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Columna
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Dialéctica

Manuel Vicent

La lanza engendró a la coraza como la flecha al escudo; la espada hizo posible la armadura y la muralla desarrolló la catapulta. El aceite hirviendo arrojado desde las almenas provocó el incendio y degüello de la ciudad sitiada. A lo largo de la historia cada ingenio ofensivo ha encontrado su contrapartida. En medio de esta dialéctica bélica, la plebe ha tenido que aparearse ciegamente para que a los cañones nunca les faltara carne, mientras los poetas épicos dedicaban a las nuevas armas sus mejores versos. Canta, oh musa, la cólera de Aquiles. Así empezó todo. Este laberinto se fue haciendo más diabólico a medida que la mente humana ofrecía sus frutos a la industria de la guerra. Frente a la ametralladora se ideó la trinchera, pero en seguida desde lo alto llegó el mortero. El carro blindado generó el bazuka como la batería antiaérea se opuso al bombardero, y, cuando el deseo de los cuerpos ya se había acomodado a la seguridad del búnker de hormigón, se presentó en sociedad la bomba atómica como la reina absoluta del mal, ya sin competencia alguna. Pero, a la sombra de esta cucaña, sucesivos ingenieros de armamento se han sentado ante el Consejo de los Generales para explicarles nuevos caminos más rentables hacia la muerte. Unos les mostraron minas explosivas en forma de juguetes, de flores o de caramelos para cazar niños en los parques; otros propusieron venenos químicos y bombas de racimo; otros diseñaron aviones invisibles y misiles inteligentes con sensores extraídos de la lengua de los reptiles para buscar al enemigo allí donde se encuentre y, en caso de que no exista, lo creen. Cada vez que Lucifer ha movido el rabo en este sentido, los generales se han relamido como gatos con un hígado de merluza. Cuando la dialéctica bélica había llegado a las esferas, comenzó el terrorismo a ras de tierra. Ahora el coche bomba provoca represalias indiscriminadas, que a su vez fuerzan a la miseria y al fanatismo a echar mano de la alta tecnología. Después del atentado de las Torres Gemelas, la figura del suicida cebado con dinamita se ha erigido como el arma más moderna del planeta, pero la paranoia que produce esta amenaza ciega ha desarrollado la doctrina del ataque preventivo, que ya da carta blanca a todo el mundo, de modo que usted está autorizado a pegarle un tiro, por si acaso, a cualquiera que se le acerque a preguntarle la hora o a pedirle fuego, nunca mejor dicho. Hasta la acera de casa ha llegado la guerra de las galaxias.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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