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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bolivia rota

La suerte de Carlos Mesa como nuevo presidente de Bolivia no es envidiable. Este periodista sin peso político ni adscripción formal, vicepresidente desde el año pasado, ha de conducir a la nación más pobre de América continental en su peor crisis política en 20 años, tras la renuncia y huida a Miami de Gonzalo Sánchez de Lozada. En el país andino, roto por la convulsión social y el descrédito de las instituciones, se mantiene la situación que desencadenó la sangrienta revuelta que ha liquidado a un presidente represor abandonado a última hora por el Ejército y sus aliados políticos.

El moderado Mesa, investido de madrugada por el Congreso, ha anunciado una serie de propuestas pacificadoras. Una es acortar su mandato, que podía llegar constitucionalmente hasta 2007, y celebrar elecciones anticipadas; otra, promover una Asamblea Constituyente que refunde Bolivia; finalmente, convocar un referéndum vinculante sobre el proyecto de exportación de gas a EE UU, detonador de la explosión popular. Medidas todas ellas gratas a los diversos frentes de la protesta, cuyo líder más visible es el indigenista cocalero Evo Morales.

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El nuevo presidente de Bolivia anuncia un referéndum sobre la venta del gas
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Sánchez de Lozada, un magnate educado en EE UU que utilizó su primer mandato presidencial (a mediados de los noventa) para hacer reformas liberalizadoras, había perdido progresivamente el contacto con la realidad boliviana, a la que en los últimos días caracterizaba de "compló narcosindicalista". El descontento fue atizado con la erradicación de los cultivos de coca, siguiendo el guión de Washington, y el proyecto de exportar gas por valor de 5.000 millones de dólares a California vía Chile. Doble anatema para la mayoría de los bolivianos -ocho millones en un país como dos Españas-, que todavía viven en presente la pérdida de su franja marítima en la guerra de 1879-83. Ello a pesar de que el gas es la gran esperanza de Bolivia.

El país andino progresó a partir de 1982, cuando se inició un paréntesis democrático después de siglo y medio de inestabilidad política. Y en los años noventa mantuvo un crecimiento medio de casi el 4%. Pero las recesiones vecinas y el impacto del programa contra la coca golpearon fuerte a una población que sobrevive en su mayoría con menos de 80 dólares al mes. Los ajustes presupuestarios recetados por el FMI acabaron de catalizar la ira popular.

Bolivia no ha conocido un periodo largo de progreso. Los años democráticos apenas han alterado las férreas coordenadas socioeconómicas de un país cuyas mayorías indígenas no se sienten representadas por las frecuentes componendas parlamentarias de La Paz. Necesita desesperadamente una oportunidad para crecer con una mínima armonía social, y el presidente Mesa merece un plazo de gracia y la ayuda de todos, empezando por las organizaciones que han llevado el peso de la revuelta. La otra mano fundamental debe llegar de Washington, históricamente determinante en Bolivia. Si Bush quiere contribuir a su estabilidad, debe flexibilizar sus drásticos planes contra la coca, que han miserabilizado a miles de familias, hasta que los bolivianos pongan en marcha claras alternativas económicas.

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