El único toreo verdadero
Una lección magistral de toreo al natural. Así fue la faena de El Cid al segundo de la tarde, encastado y noble, eficaz colaborador para que el toreo alcanzara niveles de solemnidad. El Cid es, hoy por hoy, la mejor zurda del escalafón a larga distancia de los demás. Es un artista de una pieza, un torero entregado y valiente, inteligente y elegante.
Toreó como los ángeles, cargó la suerte, ligó los pases, embebido siempre el toro en los vuelos de la muleta. Citó a la distancia justa, dejó reposar a su oponente, embarcó a la perfección la larga embestida, y el cuadro final fue de tan exultante belleza que la plaza, entusiasmada, se trasladó a otra dimensión.
Así es el único toreo verdadero; así de arrebatador y emocionante. Ésa es la conmoción que se produce cuando se encuentran un toro encastado y un torero valiente y artista.
Martín / Esplá, El Cid, Robleño
Toros de Victorino Martín, bien presentados, blandos y que cumplieron en los caballos; 2º, 3º y 5º, encastados; 1º y 6º, sosos; el 4º, deslucido.
Luis Francisco Esplá: media estocada (palmas); pinchazo y estocada (pitos).
El Cid: tres pinchazos -aviso- y un descabello (vuelta); estocada caída (oreja).
Fernando Robleño: -aviso-, estocada baja (oreja con protestas); cuatro pinchazos, un descabello -aviso- y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas, 5 de junio.
22ª y última corrida de feria. Lleno.
Comenzó El Cid por bajo y al tercer pase tomó la izquierda y dibujó cuatro naturales excelentes que dejaron al público boquiabierto. Se separó del toro, siempre fijo éste en el torero, y volvió a citarlo a la distancia justa. El toro, recrecido, embistió más largo y humillado y permitió otra secuencia de toreo de altura. A continuación, a pies juntos, los naturales iban y venían perfectamente ligados con el de pecho. Aún hubo dos tandas más -es verdad que algunos pases resultaron enganchados-, pero el toreo no bajó de nivel. Fue, en fin, una faena de irreprochable templanza. En suma, si sentir el toreo es un don, El Cid es un privilegiado porque siente y hace sentir la suprema calidad del toreo más bello.
Hubiera sido un triunfo clamoroso, pero El Cid tiene tan buena zurda como nefasta es su mano derecha a la hora de matar. La verdad es que la corrida de Victorino no defraudó. Fue una tarde divertida y apasionada en la que los toros tuvieron comportamientos muy variados. Segundo, tercero y quinto ofrecieron espectáculo en el tercio final.
Por fin, El Cid consiguió cortar una oreja a su segundo, que se lo pensaba antes de embestir y miraba reiteradamente al torero. Pero volvió a cruzarse, a cargar la suerte, con la muleta siempre por delante y consiguió naturales sencillamente grandiosos. Usó el pico, pero fue en conjunto una faena emocionante por la entrega del torero. La estocada no cayó bien -en manos de este torero parece imposible-, pero el trofeo fue merecido.
También triunfó Robleño, valiente y arrollador. Fue volteado sin consecuencias por su primero y se levantó enrabietado, con una muleta poderosa y una actitud muy responsable. Toda la faena fue por el lado derecho y brotaron redondos ceñidos y templados. El quinto se estrelló contra la barrera y la conmoción le duró lo que le quedó de vida. Blandeó en exceso y el torero sólo pudo buscar la justificación.
Esplá se encontró con el lote más deslucido y él tampoco se mostró animoso. Muy precavido ante el soso primero, no quiso ver al deslucido cuarto. Triunfó su picador Anderson Murillo al recrearse en la suerte del cuarto, que parecía muy bravo y se quedó en bravucón.