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Reportaje:REPORTAJE

Cáncer, ¿una guerra perdida?

No pasa día sin que los medios de comunicación recojan alguna novedad sobre el cáncer. Ya sea un virus diseñado mediante ingeniería genética capaz de eliminar células malignas, o informes que confirman la responsabilidad de la contaminación química en la proliferación de tumores. Son indicios de lo mucho que interesa esta temible enfermedad, tanto a la comunidad científica como a los ciudadanos. Pero la masa de información acumulada en las últimas décadas no parece haber logrado el objetivo clave: curar, o, al menos, controlar el cáncer, verdadero azote de las sociedades desarrolladas. La gravedad de la situación se percibe mejor cuando se considera que uno de cada tres españoles desarrollará un tumor a lo largo de su vida, dadas las expectativas de longevidad actuales.

Yondelis resultó eficaz en un 22% de los pacientes. Pero algo típico de los fármacos antitumorales es que casi siempre los resultados son modestos
"La terapia contra el cáncer es muy burda. Se basa en atacar la célula con radiaciones o con sustancias tóxicas que destrozan el ADN"
"La obsesión con el sida era investigar fármacos para que la gente dejara de morir. Eso es lo que ha ocurrido y ha sido eficaz", dice Blasco
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Las estadísticas son contundentes, además, a la hora de señalar dos cosas: el aumento de la incidencia del cáncer y la estabilización de la mortalidad en los últimos 16 años. El mensaje que encierran estos datos es claro: lejos de remitir, el cáncer es el gran reto sanitario del siglo XXI y el gran asesino de la población en los países desarrollados, superando inexorablemente a las enfermedades cardiovasculares. Según el Instituto Nacional de Epidemiología, en España murieron más de 91.000 personas (el porcentaje de hombres duplica al de mujeres) en 2003 víctimas de tumores, y se registraron 150.000 nuevos casos.

El esperanzador ejemplo del ciclista Lance Amstrong, cinco veces ganador del Tour de Francia tras superar un cáncer de testículos, hay que contrastarlo con la realidad de millones de muertos al año en todo el mundo por culpa de esta enfermedad genética. Y es que hablar de cáncer no basta. "Hay que ponerle apellidos", reconocen los expertos, dada la enorme colección de enfermedades que se engloban en esa palabra. El organismo humano tiene 200 tipos de células, todas susceptibles de desarrollar un cáncer.

Es cierto que el ciclo celular guarda ya pocos secretos para la ciencia, pero los millones de experimentos no se han traducido en tratamientos capaces de salvar vidas de manera significativa. Y no parece ocioso preguntarse por qué. "Falta integración entre los ámbitos de investigación básica, epidemiológica y clínica", para afrontar el reto de salud pública que representa el cáncer, constata el Centro Nacional de Epidemiología.

Diagnóstico precoz

"Hemos avanzado mucho en supervivencia, gracias a una mayor prevención y al diagnóstico precoz", dice Isabel Oriol, directora de la Fundación Científica de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), creada hace 30 años. Avances desiguales, que han permitido combatir con relativo éxito algunos tumores, como los de mama, pero que han tenido nula incidencia en otros tipos, extremadamente letales.

Lo curioso es que las estadísticas españolas, un país donde apenas se dedican 35 millones de euros anuales a la investigación sobre esta enfermedad, no son muy diferentes a las de EE UU, que destina más de 14.000 millones de euros al año al mismo fin. ¿Será cierto, como se apunta tímidamente en algunos sectores de la comunidad científica, que los fondos están mal orientados, potenciando exageradamente la investigación básica, y dejando en segundo plano lo que sería más urgente, es decir, el hallazgo de curas para los millones de pacientes?

Oriol no tiene experiencia científica, pero desde el observatorio privilegiado de la AECC apunta alguna causa para explicar la situación actual. La sociedad no ha sido capaz de presionar a fondo para que el problema-cáncer sea una prioridad sanitaria como debería serlo. No es que falte sensibilización. De hecho, la Asociación Contra el Cáncer recauda anualmente sumas fabulosas (ocho millones de euros en 2003) en el día de la cuestación nacional. "Pero la gente no es consciente de la magnitud del problema", añade Isabel Plañiol, presidenta de la AECC. "En las encuestas que hacemos vemos que la salud ocupa el primer puesto entre las preocupaciones de los adultos, pero a lo que más temen es al sida".

El pánico que suscitó la epidemia de sida, destapada a finales de los años ochenta, y la juventud de las víctimas potenciales, justificaba el interés mediático y sanitario. "El sida afecta sobre todo a la población joven, mientras el cáncer está más relacionado con la vejez. Si el riesgo de padecer un tumor fuera más alto entre la gente de 30 años, seguro que se habrían movilizado para encontrar vías de curación", apunta Manel Esteller, biólogo molecular del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), buque insignia de la investigación oncológica en España desde su creación, en 1998.

De hecho, el cáncer no se plantea como un problema médico hasta los años sesenta, "cuando empieza a dispararse la esperanza de vida", dice Eduardo Díaz-Rubio, catedrático de Oncología y coordinador del Plan Integral del Cáncer, que pretende unificar criterios para afrontar el reto sanitario de esta enfermedad en España. "Esto coincide con el control de las enfermedades infecciosas y la eclosión de las crónicas, relacionadas con la degeneración de cualquier proceso de crecimiento. Las células se dividen, crecen y mueren. Cuando queremos prolongar su vida más de lo debido, esas células envejecidas tienen más propensión a que alteraciones de ciertos genes den lugar a un desarrollo anómalo, que es lo que se llama cáncer. Cáncer es una división celular anómala en la que los mecanismos de control de la división han fallado. Claro, envejecimiento y cáncer son las dos males que están hoy en día encima de la mesa".

Envejecimiento

Envejecimiento y cáncer, dos palabras estrechamente relacionadas. Pero entonces, ¿cómo se explica que las estadísticas de incidencia, en algunas de sus formas más comunes, sean particularmente abultadas entre los 46 a los 69 años de edad? Misterios de una enfermedad enigmática, de los muchos que planean sobre el cáncer, y sobre sus orígenes. "Es cierto que aún no se han hecho estudios epidemiológicos de envergadura", dice Esteller. "Por ejemplo, sabemos que el tabaco es un factor exterior clave en el cáncer de pulmón, que el 90% de los hombres que lo desarrollan son fumadores, pero desconocemos el porqué de la enorme incidencia de cáncer de mama. Puede deberse a que comemos más carne, por ejemplo. Sabemos que las hormonas están implicadas en su génesis. Pero no existe un factor epidemiológico claro".

Pero, si bien el tabaco es un agente cancerígeno demostrado, no están estudiados a fondo los efectos de la contaminación ambiental en el desarrollo de este tipo de tumores. Las radiaciones, las hormonas, productos como el amianto, han sido descritos hasta ahora como factores cancerígenos seguros, pero en este territorio son muchas las incógnitas.

"Le aseguro que si no existiera el tabaco no estaríamos aquí, hablando del cáncer", advierte el profesor Díaz-Rubio. "El tabaquismo es culpable del 30% de los tumores. Ha matado a más personas en este siglo que todas las guerras que ha habido". Por supuesto, uno puede fumar toda la vida sin desarrollar un cáncer de pulmón o padecerlo sin haber fumado un cigarrillo. La herencia genética juega un papel fundamental en este drama.

A menudo, investigadores y expertos echan mano de la complejidad del cáncer para explicar la modestia de los logros obtenidos hasta ahora en este desigual combate contra la enfermedad. Nadie podría reprochárselo, porque las células malignas tienen una endiablada capacidad de dividirse para dar vida a células con un ADN alterado. Esta inestabilidad genética es tal que en un tumor conviven millones de células diferentes; cuanto más desarrollado el cáncer, más cargado de mutaciones imposibles de tratar.

"Ahora conocemos prácticamente todos los eventos que se producen en una célula cancerosa", dice Díaz-Rubio. "Conocemos esa galaxia que genera cáncer. Pero trabajar sobre una galaxia es imposible, por eso la ciencia se fija en unos pocos soles, que son los que nos interesan más. Lo que se ha hecho es trabajar sobre cinco o seis aspectos de la célula cancerosa, dejando de lado muchos más".

Los científicos son optimistas respecto a las posibilidades de ganar este reto. Después de todo, dicen, la investigación en profundidad es cosa de anteayer. Los conocimientos de genes se remontan a apenas 15 años. Una molécula de importancia vital como el P53, conocida como el guardián del genoma, un oncogen supresor cuya misión es controlar los procesos de división y muerte celular (capaz de chequear si en el proceso de división se han producido daños irreparables en el ADN de la célula y de ordenar en consecuencia su suicidio o apoptosis), fue descubierta a finales de los ochenta.

Hay quien considera, sin embargo, que se ha perdido un tiempo muy valioso desentrañando aspectos secundarios en este misterio del cáncer, en lugar de agilizar la puesta en práctica de nuevas terapias. Es la tesis que mantiene un demoledor informe sobre la situación actual en la guerra contra el cáncer publicado hace un par de meses por la revista estadounidense Fortune. Su autor, Clifton Leaf, superviviente de cáncer, no deja títere con cabeza a la hora de analizar el porqué de esta desesperante lentitud en el hallazgo de remedios contra esta enfermedad.

La tesis de Leaf

A su juicio, la Administración sanitaria, la comunidad científica y las empresas farmacéuticas han perdido el rumbo en esta ardua batalla. La tesis de Leaf, que comparten buen número de investigadores y médicos de su país, es que la comunidad que trabaja en resolver este gigantesco enigma se ha quedado anclada en la teoría, o atrapada en el uso y abuso de los experimentos con ratones, cuyas similitudes genéticas con el ser humano son grandes, pero cuya disparidad física es evidente.

Por eso, observa el autor, las drogas que acaban con los tumores inducidos en ratones son ineficaces en los pacientes humanos. Y, lo que no es menos aterrador, muchas de las que fallan en el pequeño modelo podrían ser efectivas en las personas. Por no hablar de la rígida normativa que regula los ensayos clínicos, un sistema de tres fases para probar la efectividad de un nuevo fármaco, denunciada en febrero de 2003 por los directores de los principales centros de tratamiento e investigación del cáncer en Estados Unidos, que los consideraron, además de largos y arduos, "ineficaces, y monstruosamente caros".

¿Será realmente para tanto? María Blasco bióloga molecular del CNIO, cree que tampoco se debe exagerar en esta delicada cuestión. "Puede haber errores, pero el uso de los ratones sigue siendo muy útil", dice, al tiempo que defiende la investigación básica. "Es fundamental, porque es lo que nos permite encontrar dianas terapéuticas, puntos de ese proceso que se puedan atacar con fármacos, y así curar a los enfermos". Sin embargo, Blasco reconoce que hay demasiados obstáculos prácticos que impiden que la investigación repercuta en tiempos breves en la salud de los pacientes.

"Lo que falta es un lobby social más fuerte. El caso del sida es ejemplar. Era una enfermedad nueva, pero gracias a la fuerte presión de los grupos afectados, especialmente en EE UU, se consiguió que la investigación se desarrollara siempre con un enfoque muy práctico. La obsesión de los afectados era una: que se investiguen fármacos para que la gente deje de morir. Eso es lo que ha ocurrido, y ha sido eficaz", dice Blasco.

Los ensayos clínicos están sujetos a un rígido protocolo que impide, por ejemplo, la experimentación combinada de varios fármacos, y, a menudo, las pruebas se efectúan en tumores muy avanzados, cuando ya han fracasado todas las demás terapias. No sorprende que el resultado sea poco esperanzador con tanta frecuencia. Por eso, hoy día los fármacos antitumorales no están a la altura del enemigo que pretenden combatir. "La terapia contra el cáncer es muy burda. Se basa en atacar la célula con radiaciones o con sustancias tóxicas que destrozan el ADN. Juega con el hecho de que las células tumorales son más activas y pueden verse más afectadas. Pero hay pocos ejemplos de productos más refinados", reconoce Blasco. Precisión y refinamiento son, sin embargo, las características que deberán tener las drogas del futuro. Armas específicas que sólo pueden obtenerse a partir del trabajo conjunto de una serie de especialistas: farmacólogos, biólogos, informáticos, matemáticos y oncólogos, porque esta enfermedad hay que afrontarla desde una abrumadora variedad de aspectos, dada su complejidad.

Para llegar al paciente, tendrán que superar, aun así, la barrera de la Administración. Ya sea la Food and Drugs Administration (FDA), en Estados Unidos, o la Agencia Europea del Medicamento (AEM). Ni una ni otra están libres de críticas. Hace unos meses, la AEM votó en contra de un fármaco, Yondelis, fabricado por la española Zeltia, y experimentado con éxito en el tratamiento de un tipo de cáncer -sarcoma de tejidos blandos- que causa 4.000 muertes al año sólo en el Viejo Continente. "Si no se aprobó fue más por razones políticas que técnicas. Tendrían que haber concedido un aprobado condicional", dice el presidente de la firma, el catedrático de Bioquímica José María Fernández Sousa. Sobre todo porque la experimentación de uno de estos fármacos es larga y costosa. Pharmamar, la división de Zeltia que investiga compuestos marinos contra el cáncer, lleva 17 años trabajando en este sector, sin que tres de los cuatro fármacos descubiertos en sus laboratorios hayan superado aún la fase de ensayo clínico.

Zeltia espera que sea la Administración estadounidense la que dé luz verde ahora al Yondelis, un fármaco que se ha demostrado eficaz en un 22% de los pacientes. El porcentaje puede parecer pequeño, pero algo típico de los fármacos antitumorales es que se juega casi siempre con resultados muy modestos.

Se habla de fármacos que en los ensayos clínicos han prolongado cuatro meses la vida de 16 pacientes, o han reducido la recurrencia de un determinado tumor en un plazo de cinco años. "La investigación clínica es carísima porque hay muy pocos éxitos", dice Díaz-Rubio. Sólo los laboratorios farmacéuticos se embarcan en este proceso costosísimo. Por eso son reacias a asumir grandes riesgos, o a adentrarse por caminos demasiado innovadores. El caso de Zeltia es único en España, porque la investigación de nuevas drogas contra el cáncer está lejos de ser una actividad lucrativa. Fármacos contra la obesidad, el colesterol o una crema contra el acné son infinitamente más rentables.

Sobre todo porque médicos e investigadores coinciden en que no se vislumbra en el horizonte un remedio mágico contra este enemigo temible. En la historia de la investigación del cáncer pocas veces se ha encontrado un fármaco milagroso. Uno de estos pocos casos de éxito total es el Gleevec, un producto que cura determinados tipos de leucemia, producidas por la alteración de un solo gen. Lo malo es que, como subraya Díaz-Rubio, "la mayoría de los tumores se producen por la alteración de un gran número de genes, son enfermedades poligénicas. Hay que atacar a la vez por distintas vías". El único camino claro, para este oncólogo, está en aceptar una mayor complejidad en terapias y tratamientos, en atacar el cáncer con combinaciones de fármacos. "Tendrá que intervenir el laboratorio para hacer un análisis de expresión de genes, extraer el ADN, y decirme a mí, clínico, que a un paciente tengo que tratarlo con A, al otro con B y al otro con C. Esto es también mucho más caro".

Dinero y paciencia

Serán necesarios dinero y paciencia. Sólo con estos ingredientes, "irá aumentando el arsenal terapéutico que tenemos contra el cáncer, porque es una colección de enfermedades que no se puede resolver con un solo remedio", dice Fernández Sousa. El siglo que acaba de comenzar será clave en el hallazgo de muchas de estas dianas, puntos clave del proceso cancerígeno que podrán ser atacados con fármacos específicos. "Iremos paso a paso, pero será una progresión geométrica y no aritmética, como hasta ahora". Manel Esteller tampoco espera grandes pasos adelante en esta carrera de fondo que es la guerra contra el cáncer, pero cree que los avances logrados son ya esperanzadores. "Yo firmaría ahora mismo porque llegáramos a un control del cáncer como el que existe hoy con el sida, que se ha convertido en una enfermedad crónica, con una esperanza de vida cada vez mayor para los pacientes". Diez, 15 años más de vida no es un pequeño triunfo si se tiene en cuenta la oscuridad de la que venimos. Además, ganar tiempo es fundamental, dice, porque algunas conquistas están ya al alcance de la mano.

Una científica trabaja con un microscopio en el Centro Nacional de Investigación Oncológica.
Una científica trabaja con un microscopio en el Centro Nacional de Investigación Oncológica.RICARDO GUTIÉRREZ

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