_
_
_
_
_
Reportaje:

Un superviviente en Osasuna

Valdo supera un camino de obstáculos desde una difícil niñez al triunfo en Primera

Diego Torres

La noche se había cerrado cuando un jabalí atravesó la calzada justo delante del coche de Valdo Lopes Rocha. Iba a más de cien kilómetros por hora por la carretera Madrid-A Coruña. Dio un volantazo. Consiguió esquivarlo. Pero a los pocos metros, otro cochino saltó al camino. "Me lo comí", recuerda Valdo, "y me salí de la carretera. Di varias vueltas de campana. El airbag no saltó y perdí el conocimiento. Me desperté un rato después en un encinar. Busqué un teléfono de emergencia y llamé a la Guardia Civil. Fueron a buscarme y, cuando vieron el jabalí muerto, me creyeron. El coche fue siniestro total".

Valdo habla del accidente que sufrió el invierno pasado con aire distraído. Después de todo, desde pequeño es como si los accidentes le dejasen sin cuidado. Como si nada pudiera desviarlo de su objetivo: jugar al fútbol en Primera. Aquél estuvo a punto, si no de matarle, de lesionarle de por vida. Pero salió indemne y a las pocas semanas fue traspasado por el Madrid a Osasuna. Desde entonces, El Sadar ha descubierto a un futbolista que no admite comparaciones; poco expresivo fuera del campo, pero hablador dentro; orientador de sus compañeros, sereno, reposado como un veterano y elástico como un galgo.

A los 13 años, una familia lo adoptó, y a los 16, Vicente del Bosque lo llevó al Madrid

Valdo nació en Villalblino (León) en 1981. Sus padres, inmigrantes caboverdianos que buscaron trabajo en las minas, se separaron cuando él tenía cuatro años y quedó al cuidado de su madre, que se instaló en Madrid. Como no pudo mantenerlo sola, lo dejó en Aravaca bajo la custodia de las monjas del colegio Santa María del Parral, de Cáritas, para menores con padres en el extranjero e inmigrantes. Allí, en el patio de tierra, Valdo descubrió que la pelota de Villalblino era la misma en cualquier parte. Y que, además, sabía dominarla mejor que los otros niños.

La hermana Marina se fijó en él. Su madre casi nunca podía verle, así que las monjas le daban lo que le faltaba: ropa y, sobre todo, zapatillas. Por las noches, cuando los niños debían acostarse, Marina dejaba que Valdo viera el partido de la tele. Su equipo era el Madrid de la quinta.

Cuando tenía siete años, su madre lo llamó por teléfono para decirle que debía irse a Portugal. Valdo fracasaba en los estudios, pero no con el balón. En el campo se sentía seguro, igual al resto, y más libre.

A los 13 años, una familia lo adoptó, y a los 16, el entonces coordinador de las categorías inferiores del Madrid, Vicente del Bosque, lo llevó a la Ciudad Deportiva. Muchos no lo comprendieron. Jugaba poco y los entrenadores lo pusieron de lateral derecho, interior por ambas bandas, delantero y portero, si no había otro. "Es extraordinario", decía Lorenzo Antolínez, el segundo entrenador del B; "sólo le falta confianza". Para reforzársela, lo mandaban a la grada. De no ser por la intervención de Del Bosque, que más tarde lo hizo debutar en Primera, Valdo habría sido traspasado al Las Rozas. El jugador hace un balance lapidario: "La única vez en mi vida que sentí el fútbol como un trabajo y no como una diversión fue cuando jugué en los juveniles del Madrid".

El año pasado, Valdo resolvió que debía marcharse. El director general, Jorge Valdano, definió a Valdo como un "espíritu libre". Le ofreció un contrato por 90.000 euros anuales con una cláusula de rescisión de 70 millones. Esta diferencia fue considerada desproporcionada por su representante, y el futbolista, consciente de que en el Madrid no le dejarían jugar, se marchó traspasado a Osasuna. No firmó el contrato que le ofreció Valdano, pero quedó más o menos sujeto a un acuerdo entre los clubes que prevé un derecho de recompra a favor del Madrid durante tres años.

Valdo llegó a Pamplona cuando Osasuna estaba al borde de Segunda. En nueve meses se convirtió en la estrella del equipo: el mejor lateral, el mejor centrocampista y el goleador. Ahora espera la llegada del partido contra el Madrid "con alegría". Cuando le preguntan qué hará si marca un gol en el Bernabéu, se pone ocurrente y bromea. "Iré hacia el palco con una camiseta que diga '¿Dónde está mi servilleta?'. Porque Florentino Pérez, cuando fichó a Zidane, le pasó una servilleta, ¿no?".

Valdo celebra un gol en el partido Osasuna-Valladolid de esta temporada.
Valdo celebra un gol en el partido Osasuna-Valladolid de esta temporada.DIARIO AS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_