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Columna
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Para qué quieres que hable

Así empezaba una poesía escrita en murciano que un intrépido profe quiso que aprendiéramos a nuestra tierna edad de once años. Como Guillermo Brown, nos negábamos a aprenderla porque no tenía más que faltas de ortografías: "pa qué quiés que hable", así empezaba, y este inicio era lo más fácil de entender y aún así no sé si lo recuerdo bien. Estábamos indignados por lo mal que estaba escrita aquella poesía, que no acabábamos de entender. Sólo nos disculpaba nuestra inmadura edad y las pocas ganas que teníamos de aprender poesías. Unas, cursis como "Margarita está linda la mar", o estúpidas como "Un pescador vecino de Bilbao pescó yo no sé donde un bacalao, o "Helo, helo por dó viene el infante vengador" (ésta tampoco se entendía). Pero la que nos indignó de verdad fue la que iba en murciano porque no la entendíamos, no disfrutábamos de un mismo lenguaje. Hasta el profe se rindió.

Si fuera cierto que sólo hablando se entiende la gente, no existiría el terrorismo

Aunque sea de origen real, la frase de que hablando se entiende la gente, que está muy bien en el plano coloquial, no vale del todo cuando nos introducimos en espacios más complejos, como el de la filosofía, el derecho e incluso la política. Si se desea una comunicación bilateral, es necesario que ambas partes dispongan del mismo leguaje, del mismo código. Cuando se va a hablar con unos terroristas hay que tener en cuenta que además del criptolenguaje que usan, más o menos entendible, tienen otro, el lenguaje del terror.

Hay algunos teóricos que han llegado a calificar al terrorismo como un lenguaje: a través de sus atentados lanzan a la sociedad una serie de mensajes, de amedrentamiento y de amenaza que, sea o no cierto constituya un lenguaje, hay que tener en cuenta. No es lo mismo hablar con un político que asume la legalidad vigente, que con un terrorista. Cuando se va hablar con éste hay que estar al tanto de su lenguaje, si no, no se le entiende, por lo que el encuentro sólo sirve para legitimar su existencia.

Si en fuera cierto en estas ocasiones el aforismo de que hablando se entiende la gente, no existiría el terrorismo. Normalmente, cuando alguien entiende a un terrorista es que quiere entenderse con él, y entenderlo, en la mayoría de las ocasiones, supone justificarlo.

Acercarse a ETA de mala manera desde un cargo institucional de Cataluña, como ha hecho Carod, supone, esta vez sin atentados, acercar ETA a Cataluña, contaminar la política catalana con la presencia de ETA, jugar con su presencia como se juega con ella en el País Vasco para hacer más potentes o creíbles las reivindicaciones del nacionalismo. Es muy posible que esto no lo quisiera el consejero catalán, pero estaba asumiendo este hecho a la vez que ponía a ETA en el centro de la política catalana. Hablar con los terroristas supone una infinidad de riesgos y los mencionados son sólo los más inmediatos. Cabe disculparle por la aureola que ETA tiene para todo nacionalista y por la falsa creencia de que, estando de acuerdo con ella en los fines, sólo le separa los medios.

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Pero, además, ir a entenderse con ETA en secreto puede dar a entender a los mal pensados que la iniciativa supone el inicio de una estrategia esbozada por el líder de ERC; contar con una relación fáctica que difícilmente pueda entenderse como desinteresada y establecida sin la colaboración de otros partidos e instituciones. Hablar con los terroristas, como puede verse, da lugar a muy malos entendimientos, porque, aunque no fuera un lenguaje el terror, este es el primer código que va a encontrar cualquier interlocutor. Y el error se engrandece cuando convierte en motivo de su candidatura en las elecciones generales el que los catalanes refrenden su relación con ETA.

Muchos desearíamos no tener que hablar de esto, y menos en el País Vasco. Desgraciadamente, en Euskadi el tema lo acapara casi todo y sería una desgracia que también lo hiciera en Cataluña cuando parecía que estaba blindada ante este asunto. Máxime cuando por la vía legal y policial ETA está en una difícil situación que pudiera predecir su desaparición.

Sin querer, probablemente, les ha hecho un gran favor revitalizador. Para qué quieren que siga hablando.

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