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Columna
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¿Será Imaz el Juan XXIII del PNV?

En Euskadi, el PNV obtuvo el día 14 sus mejores resultados en unas generales, y ya agrupa el 77% del total de voto nacionalista (y el 66% si se consideran como votos a Batasuna los 100.000 nulos). En 2000 Batasuna propugnó la abstención, por lo que no es posible establecer una comparación, pero en las dos elecciones anteriores (1993 y 1996), el PNV recogía aproximadamente la mitad del voto nacionalista. Prosigue por tanto el proceso de concentración del electorado nacionalista en un solo partido, incluyendo la absorción paulatina de antiguos votantes de la ilegalizada Batasuna.

En conjunto, los nacionalistas (PNV- EA-Aralar) recogen ahora el 43,32% de los votos válidos, y los no nacionalistas (PSOE y PP) el 46,02%. IU no puede ser asignada a ninguno de los dos bloques porque, aunque su base no sea nacionalista, su política actual sí lo es. En todo caso, el Gobierno de Ibarretxe ha quedado reforzado: sus tres socios agrupan ahora al 48,4% de los votantes, frente al 47,6% que sumaron en las autonómicas de 2001.

En el campo no nacionalista, es llamativo el dato de que el País Vasco haya sido la comunidad en que más votos ha perdido el PP (diez puntos) aunque la quinta con menor subida del PSOE (cuatro puntos porcentuales). Pese a ello, la relación global entre diputados nacionalistas (8) y no nacionalistas (11) sigue siendo la misma de las tres anteriores elecciones. Si se contabilizan los diputados navarros la relación es de 9 a 15: el 60% de los diputados vasco-navarros pertenece a formaciones no nacionalistas.

Se pueden retorcer estos datos, agregando los nulos y los de la IU de Madrazo, pero la realidad es que la mitad de la población, más o menos, sigue votando a partidos no nacionalistas, y es eso lo que continúa haciendo inviable el plan Ibarretxe, pese al voluntarismo del lehendakari. Es precisamente la "pluralidad política e ideológica" cuyo reconocimiento reclamaba en este periódico el sábado pasado lo que hace imposible su empeño. Para una decisión que supone en la práctica derogar el Estatuto de Gernika, avalado en su día por todos los partidos menos Herri Batasuna, se necesitaría el refrendo de una "mayoría clara e inequívoca" en todos los territorios, según admitió en su día el propio lehendakari. Si el baremo fuera, como parece razonable, que la propuesta contase como mínimo con el respaldo de la mitad del censo de cada provincia, sería un objetivo lejano a la luz del 14-M: el nacionalismo agrupó en torno al 32% de los electores censados en Vizcaya y Guipúzcoa, y al 23% de los de Álava.

El intento de integrar al nacionalismo antidemocrático de Batasuna (15% de los votos en promedio), a cambio de excluir del consenso a fuerzas democráticas representativas del 50% de la población, no podía salir bien. El PNV de los años 30 también se equivocó inicialmente de aliados, pactando con la ultraderecha carlista el llamado Estatuto de Estella, cuyo contenido en materia de derechos civiles y religión (Indalecio Prieto habló de Gibraltar Vaticanista) lo hacía incompatible con la Constitución republicana. Cuando lo comprendieron, los dirigentes del PNV más inteligentes del momento, Aguirre e Irujo, renunciaron al de Estella y aceptaron un proyecto alternativo en cuya elaboración participaron otras fuerzas democráticas y que acabaría siendo aprobado por las Cortes en 1936.

¿Por qué no hace ahora lo mismo el PNV, retirando el plan Ibarretxe y planteando la reforma en el marco constitucional, como le han propuesto los socialistas y hasta el ex parlamentario de HB Txema Montero? Porque el proyecto del lehendakari es el cemento que mantiene cohesionados a los dos sectores del partido (representados por Imaz y Egibar), y en vigor la alianza de PNV y EA. Y porque es el principal enganche para seguir absorbiendo votos de la antigua Batasuna, lo cual proporciona una coartada moral al interés práctico. Por ello, la situación seguirá bloqueada mientras el nacionalismo no realice su perestroika (o su Concilio Vaticano segundo): mientras no adecue su política a la evidencia de la pluralidad vasca. La concentración del voto nacionalista en el partido que ahora encabeza Imaz más bien favorece esa posibilidad. La otra alternativa, que los no nacionalistas avalen con su voto un plan que les dejaría a la intemperie, es poco realista.

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José Antonio Aguirre.
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