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Columna
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El alcalde

Parece claro que si este alcalde de Madrid deseara hacer algo grande, un primer paso sería rescatar la ciudad para sus residentes. Ofrecer las calles, las plazas, la contemplación de los edificios, el disfrute de los paseos, el gozo urbano, mediante una drástica extirpación de los coches. Porque, ¿a qué supermortal atasco se aguarda para actuar?

El fenómeno de los embotellamientos se ha incrustado de tal manera en la cotidianidad madrileña que, a diferencia de otros males, induce demasiado poco a su remedio. Alguna vez surgirá un alcalde que vomitando anhídrido carbónico invertirá la tendencia hacia la salvación. Más coches en los accesos, más coches en el centro de la ciudad, más horas de encerramiento, más pérdida de salud, de humor y de ánimo, concluyen en un neto empobrecimiento de la vida. Poco importa que se inauguren, de acuerdo a los programas electorales, nuevos centros culturales, instalaciones deportivas, museos y auditorios vistosos, porque el individuo padece de los nervios y su estado le aconseja no salir. ¿No habrá, pues, un alcalde que se decida a cortar esta patología capaz de multiplicar el despilfarro y fomentar la pérdida de valor?

Las grandes ciudades llegaron acompañadas de un plus de muchedumbre e incomodidad. Pero ¿es imprescindible tanta? Muchos nos mostramos dispuestos a pagar un plus por recibir los bienes de una gran metrópoli, pero ¿es correcto pagar tanto? Según han demostrado varios sondeos, los ciudadanos son hoy incluso más partidarios que los políticos respecto a la restricción del transporte privado en beneficio del público. ¿Qué intereses espurios les impiden a los políticos dictar una normativa apropiada? Las vías urbanas de superficie, puenteadas, tuneladas, duplicadas, no dan más de sí mientras el conductor, en los viajes de ida y vuelta, medita intensamente el absurdo de esta tortura y la clamante incompetencia de la organización. El alcalde, por mucha retórica que esgrima, no puede ser tan sólo un regidor simbólico. En su mano con mayoría absoluta se encuentra la opción de una cotidianidad mucho mejor: el proyecto de superar la vieja y torpe capital del dolor por una limpia y propensa habitación con vistas.

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