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Tribuna:EL FUTURO DEL MINISTRO DE LA PRESIDENCIA
Tribuna
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La tristeza de Arenas

Un alto cargo institucional me comentaba, no hace muchos días, que encontraba a Javier Arenas triste. No supo o no quiso decirme el motivo que podría esconderse tras tal actitud.

Me llamó la atención tal apreciación, teniendo en cuenta el carácter del actual vicepresidente segundo del Gobierno, siempre acompañado de la sonrisa o el buen talante.

Sin embargo, en el marco en que mi interlocutor situaba la tristeza de Arenas, el político, evidentemente, no es de extrañar que la misma exista, cuando nos encontramos a escasos meses del final de una legislatura y, sobre todo, de la culminación de un ciclo político: el que se ha desarrollado bajo el liderazgo de José María Aznar.

Y es que el en otros tiempos presidente del PP de Andalucía, que ha tenido indudables aciertos en su quehacer político en los últimos veinticinco años, ha cometido importantes errores, los cuales han minado sensiblemente su propia credibilidad política.

Uno de estos errores, con toda seguridad el que le está provocando en estos momentos esa sensación de desconsuelo, fue el de unir públicamente, en el último congreso nacional del Partido Popular, su futuro político al de Aznar, creyendo entonces que, como ha llevado a cabo en otras ocasiones, podría reconducir dicho compromiso o beneficiarse del mismo.

No tuvo en cuenta entonces Javier Arenas que, en democracia, el futuro político de las personas nunca debe unirse al de los líderes, algo que sí ocurre en regímenes dictatoriales, sino que debe ligarse íntimamente a las ideas y a los principios, manteniéndose vivo mientras se mantengan las capacidades necesarias para defenderlas y respetarlos.

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No debió pronunciar, por tanto, aquella sentencia política, ya que vino incluso a afirmar con ella que el Partido Popular era José María Aznar y en él se agotaba el proyecto.

Cabe pensar, también, que con similar declaración Arenas pretendía conseguir un efecto adulador, en medio del éxtasis que representa todo congreso, con el que poder situarse en una posición de privilegio de cara a la sucesión -algo que, como conocemos, no ha ocurrido-, o bien ante la entonces prometedora carrera europea del presidente del PP, hoy cuestionada.

Otra alternativa pasaba por que Aznar diese marcha atrás a su decisión de abandonar el Gobierno tras ocho años de mandato, solicitud esta que el ministro de la Presidencia le ha formulado, a través de los medios de comunicación, en varias ocasiones a lo largo de los últimos años, sin resultado positivo.

Lo cierto es que, en el momento actual, Javier Arenas se enfrenta a un horizonte en el que o bien deberá tomar la decisión de abandonar la vida política siguiendo los pasos de Aznar o, por el contrario, deberá echar mano de sus recursos dialécticos y persuasivos -que evidentemente los tiene-, a fin de justificar su permanencia en una actividad que para él ha tenido -y estoy convencido que sigue teniendo- un carácter vital.

No sería la primera vez en la que el político de Olvera hubiese de desdecirse de sus palabras y compromisos (conocido es por ello), ni la última que se produciría en un mundo como el de la política española, escasamente ejemplarizante en la actitud de muchos de sus representantes, dependientes en exceso del apego al cargo.

Lamento, he de decirlo con toda franqueza, que Javier Arenas haya llegado a esta situación.

Lo lamento, en primer lugar, porque sigo apreciando sus valores y porque, sin lugar a dudas, ha podido llegar a ser uno de los políticos de mayor relieve en la construcción de la Andalucía que se nos abría tras la aprobación de la Constitución, renunciando a ello, ante el temor de perder protagonismo nacional, a la vez que imposibilitando la alternancia política al impedir la emergencia de liderazgos en el centro político andaluz, con entidad propia.

Sucede que, cuando se dejan tantos heridos en el camino, y Arenas ha gozado de fama de ello, uno tiene muchas probabilidades de caer en dicha situación y encontrar escaso amparo en quienes les rodean.

En cualquier caso, siempre he confiado en la capacidad del ser humano, porqué no del político, para protagonizar su propia regeneración, superando errores y afrontando, con nuevos valores mucho más positivos, nuevos retos.

Una capacidad que no debe ser ajena a Javier Arenas, y que muchos aplaudiríamos si sabe emplearla, desde la lealtad a las ideas y a los andaluces, en beneficio del proyecto, aún en fase de diseño y ejecución, que representa Andalucía.

Seguro que la tristeza que dicen haber descubierto en su carácter desaparecería.

Enrique Bellido Muñoz es senador por Córdoba.

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