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Columna
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El problema de China

El fenómeno chino parece haberse convertido en la justificación de muchos de los desajustes que suceden en la economía internacional. El espectacular crecimiento de la demanda de materias primas, la escalada de los precios del petróleo, la deslocalización industrial, los desequilibrios de las balanzas corrientes o la necesidad de revaluar el yuan para suavizar las presiones depreciadoras del dólar con otras divisas son algunos de los problemas que se explican por el desarrollo chino.

Pero China no es sólo origen de desequilibrios. Su despegue en el escenario internacional ha permitido descongestionar un panorama económico inquietante para gran parte de la eurozona, y desde luego, para Japón. Sin la aportación de la demanda externa, la coyuntura habría sido mucho más desfavorable y todavía en el primer trimestre el crecimiento alemán, por ejemplo, venía explicado únicamente por exportaciones. De hecho, la economía china no sólo ha inundado los mercados con sus productos; también se ha convertido en el segundo importador mundial y ha ejercido el protagonismo como principal dinamizador del comercio internacional en este comienzo de siglo.

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Sus patrones de crecimientos son atípicos. Con tasas de crecimiento que promedian un 9% en los últimos veinte años (10% en la actualidad), ya se ha situado como la sexta economía del planeta y es además, con alrededor de 60.000 millones de dólares anuales, la mayor receptora de inversión directa, por encima incluso de la economía estadounidense.

Su enorme capacidad competitiva, sobre todo en sectores intensivos en mano de obra, constituye un atractivo para los inversores, pero al mismo tiempo genera presiones deflacionistas que han dañado la relación de intercambio de los países competidores. En condiciones normales, si el sector financiero estuviera liberalizado, la combinación de superávit en su balanza corriente y las entradas de capitales habrían presionado al alza al yuan y contrarrestado parte de esta ventaja competitiva.

Sin embargo, las autoridades chinas mantienen restricciones en su mercado para facilitar un régimen de tipo de cambio fijo que garantice a los inversores una escenario de estabilidad y permita al mismo tiempo la acumulación de reservas en divisas fuertes. Como consecuencia de ello, las presiones internacionales para que el Gobierno chino reconozca un tipo de cambio más realista han sido una constante en los últimos meses.

Los mercados cotizan el yuan a un año con una prima del 2,5% frente al dólar cuando sus tipos de interés interbancarios se sitúan entre dos y tres puntos por encima de los estadounidenses. Según nuestras estimaciones, el yuan se encuentra sobrevalorado cerca de un 10%, aunque otros analistas amplían hasta un 20% esta desviación. No es fácil consensuar una cifra cuando se está cuestionando la fiabilidad de las estadísticas oficiales de inflación. Si bien las tasas publicadas apuntan crecimientos medios en torno al 0,7% en los últimos siete años (se prevé un 3% para 2004), hay quienes consideran más fiables niveles superiores al 5%.

Los buenos registros de empleo en el sector industrial que se han encadenado en la economía estadounidense parecen haber suavizado por el momento las presiones de la Administración de Bush, que en noviembre afronta las elecciones presidenciales. Aunque sin duda es un ajuste que queda pendiente para el futuro, por el momento la preocupación del Gobierno chino parece estar más centrada en evitar los riesgos de recalentamiento de su economía y sobre todo en frenar la expansión crediticia. Decisión que parece acertada en una economía que presenta signos de sobreinversión (la inversión creció un 43% interanual en el primer trimestre), en gran medida alimentada por la facilidad para obtener financiación en un sistema financiero con una precaria selección del riesgo crediticio y con una deficiente gestión del gasto público. Asia ya cuenta con no pocos antecedentes de crisis que radicaron en la ausencia de una supervisión adecuada del sistema bancario y un mayor control del crédito.

César Cantalapiedra es socio del Grupo Analistas y profesor de la Escuela de Finanzas Aplicadas.

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