_