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Tribuna:LAS SALIDAS A LA GUERRA DE IRAK
Tribuna
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¿Qué hacemos con Irak?

El autor pregunta a los que siguen apoyando la guerra si hay que esperar un final a lo Vietnam o buscar fórmulas más eficaces para reconstruir un orden internacional más justo.

En marzo de 2002 formé parte de una delegación parlamentaria de la UEO que visitó Washington y que se entrevistó con altos cargos del Departamento de Estado y el Pentágono, así como con responsables de los más reputados think tanks de la capital. Habían pasado pocos meses desde el 11-S y la conmoción norteamericana sobre aquella catástrofe estaba, como es natural, muy viva. EE UU estaba en aquellos momentos en plena operación de desmantelamiento del régimen talibán y de los núcleos de Al Qaeda en Afganistán con el apoyo de prácticamente toda la comunidad internacional. Sin embargo en muchas de las reuniones nuestros interlocutores se referían con insistencia a Irak como primer objetivo a batir del "eje del mal" definido por el presidente Bush semanas antes.

En 2002, Estados Unidos ya se refería a Irak como primer objetivo a batir del "eje del mal"
Lo importante es cómo llegar a una salida digna sin mayores sufrimientos para el pueblo iraquí

Los parlamentarios europeos estábamos tan impresionados por la determinación irrevocable y firme de invadir Irak por parte del Gobierno de EE UU que en un momento dado el francés Jacques Baumel, ex ministro del general De Gaulle, preguntó: "Si he entendido bien ustedes tienen ya decidido intervenir militarmente en Irak y sólo necesitan tiempo para que pasen las elecciones parciales de noviembre y para reponer las armas sofisticadas que están gastando en Afganistán, es decir, que la guerra de Irak se producirá pasado el invierno, o sea, en la primavera de 2003". La respuesta fue un escueto "sí" de la parte norteamericana.

A mi vuelta informé a mi partido y hablé del tema en una conferencia que dicté en Sevilla programada mucho antes de mi visita a Washington. Entonces, primavera de 2002, los medios políticos y los medios europeos no daban aún por segura la guerra de Irak, sino que más bien parecía que EE UU estaba ejerciendo una fuerte presión contra Sadam Husein para obligarle a cooperar con los inspectores de Naciones Unidas con el objeto de desmantelar los arsenales de armas de destrucción masiva que supuestamente almacenaba en su territorio.

Pero los parlamentarios europeos que visitamos EE UU volvimos convencidos de que la decisión estaba ya tomada y lo acontecido posteriormente fue sólo el intento de construir un escenario creíble, un argumentario lo más sólido posible para captar aliados, lograr el aval del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, convencer como fuera a los inspectores encabezados por Hans Blix de que dijeran que efectivamente había armas de destrucción masiva y que Sadam Husein no colaboraba... y así emprender la operación "libertad duradera" en la fecha prevista por lo menos con un año de antelación. Pero que si todo ello no se conseguía, EE UU intervendría sola. Tenía, nos dijeron, la capacidad y la determinación para hacerlo y, añadieron, no necesitaba a Europa para ello. No valieron nuestros modestos argumentos a favor del multilateralismo, del respeto a la legalidad internacional o a la tradición norteamericana, que el propio padre de Bush practicó en la guerra del Golfo en 1991, de contar con el mayor número de aliados posibles. Tampoco les importaban en esos momentos los planes para después de la victoria en un país tan complejo y de difícil encaje entre chiíes, suníes y kurdos, convencidos como estaban de que serían recibidos como libertadores y que todo sería un paseo militar.

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Recuerdo que comentamos entre nosotros, parlamentarios de varios países europeos pertenecientes a partidos conservadores, liberales o socialdemócratas, que nunca habíamos visto, en visitas anteriores, a una Administración norteamericana tan unidimensional, tan de discurso cerrado y sin matices, tan ajena a cualquier opinión ajena procedente de países y personas amigas y aliadas. Comprendíamos que la magnitud del ataque terrorista que habían sufrido, que lo sentíamos como propio a pesar de que aún hoy se sigue diciendo que Europa no se daba cuenta de la trascendencia del peligro que se nos venía encima, había conmocionado de tal manera a aquel país que su Gobierno necesitaba demostrar ante su opinión pública que pondrían todo su inmenso poderío en la derrota del terrorismo islámico. Pero ya pensábamos tímidamente entonces que no era ese el camino, que aquello podría tener el efecto contrario, el de exacerbar y alimentar más terrorismo, empeorar la situación en Oriente Próximo, aumentar hasta extremos inconcebibles el odio de las masas musulmanas a EE UU y sus aliados. No dudábamos, sin embargo, de la existencia de armas de destrucción masiva en el Irak de Sadam Husein y, como es sabido, también ese argumento cayó después.

En los meses posteriores a la citada visita, EE UU logró el apoyo de Gran Bretaña y de la España de Aznar, ambos miembros del Consejo de Seguridad, pero no de la mayoría del mismo donde Francia y Alemania, pero también Rusia, China, México y Chile, Siria, entre otros, se opusieron porque vieron razonables las peticiones de más tiempo y medios que formulaban los prestigiosos y respetables inspectores de Naciones Unidas, así que tras descalificar a quienes se "resistían" y conseguir la división de Europa gracias a la carta encabezada por Aznar y firmada por otros siete países europeos, los tres más significativos partidarios de la guerra, Bush, Blair y Aznar, se fueron a las Azores y lanzaron un ultimátum de imposible cumplimiento a Sadam Husein (sabemos ahora que el tirano no podía demostrar que tenía armas de destrucción masiva si no las tenía). Nunca sabremos si los tres de las Azores sabían entonces que no existían tales armas en Irak, aunque después de tantas mentiras como se ha descubierto es probable que sí conocieran su inexistencia.

Cuando ahora Irak es un caos de consecuencias imprevisibles y aparecen en los medios de todo el mundo las terribles fotografías de las torturas infligidas por soldados norteamericanos en la cárcel de Abu Ghraib a prisioneros iraquíes o el estremecedor vídeo del degollamiento del americano Nicholas Berg a manos de un comando de Al Qaeda, mucha gente recuerde la foto de las Azores y se pregunte cómo aquellos tres tristes líderes mundiales han podido llevarnos adonde nos han llevado. No creo que importe ya demasiado que Aznar haya recibido el veredicto del pueblo español el 14-M o que Blair y Bush estén en dificultades en sus respectivos países o que incluso muchos piensen que los tres deberían ser llevados ante el Tribunal Penal Internacional.

Lo más importante ahora es llegar a saber cómo sale el mundo de este embrollo, cómo se puede llegar a una salida digna de Irak sin que ello suponga mayores costes y sufrimientos para el pueblo iraquí, cómo Naciones Unidas logra, si es que puede, llegar a tener un papel eficaz en el futuro inmediato de dicho país, cómo se logra involucrar a los países árabes y musulmanes, a la Liga Árabe, a la conferencia islámica, en las soluciones al problema, con una Europa ahora más unida colaborando activamente. Desde luego, cada día parece más claro que las fuerzas de ocupación no podrán permanecer por mucho tiempo más, y ya muchos países que tienen fuerzas allí buscan las razones y el momento para evacuar a sus soldados. No, no es la retirada de las tropas lo que alimenta el terrorismo islámico, lo que lo está alimentando como un poderosísimo caldo de cultivo son las imágenes que llegan a todo el mundo del continuo goteo de víctimas, de torturas, de secuestros, de guerra abierta que sigue sufriendo Irak un año después del "final de la guerra".

A los que apoyaron y siguen apoyando la guerra porque lo contrario era el "apaciguamiento" y que llegan a comparar el presente con Múnich, 1939 e incluso después del brutal atentado del 11-M en Madrid siguen creyendo que la guerra de Irak estaba justificada y el apoyo del Gobierno de Aznar era necesario, aunque éste ahora reconozca que bajó la guardia frente al nuevo terrorismo, habrá que preguntarles si tenemos que esperar un final a lo Vietnam o por el contrario habrá que encontrar fórmulas más inteligentes, más elaboradas y sobre todo más eficaces que acorten los sufrimientos, disminuya la vulnerabilidad ante futuros atentados y reconstruya la legalidad y un orden internacional más justo y pacífico.

Luis Yáñez-Barnuevo es embajador de España y candidato a eurodiputado por el PSOE.

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