_
_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El paraíso perdido

Soñar la China. La multitud de exposiciones organizadas este año en Francia en honor de la China tienen como consecuencia inesperada el despertar la nostalgia. China aparece como el paraíso perdido. ¿Paraíso un país dictatorial, que ha conocido varias hambrunas a lo largo del siglo XX -el famoso "gran salto adelante" maoísta llevó la muerte a 20 millones de hogares-, paraíso un Estado que sigue ejecutando cada año a miles de personas, paraíso una sociedad en la que la mujer era o mera figura decorativa o aparato reproductor o sierva del placer masculino? La China real, con sus revoluciones y su difícil acceso a la modernidad, no ha sido ningún paraíso pero había otra China, un país que esperaba tiempos mejores, un patrimonio cultural, etnográfico, físico que había escapado a la imparable suburbialización del mundo moderno.

La China eterna que se expone en París y Mónaco es un mito, un deseo, un país que nunca existió

Era el último gran país en el que aún podía imaginarse un desarrollo armónico, en el que la televisión aún no había impuesto la idiotez como modelo colectivo, en el que la conquista de las libertades individuales no tenía por qué hacerse negando los derechos y deberes colectivos.

En la Biblioteca Nacional de Francia pueden verse 130 obras extraordinarias, textos escritos entre el siglo V y el XVIII, ejemplos prodigiosos de caligrafía, de ese arte que lo tiene todo de la pintura sin ser pintura. Es la escritura de la élite, la huella directa del alma del escritor. En París también, en el Grand Palais, se presentan 150 pinturas, dibujos, cerámicas y esculturas procedentes en su gran mayoría de museos de la China Popular y todas ellas realizadas en torno al tema de la montaña. Son paisajes imaginarios, lugares donde habitan los dioses, en los que los hombres aprenden los secretos de la eternidad, en los que se confunden naturaleza y divinidad. Por último, en Mónaco, en el Forum Grimaldi, lo que se muestra son casi cuatrocientos objetos coleccionados por François Dautresme (1925-2002) y que remiten a una vida cotidiana y a una artesanía que conservaba, aún en pleno siglo XX, los saberes y las técnicas aprendidas muchos siglos atrás.

Las tres exposiciones son muy

distintas entre sí: la caligrafía remite a nociones como "naturalidad" y "movimiento", a un aprendizaje de la autodisciplina y la elegancia. La Revolución Cultural desencadenada en 1966 quiso acabar con ella popularizándola a través de los dazibaos en que se denunciaba a los contrarrevolucionarios. El alto nivel de exigencia de la caligrafía clásica fue considerado como una de las causas del retraso del pueblo chino respecto a Occidente.

La colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Francia es excepcional. Buena parte procede de las misiones en China creadas por Luis XIV a finales del siglo XVI. Los enviados franceses no sólo tuvieron cometidos religiosos sino también ejercieron el espionaje industrial, recopilando información sobre los avances técnicos y científicos de la época en China. Otra parte importante de los fondos franceses fueron proporcionados por el sinólogo francés Paul Pelliot, que encontró en la llamada Gruta de los mil

budas, en las ruinas de un centro budista del siglo X -posiblemente usado como archivo de los 18 templos budistas de la zona de Dunhuang-, una habitación llena desde el suelo hasta el techo de manuscritos y rollos sobre papel, pinturas sobre seda y estampas en excelente estado de conservación. Muchas de las piezas exhibidas se presentan al público por primera vez.

En la exposición Les montagnes celestes las montañas (shan) y los ríos (shui) son el paisaje espiritual del hombre, un espacio sagrado que permite reencontrar una supuesta armonía originaria y el propio yo. El hombre, minúsculo, ha de afrontar los picos sobre los que se sostiene el cielo (wu yue), superar una serie de pruebas y de seres mitológicos para acceder a un estadio superior, a otro nivel de sabiduría. La mayoría de pinturas o dibujos optan por cumbres neblinosas, acantilados que abren perspectivas infinitas, senderos serpenteantes y una vegetación bien distribuida. Otras, las menos, prefieren sugerir, utilizan unas pocas ramas y el espacio vacío para hacernos oír el silencio y aludir al mito. Ni Duan (siglo XV) es un maestro en el primer estilo, mientras que Zhu Da (1624-1705) aparece como una de las figuras destacadas del segundo.

En la exposición de Mónaco pesa mucho menos el nombre del artista, la individualidad, y mucho más lo colectivo. Para el coleccionista Dautresme lo importante era salvar de la invasión de la fibra de vidrio los sampanes o los juncos de bambú, evitar que el plástico hiciera olvidar las redes de fibras vegetales, que los recipientes de gres negro de Quingshuihe desapareciesen para siempre ante el embalaje industrial, que el tractor se llevase por delante los aperos de labranza que durante siglos habían servido para arar la tierra, que China continuase siendo un museo vivo y no sólo un mercado en expansión. Dautresme compaginó su placer de antropólogo con sus obligaciones empresariales creando en 1967 la Compagnie Française de l'Orient de la Chine, que impulsó la demanda de artesanía china al mismo tiempo que el maoísmo intentaba liquidarla. Obviamente, la batalla era y es desigual.

En "pleno siglo de la fealdad", tal y como Balthus definió su y nuestra época, las tres exposiciones sobre China cobran una dimensión especial. No hay duda de que el viejo Pekín, con sus modestas viviendas de planta baja, no era ningún modelo de urbanismo, pero sus defectos eran mucho más reparables que los de Zhuhai, Ghuangzhou o Shenzhen y su apocalipsis de arquitectura internacional, es decir, de ningún sitio o del suburbio inacabable, un mundo en el que es imposible encontrar la felicidad tal y como la definía Li Bai: "Escuchar el canto de una niña que se aleja después de haberos pedido cuál es el camino a seguir".

La China eterna que se expone

en París y Mónaco es un mito, un deseo, un país que nunca existió. La maravillosa caligrafía sirvió para unificar el imperio y esos cambios formales en el trazo, que imaginamos tan personales, simbolizan cambios políticos; la actitud de respeto que el emperador Zhao Kuangyin demuestra hacia su consejero Zhao Pu en la pintura sobre seda de Liu Jun no impedía que en la realidad ese mismo soberano torturase a sus asesores hasta que éstos le desvelaban los secretos que quería conocer; la ropa con que imaginamos tradicionalmente vestidas las mujeres chinas más elegantes, el qibao, sólo se impuso en Shanghai entre 1930 y 1949, pues antes la mujer no "tenía cuerpo" y después, durante el maoísmo, sólo podía ser concebida como obrera, soldado o madre despótica. La nostalgia es aún más punzante cuando se comprende que se aplica a un mundo que sólo se ha materializado en las obras de arte.

China, tesoros de la vida cotidiana. Forum Grimaldi. 1, Princesse Grâce. Mónaco. Hasta el 16 de mayo.

Botas de seda de la dinastía Qing (sigloXIX).
Botas de seda de la dinastía Qing (sigloXIX).COLECCIÓN DAUTRESME

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_