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Columna
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El exhibicionismo de la decapitación

Andrés Ortega

Hay cuestiones desagradables, pero que lo sean no es excusa para no abordarlas y analizarlas. La decapitación de rehenes en Irak y en Arabia Saudí por grupos vinculados a Al Qaeda es un fenómeno nuevo, que busca generar repugnancia, revolver los estómagos de las sociedades abiertas aprovechando su vulnerabilidad psicológica. Poco tiene que ver con la Invitación a una decapitación de Vladimir Nabokov, en la que el profesor Cincinnatus es condenado a muerte por "vileza gnóstica". Estamos ante la continuación de la guerra y del terrorismo por otros medios, menos masivamente mortíferos, pero que apuntan a la voluntad de las audiencias a las que va dirigido este exhibicionismo.

La grabación en vídeo y las fotografías de estas ejecuciones, y su difusión inmediata y global por Internet o por algunas cadenas de televisión como Al Yazira, persiguen este objetivo. Con la previa muestra de imágenes del rehén para exigir algo, como la retirada de las fuerzas de su país de Irak. En el caso del secuestro de un filipino, la amenaza ha logrado que Manila anunciara que no enviará más tropas, aunque ayer mantenía la negativa a retirar las que ya tiene allí. La de la decapitación de rehenes Es una táctica muy pensada y elaborada, que tiene mucho de ancestral, pero también mucho de moderno. Es una fase superior del terror, la del horror, que busca a ahuyentar a los extranjeros de Irak o de Arabia Saudí, y como indican algunos expertos, incluso a crear la sensación de que el decapitado no es sólo el rehen, sino su país, especialmente la superpotencia estadounidense, para hacerla sentir impotente. Como señala un analista en The New York Times, "para algunos islamistas radicales, las decapitaciones son poder". Alan Goglas, de la Universidad de Georgia (Estados Unidos), apunta también un cierto paralelismo con los vídeos que los terroristas suicidas graban antes de inmolarse para su posterior difusión.

No es un fenómeno habitual en Oriente Próximo, ni siquiera en el auge de los secuestros en Líbano en los ochenta. Como aplicación de la pena de muerte, la decapitación se remonta a griegos y romanos o incluso antes. Pero hoy en día es un sistema de ejecución únicamente vigente en el mundo en cuatro países, todos musulmanes: Qatar, Yemen, Irán (el año pasado hubo una por primera vez en muchos años) y Arabia Saudí, donde se practica públicamente y en 2003 fueron decapitados por varios tipos de delitos que van de la homosexualidad al asesinato, 52 hombres y una mujer. Es decir, que estos asesinos no han tenido que ir muy lejos para inspirarse, dado el origen saudí de Al Qaeda. Algo de ese aspecto público recogen también la grabación y posterior difusión de las decapitaciones de rehenes.

Ni el islam ni el Corán ni la sharia avalan este tipo de ejecuciones, que Europa sólo dejó de practicar tardíamente (el último guillotinado en Francia fue en 1977). Sin embargo, algunos defensores de terroristas islamistas la justifican como la forma "menos dolorosa de ejecución". Y en la lucha de imágenes, a veces no nos percatamos de que otras brutales contra musulmanes se difunden por todo ese mundo, revolviendo también las entrañas de los que las ven, pese a estar acostumbrados a un mayor grado de violencia.

Frente a estas horrendas decapitaciones, en Irak se ha perdido una oportunidad. Una de las primeras medidas del Gobierno provisional de Ayad Alaui ha sido restablecer, aunque sea temporalmente, la pena de muerte, que sólo había desparecido con la administración de Paul Bremer pese a provenir el hasta hace poco virrey de un país donde aún hay pena capital. En este terreno podrían los europeos haber jugado un papel. Pues Europa se ha convertido, recientemente, en una zona del mundo libre de pena de muerte. La transición a la democracia en España se benefició de la supresión de la pena de muerte en hecho y en derecho. ¿Por qué no Irak? aortega@elpais.es

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