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IDA y VUELTA
Columna
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'Judíos imaginarios'

Luis R. Aizpeolea

ºCuando hoy vote, la masacre del jueves no hará que olvide -todo lo contrario- una carta que leí el martes y que me mandó una amiga por correo electrónico, la violenta carta que un tal Vaderribas había enviado la semana pasada a un periódico de Madrid y que comenzaba así: "Vaya por delante que mi simpatía por vascos y catalanes es la misma, es decir, ninguna". Dicho esto, distinguía entre ambos pueblos y aseguraba que "un castellano recio siempre se sentirá más identificado con el carácter rudo y batallador del vasco" que "con la falta de carácter, el acongojamiento, el rechazo al enfrentamiento y el amor por el dinero y no por lo propio que caracteriza a nuestros peculiares judíos".

Junto a la masacre de Madrid también hay que recordar que hoy votamos, y que es muy llamativo que un periódico de un país democrático publique una carta tan directamente racista. Sorprende en esa carta, por otra parte, que en un país de judíos semiinexistentes (o invisibles al menos durante varios siglos) los catalanes sean los judíos imaginarios, con todos los prejuicios reproducidos, uno tras uno, del antisemitismo (adoran el dinero, rehúyen el enfrentamiento, son unos acojonados, etcétera), sobre todo del antisemitismo de la Alemania nazi. Es, en el fondo, una muestra más de la corriente antijudía que recorre Europa y a la que no se da la necesaria importancia.

En esta última campaña electoral, los judíos imaginarios han sido uno de los centros del extraño debate. Porque no hay que olvidar que ha habido una matanza en Madrid, pero que antes hubo toda una colección de errores, y unos reportajes de rompe y rasga en televisión. El judío imaginario que hay en mí quedó pasmado el miércoles cuando vio cómo el ministro Trillo, el conquistador de Perejil, entraba en un castizo mercado y era jaleado con entusiasmo por sus espontáneos admiradores, unos regalándole huevos y otros ofreciéndole ramitas de perejil y animándole en la lucha contra los musulmanes. Que el hombre que ha humillado los restos mortales de los militares del Yak-42 sea el héroe popular del mercado, explica en parte por qué hoy podrían rozar (si es que no la alcanzan) una mayoría absoluta en su lucha contra los musulmanes, los vascos, y, dicho sea de paso, los judíos imaginarios.

Con matanza o sin ella, sigue siendo raro que, estando el 90% de los votantes contra la intervención en Irak, no hayan decrecido apenas las posibilidades de éxito del gobierno que fue a la guerra a cambio de una misérrima mano en el hombro en las Azores. En otros países con mayor tradición democrática, el inmenso carrusel de mentiras que ha ido desplegando la aznadura habría provocado la reacción de los votantes, conocedores de sus derechos políticos y, por tanto, buenos descifradores de la manipulación informativa. En la televisión pública se han cronometrado cuántas horas aparecía un líder político u otro, y se ha visto que las intervenciones estaban muy descompensadas. Pero no se han contabilizado del lado del Gobierno las apariciones, a lo largo de todo el año, de la extrema derecha, con sus cantaoras y alcaldes de Marbella ocupando los espacios que deberían haber sido culturales. En otros países, la tradición democrática habría traído con ella una severa respuesta contra la actitud del Gobierno (que nos ha traído estos lodos) y la demanda de serias explicaciones a por qué, por ejemplo, estamos involucrados en una guerra sin sentido. Pero la zafia cruzada contra vascos, moros y judíos imaginarios ha arrasado con todo y ahora nos movemos entre el estupor, Bin Laden y la pólvora.

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