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Tribuna:LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Tribuna
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El único diálogo posible

Manuel Escudero

Lo que está ocurriendo con el País Vasco me recuerda a un tren que avanza a toda máquina por una vía y que se encontrará con otro tren parado en la misma vía. Chocará, se puede ver desde la montaña de enfrente, en cuanto doble la curva y se encuentren frente a frente. No ocurrirá inmediatamente, pero ocurrirá. Mejor no cerrar los ojos; mejor hacer todo lo que se pueda para evitar el choque.

Esta situación crítica tiene que ver con varias causas. Por un lado, está relacionada de modo principal con la escalada soberanista que está protagonizando el nacionalismo moderado. Al principio, todos pensamos que esa "deriva soberanista" era una "sobrerreacción" ofensiva del PNV ante una gestión muy desafortunada por parte del PP que, en cuanto a pactos con los nacionalismos, parece sólo capaz de establecerlos en un "toma y daca" completamente mercantilista, y que no genera complicidades, ni visiones ni proyectos compartidos, por parciales que puedan ser.

No existen las mínimas reglas de juego justo para alcanzar acuerdo alguno
El problema del País Vasco debería abordarse en tres etapas claramente definidas

Pero quizá estábamos equivocados en algo. Quizá, además, el nacionalismo vasco tiene un proyecto a largo plazo, histórico, que ya dura un siglo y que está pasando a su "tercera fase". La primera, en la República, fue el primer intento de autogobierno, inconcluso y fracasado, a manos del franquismo. La segunda se ha desarrollado en esta etapa de la España democrática y autonómica, cuando las nacionalidades históricas y en particular el País Vasco han conseguido un altísimo nivel de autogobierno. Y la tercera, culminada satisfactoriamente la segunda, es la que vendrá, la que formula el nacionalismo vasco como la etapa donde la soberanía se transfiere al País Vasco, y con ella cualquier poder constituyente.

Vistas las cosas así, nos encontramos con un proyecto a largo plazo del nacionalismo cuya voluntad difícilmente se torcerá. Una voluntad, además, que refleja, de un modo difuso pero real, la voluntad de una parte importante de la sociedad vasca a la que he llamado, desde hace 25 años, la "comunidad nacionalista vasca": un fenómeno político, pero también un hecho sociológico.

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Una visión democrática y republicana que se asiente en una visión del Estado, de la comunidad de derecho, como constituida sobre el acuerdo voluntario de quienes la integran, conduce a conceder la posibilidad de esta hipótesis, en vez de negarla por principio.

Claro que ésta no es toda la situación. El tren del nacionalismo avanza impulsado por el viento favorable del régimen de terror que ha impuesto ETA a la mitad de la población vasca. Ese viento a favor, odioso y ventajista, es la segunda causa que explica este drama anunciado. Y es que en el tren viajan, forzados y maniatados, la mitad de los vascos.

Por fin, la tercera causa del choque probable es la existencia de otro tren parado en la misma vía, más allá de la curva. Las fuerzas constitucionalistas en el País Vasco y en España no pueden, sencillamente, ejercer una oposición pasiva, varados en mitad de la vía.

Para evitar el choque, todos tendrán, como mínimo, que comunicarse. Hay que avisar a ambos trenes de la certidumbre de un choque que debe de ser evitado.

Y es aquí donde entra el traído y llevado concepto del diálogo. Ciertamente, otra causa, si no del problema del País Vasco, sí de los tintes irreversibles que está tomando, es la casi total ausencia de diálogo entre nacionalistas y no nacionalistas, entre el Gobierno vasco y el resto de las instituciones y fuerzas políticas que no están en él.

¿Cabe algún tipo de diálogo? Permítanme que, con una inocencia rayana en la ingenuidad, proponga una agenda para un diálogo que, en mi opinión, es el único posible, un diálogo para acordar tres objetivos.

El problema del País Vasco debería abordarse mediante el progreso en tres etapas claramente definidas, y a ser culminadas de modo secuencial, una detrás de otra. Estas etapas se pueden definir como la erradicación del terror, la consolidación de la libertad para todos los vascos y, en tercer lugar, la apertura de un debate sobre el encaje institucional del País Vasco, si así lo propone en aquel momento una parte sustancial de los vascos.

La primera etapa significa, naturalmente, que ETA desaparezca. En tanto ETA no deje de existir, el País Vasco se mueve en una situación predemocrática, sin posibilidad de una solución justa en ningún terreno. Debido a que la mitad de la población vasca se encuentra amenazada por el terror impuesto por la banda armada, ha terminado por callarse a la fuerza, por vivir pasivamente amordazada. Y cuando los representantes políticos de esa mitad de la población han de protegerse diariamente contra un eventual atentado o asesinato, no existen las mínimas reglas de juego justo para alcanzar acuerdo alguno con nadie.

En esa situación de desventaja extrema para una parte importante de la población vasca, proponer, como propone el nacionalismo vasco, nuevos acuerdos institucionales para Euskadi es un gran error. Deberían saber los nacionalistas vascos, y probablemente ya lo saben, que su propuesta no va a alcanzar el reconocimiento, el apoyo o la comprensión de ningún organismo internacional que se atenga a las reglas y a la cultura del sistema democrático.

Pero no se trata sólo de un error político. Es, además, un enorme error moral, porque se produce al abrigo del terror y del chantaje a la mitad de la población vasca.

Cuando esta etapa de erradicación del terror se haya cumplido, debería pasarse a un periodo que no se podrá medir en meses, sino en bastantes años, de ejercicio real y efectivo de la libertad por todos los vascos. Sin la amenaza diaria del terror, los vascos no nacionalistas podrán poco a poco recuperar la autonomía individual, psicológica y política que les ha sido reprimida durante todo el periodo democrático, lo que equivale a decir desde siempre. Podrán ir olvidando su miedo y su silencio forzado y, sobre todo, podrán reconstruir (si alguna vez les fue permitida) la capacidad efectiva de articulación de sus propias propuestas respecto al futuro del País Vasco.

Y sólo en esa situación todos los vascos estarán en condiciones de igualdad para discutir, entre ellos y con las instituciones constitucionales, un eventual nuevo ensamblaje de Euskadi, un eventual nuevo acuerdo de convivencia de todos los vascos y con el resto de los españoles.

Y si ese eventual acuerdo supone un nuevo encaje institucional de Euskadi fuera de los límites de la Constitución Española, habrá de ser refrendado por todos los españoles, cuya soberanía se extiende, porque así lo hemos decidido, a todo el territorio español.

Estas tres etapas forman un proceso que sólo al final garantiza a todos los vascos la posibilidad de hablar y entenderse en libertad y en pie de igualdad. Por ello, ni pueden solaparse, ni pueden mezclarse, ni pueden obviarse. Si una etapa no viene detrás de la culminación de la anterior, el proceso automáticamente se pervertirá y dejará a los vascos no nacionalistas en desventaja completa frente a los vascos nacionalistas. Debatir ahora estas cuestiones, sin los requisitos previos de paz y de libertad, escora cualquier visión del futuro de Euskadi hacia las aspiraciones nacionalistas, porque el fondo del escenario está pintado por las tintas sombrías y omnipresentes del régimen de terror impuesto por ETA.

Pues bien, ¿es tan descabellado pensar en un diálogo entre fuerzas constitucionales y nacionalistas cuyo contenido sea acordar un plan para abordar y culminar todos unidos las tres etapas secuenciales más arriba propuestas?

Por supuesto que esta sugerencia abre, y por ello concede, la posibilidad de un nuevo acuerdo institucional futuro, sin límites previamente fijados. Pero no hay que negarse a incluir la apertura eventual de ese debate a condición de que, cuando exista ese futuro de paz y libertad, así lo solicite una parte importante del pueblo vasco. Lo que hay que mantener desde la firmeza democrática es que hoy no existe ninguna posibilidad de abordar ese tema sin que se hayan cumplido las etapas previas.

Pienso que el carácter inevitablemente secuencial de las etapas a cumplir les confiere una naturaleza muy clarificadora: exhortar públicamente a los nacionalistas a que, si quieren plantear en el futuro un acuerdo nuevo, colaboren a que existan las condiciones democráticas para que pueda ser abordado en pie de igualdad por todos los vascos. Por ello, interesa a las fuerzas constitucionalistas. Y por el callejón sin salida al que conduce la situación actual, del cual sin duda debe de ser consciente, también le interesa al nacionalismo vasco, y si me apuran, al resto de las fuerzas nacionalistas democráticas y parlamentarias del resto de España.

En el fondo, lo que aquí se propone no es inocente ni ingenuo. Parte de la persuasión de que lo mejor para evitar el choque de trenes no es plantarse en la vía, ni mucho menos jugar a acelerar un tren ya desbocado. Y parte, sobre todo, del firme convencimiento de que lo único que podrá tener efecto sobre la voluntad de unos vascos es la voluntad de los otros vascos, cuando real y efectivamente tengan libertad.

Manuel Escudero es profesor de Macroeconomía y de Análisis Político Internacional en el Instituto de Empresa

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