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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Para pensar la democracia

Fernando Savater

El término "democracia" funciona en el discurso rutinario de los medios de comunicación y de los políticos como escapulario (o "deténte-bala") y como arma arrojadiza, aunque se diría que ya no pertenece propiamente a la teoría política. Es una palabra que se esgrime o que se asesta al adversario ("democracia" es siempre aquello que no respetan los demás, lo mismo que "moral" ha venido a ser lo que falta a los otros) pero sobre lo que rara vez se reflexiona. Por ello resulta muy de agradecer que de vez en cuando vuelva a ser tema de la filosofía política. A este género pertenecen los dos libros que motivan esta nota, desde enfoques radicalmente diferentes. En el primero de ellos, se intenta pensar en qué consiste la esencial originalidad del sistema democrático; en el segundo, se razona sobre las implicaciones y requisitos prácticos de su más logrado cumplimiento en la actualidad. Son dos esfuerzos complementarios e igualmente necesarios, uno para conocer mejor en qué consiste aquello a lo que políticamente aspiramos y el otro para concebir cómo realizarlo mejor.

EL ADVENIMIENTO DE LA DEMOCRACIA

Robert Legros

Traducción de Jesús María Ayuso Díez

Caparrós Editores. Madrid, 2003

349 páginas. 18,50 euros

IL SOVRANO E IL DISSIDENTE

Paolo Flores d'Arcais

Garzanti. Milano, 2004

105 páginas. 8 euros

Podríamos describir el libro del profesor Legros como una fenomenología del orden democrático, es decir, como el intento de captar intelectualmente su núcleo específico sin dejarnos despistar por añadidos circunstanciales y anécdotas históricas. Lo crucial de este sistema se revela por contraposición con el orden aristocrático que durante tantos siglos le precede y que quizá permanentemente le acecha como alternativa recurrente. En la sociedad aristocrática, cada cual no identifica a sus semejantes sino entre los miembros de su misma casta, las cuales pertenecen al orden de lo pre-político, es decir de lo natural, lo mismo que las jerarquías de ellas derivadas. La estratificación y organización del mundo es el reflejo terrenal de una escala valorativa divina que escapa a la crítica y al afán revocatorio de la voluntad humana. Por el contrario, "el advenimiento de la democracia es el advenimiento de un mundo en el que los hombres se sienten esencialmente semejantes unos a otros, tienen vivencia de su humanidad común y, por ello mismo, se ven empujados a realizar la experiencia de que el mundo cotidiano y el del más allá se han disociado y (...) de que se han disociado la tradición y lo normativo, la naturaleza y la tradición, así como la naturaleza y lo normativo". Por tanto este nuevo orden se funda en la igualdad de condiciones entre los humanos, en su autonomía respecto a un condicionamiento natural inamovible y en la independencia individual de sus miembros como sujetos libres.

Aunque este planteamiento parezca incurablemente abstracto, no deja de tener implicaciones que sirven para orientarnos en aspectos mucho más concretos. Por ejemplo, la resistencia ilustrada al prejuicio común que confina a cada cual en su cultura, de modo que nuestras ideas vengan forzosamente dictadas por ésta tal como la sombra del genio maligno envolvía con sus engaños al dubitativo Descartes. Porque precisamente la democracia consiste en la suspensión cautelar de nuestras pertenencias "naturalizadas" (sean sexuales, raciales, étnicas, religiosas o de clase) para instalarnos en un orden voluntariamente convenido y voluntariamente revocable por los iguales en la condición humana. Dentro de tal sistema y en contra de lo que parecen sostener ciertas formas de multiculturalismo, "una cultura que no sea democrática no puede realmente expandirse, puesto que, en ella (en la sociedad democrática), está desgajada de la experiencia del mundo que podría darle vida y sentido. (...). El multiculturalismo es la forma más desarrollada de etnocentrismo, en el sentido de que desemboca en la destrucción más radical de la cultura del otro". La obra de Robert Legros -muy bien traducida por Jesús María Ayuso- abunda en análisis filosóficamente interesantes y sutiles aunque, precisamente por el esfuerzo del autor de hacerse entender, se ve lastrada en ocasiones por un estilo expositivo cuyas redundancias la hacen innecesariamente farragosa.

Como soberano y como disi-

dente: así ve Paolo Flores d'Arcais al individuo democrático. Es decir, como último depositario del poder que comparte con los demás pero con el derecho a discrepar de la mayoría para señalar caminos distintos que mañana pueden ser mayoritariamente aceptados. Porque para Flores d'Arcais, partidario de un individualismo libertario que ha explicitado en obras anteriores, la democracia es la forma de convivencia en la que el poder pertenece a cada uno, pero con este complemento imprescindible: "y ninguno pertenece al poder". De modo que tomarse en serio la democracia es tomarse en serio al individuo, lo cual es lo contrario de privatizar los servicios y garantías sociales para venderlos al mejor postor. Al contrario, tomarse en serio al individuo es proteger institucionalmente su derecho a la sanidad, a la educación, a la expresión de su disidencia crítica y desde luego también a la información veraz. En el capítulo 'Soberanía y verdad' -sobre cuya pertinencia actual no hace falta insistir- podemos leer: "El poder que miente es por tanto un poder que literalmente se ha hecho hostis del ciudadano: lo considera enemigo porque lo quiere súbdito". Y siguiendo su proyecto de activar la radicalización democrática, Flores d'Arcais dedica también páginas apasionadas y apasionantes a los medios de comunicación de masas ("la igualdad catódica es la auténtica libertad de los postmodernos. Una competición electoral sin acceso paritario a la televisión es señal definitiva de una democracia trucada"), al poder de los jueces tan imprescindible como peligroso y a la lucha de la ciudadanía contra la demagogia identitaria de las etnias, los sexos o las religiones que pretenden colmar sus deficiencias con pertenencias comunitarias y acríticas.

Al final de su obra, hace Flores unas consideraciones que cuadran bien con las reflexiones de los dos libros a que nos hemos referido y otros semejantes. Estudiar el fundamento y el funcionamiento de nuestras democracias occidentales es parte de nuestro compromiso ineludible para extender su mensaje emancipatorio por otras partes del mundo, recurriendo más al ejemplo que a la coacción. El terrorismo internacional no resuelve los problemas de desigualdad y opresión en cuyo nombre dice actuar, pero debe ser combatido no sólo con medidas de fuerza sino también y sobre todo por medio de una seria reflexión sobre lo que perpetúa desde nuestro propio sistema la desigualdad y la opresión a escala mundial. Y esta tarea no requiere sólo el esfuerzo de los estrategas sino también el de los filósofos. Pues, como dijo Hannah Arendt, "el interés por la política se ha convertido en una cuestión de vida y de muerte para la filosofía misma".

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