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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La UE y la situación de los saharahuis

Hay ocasiones en las que no me siento orgulloso ni de ser europeo ni de ser español. Ocasiones como ésta, acabo de conocer la noticia de que la Unión Europea recorta la ayuda a los refugiados saharauis de quince millones de euros (que ya de por sí es una cantidad ridícula) a sólo tres millones de euros. Casi no puedo creerlo. Se me hace un nudo en la garganta al descubrir que tres millones de euros entre más de trescientos mil refugiados sale a menos de diez euros por persona. Menos de diez euros para subsistir todo un año me parece increíble, sobre todo teniendo en cuenta que aquí en un simple almuerzo podemos gastar más de diez euros.

Menos de diez euros no sólo para alimentación, sino también para sanidad, puesto que en los campamentos hay desde médicos hasta pequeños hospitales (que a veces parecen erguidos, más por el ímpetu de los propios saharauis que por los fondos europeos), menos de diez euros para educación (puesto que desde el segundo año exiliados en el desierto, se impuso un sistema de escuelas, en las cuales los niños aprenden desde historia hasta español); menos de diez euros para organización política y social (puesto que existe un complejo sistema de organización en los campamentos, desde provincias hasta barrios), y la Unión Europea pretende que todo esto salga adelante con menos de diez euros por persona.

Qué fácil es arreglar el mundo desde un despacho. No puedo evitar que las lágrimas broten de mis ojos cuando recuerdo la alegría con la que los saharauis comparten todo lo que tienen, mientras que en esta parte "civilizada" del "primer mundo" (en la que nos sobra de todo menos justicia) no somos capaces de destinar más que tres ridículos millones de euros para lavarnos las manos en una injusticia que mantiene olvidado al pueblo saharaui desde hace ya veintinueve largos años.

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Sobre todo me cuesta comprender la posición de España dentro de la UE, puesto que, queramos reconocerlo o no, España tiene una deuda histórica con el pueblo saharaui. Una deuda que comenzó mucho antes de 16 de octubre de 1975, fecha en la que el Tribunal de La Haya dictaminó que no existían lazos de soberanía entre el Sáhara Occidental y Marruecos. España, en lugar de colaborar en la independencia del pueblo saharaui, jugó una partida a dos bandas de la que salió bastante mal parada (con la intención de mantener la explotación de los caladeros pesqueros saharauis y conseguir el favor de Marruecos en las minas de fosfato de Bu Craa, con unas reservas de 1.600 millones de toneladas, lo que la convierte en la mayor explotación de fosfatos del mundo).

El 17 de noviembre de 1975, el señor Piniés anunciaba en la ONU lo que todo el mundo ya intuía: la existencia de un pacto secreto entre España, Marruecos y Mauritania, que consagraba el reparto del territorio, violando los compromisos internacionales contraídos. Esta noticia causó un gran malestar en la sociedad española, sobre todo porque sólo unos días antes, el 2 de noviembre, el rey don Juan Carlos, en su visita al Sáhara Occidental (fue la primera decisión tras la toma interina de poderes), anunciara: "España cumplirá sus compromisos" y "deseamos proteger los legítimos derechos de la población civil saharaui". Pero al final España no cumplió sus compromisos, y Marruecos llevó a cabo su anunciada e injusta marcha verde, ocupando así el territorio saharaui.

Desde entonces el pueblo saharaui permanece olvidado en uno de los peores desiertos de este planeta. Más de veintinueve años malviviendo en unas condiciones extremas. Mientras que aquí, en España, lejos de saldar nuestra deuda, cada día somos +más afines a Marruecos. De hecho, para fomentar el desarrollo del país vecino, España realiza aportaciones económicas, de tal calibre que el pueblo saharaui tardaría cien años en igualar una sola de esas aportaciones. Yo no digo que esté mal ayudar a un país vecino, sólo pienso que la ayuda que prestamos a los diferentes países debe ser equitativa.

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