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Columna
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Elogio del hombre blanco

No le importa tanto al cronista los portentos que vocean los candidatos de la oposición, como lo que callan los candidatos del PP. A los candidatos del PP ya no les sale el arqueo de la mayoría absoluta. Sin la mayoría absoluta el PP sabe que es reliquia en estado de merecer o arqueología de catálogo. Pero cuando el cuentacuentos de La Moncloa no tiene empacho alguno en negar lo que sí dijo el presidente Aznar, hace un año, acerca de las armas químicas y biológicas de Irak, más que cuando la contumaz realidad y su memoria envasada audivisualmente lo pone firmes y en el lugar que le corresponde, el cuentacuentos, desenmascarado, nervioso, titubea, recurre al botiquín de las equivocaciones, los errores y las grandes y vacías palabras, y muestra al personal sus partes débiles, que ya suman lo suyo. Esas partes débiles no son privativas del cuentacuentos de La Moncloa, sino de un colectivo más económico que político, que está en la pendiente del descrédito, porque del descrédito y del insulto hizo su estrategia.

La inseguridad del PP produce ahora espectáculos (pre)electorales esperpénticos. Tenemos ahí el reciente y próximo caso del edil popular presunto acosador de Orihuela, a quien su propio partido, desde el presidente regional, Eduardo Zaplana, hasta el alcalde oriolano José Manuel Medina, le pidieron hace cuatro días la dimisión, y el menda se pasó al grupo mixto, dejó la cofradía, pero no el sillón corporativo. Y se ha quedado con el acta, como si fuera de su propiedad. Pues bien, dos días después, los mismos, lo respaldan y agitan la rocambolesca teoría de la trama urdida en contra del presunto acosador, que no es más que una artimaña para conjurar la inseguridad que padece el PP. En este punto, el cronista se permite una reflexión, siempre en un terreno inocentemente especulativo, ¿por qué un partido político puede cesar o expulsar a un individuo de una determinada calaña, por sospechas fundadas, y sin embargo todo un vecindario, es decir, la soberanía del pueblo no puede librarse de ese individuo, en las mismas circunstancias y condiciones? Mientras éstas y otras muchas impertinencias suceden, sucede también lo pintoresco y casi propio de lo real maravilloso: un ministro de Defensa que, sin duda, conoce algo mejor los sonetos de azúcar de Shakespeare, que el armamento militar, obsequia submarinos, como quien se dedicara de oficio a promocionar la guerra. El surrealismo preside estos singulares cortejos, para palpar el voto que no la teta, y, con toda seguridad, en este caso, hasta con licencia de los obispos. Faltaría más.

Y mientras Francisco Lifante, el joven cabeza de lista de EU al Congreso, por Alicante, señala el lento desguace del conservadurismo ultramontano que aún sufrimos; y Carmen Alborch, la número uno de los socialistas por Valencia, busca la flauta de Hamelin, para llevarse de aquí tanto autoritarismo, tanta prepotencia, tanta incivilidad, mientras así se pelea dialécticamente la confianza de la ciudadanía, el todavía presidente Aznar, hace el más espantoso de los ridículos en EE UU: se somete, adula y enjabona, al hombre blanco de Washington, que no le concede ni siquiera unos calzoncillos para remendar. Todo ese servilismo y ese peloteo a Bush y a su ultraderecha más agresiva, no en nuestro nombre.

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