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Crítica:FERIA DE SANTANDER | LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Un toro bravo!

Transcurría el festejo con suerte desigual. Victorino Martín se trajo cinco raspas de pata blanda, pobres de cara, justas de casta y con la listeza propia de la casa. Emoción había, pero de baja intensidad.

Cuando sonó el clarín anunciando la suelta del último de la tarde y de la feria nadie dábamos un duro por Embutido, que así atendía el que había dado en la báscula 600 kilos. Buen mozo y pobre de presencia por delante, se fue al caballo como una exhalación. Humillada la testa, se empleó y derribó. Un escalofrío recorrió los tendidos. Volvió al caballo nada más ponerle en suerte. Brindó a la afición la brillante realidad de la denostada suerte de varas. Un toro bravo, exclamaba la afición, rompiéndose las manos a aplaudir. En el ruedo, picador y toro enzarzados en una pugna por defender sus derechos. Cuando el lidiador sacó a Embutido del caballo, la plaza puesta en pie largó una ovación de la que no hay referencia. Nos robaron otro puyazo. Dio igual. Este tercio ha valido toda una feria.

Victorino / Uceda, Cid, Robleño

Toros de Victorino Martín, desiguales de presentación, encastados y blandos; 3º aplaudido en el arrastre. Ucela Leal: estocada desprendida (silencio); pinchazo, estocada trasera (ovación y saludos); El Cid: estocada caída (oreja); tres pinchazos -aviso-, dos pinchazos (vuelta). Francisco Robleño: pinchazo, estocada desprendida (ovación); pinchazo, estocada caída (ovación). Plaza de Santander, 31 de julio, 9ª de Feria. Lleno.

Cuando Rodeño cogió la muleta, la expectación era tremenda. Por una vez, y sin que sirva de precedente, afición, público y aplaudidores estaban pendientes de lo que estaba a punto de acontecer. Nadie pidió música, ni coca-colas, ni chorradas. Había un toro bravo en el ruedo. Como se lee, un toro bravo y noble, que se comía literalmente la muleta que le ofrecía el matador. Sin parar de embestir, por el pitón derecho, por el pitón izquierdo. Una locura. Qué sensación de emoción. De verdad. Robleño no podía con tanto. Él es un torero de raza, batallador, que arriesga y da la cara, como demostró en su primero. Pero ante un toro bravo hace falta algo más que raza. Se precisa una muleta poderosa y un sentimiento del arte en su más alto concepto. Un torero que igual hoy no se encuentra en el escalafón. Bastante hizo el valiente espada con aguantar las oleadas de embestidas -no hacía falta ni citarle-. Cuando Robleño fue a buscar la espada, el de Victorino estaba sin torear. Le quedaban dentro de sus entrañas de toro bravo mil pases que ofrecer. Matado de mala manera, nadie se movió de los asientos. Un clamor solicitaba, pañuelo en ristre, la vuelta al ruedo para tan magnífico ejemplar. Concedida ésta, con la plaza puesta en pie, el tributo que se brindó a Embutido pasará a los anales de la historia de esta plaza.

En segundo plano quedó la magnífica actuación de El Cid, que dejó escapar la puerta grande por la espada. Y la desafortunada actuación de Uceda Leal.

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