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Reportaje:LIBER, NUEVAS LITERATURAS EN LA UNIÓN EUROPEA

Los verdaderos dueños de Occidente

La próxima semana desembarcarán en Madrid escritores lituanos, estonios, eslovacos, húngaros, polacos, etcétera, invitados por Liber 2003. Proceden de países que a partir de enero se incorporarán a la Unión Europea. Que, como dicen algunos inconscientes, "entrarán en Europa". ¡Como si no pertenecieran a Europa! ¡Ellos no entran! ¡Llevan siglos y siglos dentro! De hecho, si algo caracteriza a las literaturas de los llamados países del Este es que siempre han estado provistos de un sismógrafo para detectar y, luego, absorber el más mínimo movimiento, el más mínimo soplo que se produce en Occidente. Ellos son los verdaderos portavoces de Occidente, tanto que a veces nos sonrojamos. Son sus verdaderos dueños; se mueven por tierras y aires occidentales como Pedro por su casa.

De allí son Schulz, Lec, Milosz, Herbert, Gombrowicz,Szymborska, Hasek, Kundera, Márai, Nádas o Kertész
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Es algo que se percibe con claridad desde el observatorio privilegiado que es la traducción literaria. Este verano he acabado El diario de la

galera, de Imre Kertész, que he ido traduciendo durante años; y me he dedicado a El velo de

Verónica, de László Földényi. Este último libro es un paseo por diversos museos europeos, entre ellos varios españoles (El Prado, el Museo Arqueológico de Madrid, Museo de Bellas Artes de Córdoba, Museo Miró, etcétera). Földényi se encuentra en todos ellos como pez en el agua. ¿Y quiénes son los protagonistas de El diario de la

galera? Aparte del "yo" omnipresente en la obra de Kertész, aparte de la madre moribunda, los protagonistas son Camus, Sartre, Beckett, Simone Weil, Thomas Bernhard, Thomas Mann, Spinoza, Nietzsche, Pessoa... Lo que Földényi y Kertész reproducen es el modo de funcionar de Occidente, la gran esponja, la gran máquina absorbente... Sin embargo, Kertész no sólo dialoga con Camus y Thomas Mann, sino también con Márai, con Krúdy, con Lukács, etcétera. He aquí el secreto de las literaturas de los países del Este: no sólo incorporan las corrientes occidentales, sino que cuentan con un acerbo sólido, sobre el cual construyen. Esto se observa con nitidez en todas ellas: ¿no construye Hrabal, de alguna manera, sobre Hasek?

En estos países, sometidos to-

dos a grados diversos de presión por parte de los poderes imperiales (léase Austria, léase Rusia, léase Alemania, léase Unión Soviética), la literatura desempeña un papel central. ¿De dónde viene este papel? De la unión entre literatura y nación que se creó en el siglo XIX. La figura del poeta y héroe impregna ese periodo de la producción literaria. Su prototipo es Lord Byron. Pushkin quiso imitarlo y hasta pidió permiso para ir a Grecia, pero las autoridades rusas le denegaron la autorización. La conjunción de pueblo-nación-héroe-escritor todavía está presente en 1956 (Hungría, Polonia), en 1968 (Checoslovaquia)... En 1956, se volvía a invocar el espíritu de la revolución de 1848: "Nosotros, los escritores húngaros, somos el portavoz de la conciencia de las masas, del sentimiento de verdad del pueblo. Si no lo fuéramos, no mereceríamos el nombre de escritores". Las asociaciones de escritores participaron activamente, se creó la ilusión de que los intelectuales constituían un poder que podía hacer de contrapeso al partido dominante. El propio partido lo creyó así por un momento: "Los escritores quieren disolver el comité central y hacerse con el poder".

De allí viene el culto a la literatura, que aún se mantiene pero que desde luego cambiará, siguiendo la línea del sugestivo título del libro de György Dalos: Del profeta al productor (Viena, 1992), en el que se dibuja justamente este proceso, que empieza con el poeta heroico y acaba con el autor que lleva su obra al mercado.

A todo esto, sin embargo, no debemos olvidar que la literatura es una obra individual. En el diálogo entre escritor y lector reside su universalidad, más allá de corrientes profundas o superficiales, de naciones o ministerios de cultura.

Y estos países del Este que se

incorporan a la Unión Europea y desembarcan en Madrid traen desde luego un equipaje literario en el que el lector curioso y sensible podrá rebuscar a gusto. Las literaturas checa, polaca, húngara y demás están llenas de grandes autores. Y no hablamos sólo de los consagrados, los monstruos del siglo XX, a muchos de los cuales en España sólo conocemos con cuentagotas, pues su obra aún no ha sido explorada del todo: allí están los Schulz, Lec, Gombrowicz, Milosz, Herbert, Szymborska, los Capek, Hasek, Holan, Seifert, Hrabal (¡cuya obra completa abarca 19 volúmenes!), Kundera, los Kosztolányi, Márai, Pilinszky, Kertész, Esterházy, Nádas. Más de uno aún nos deparará sorpresas. Hablamos asimismo de autores de otras literaturas, eslovacos (Pavel Vilikovský, Ján Johinides), lituanos...

En la nueva constelación que se está gestando tienen mucho que decir las generaciones posteriores, autores que ya despuntaron en los años ochenta, como Adam Zagajewski (1945), Alexandra Berková (1949), László Krasznahorkai (1954), Jerzy Pilch (1952); y también los que han ido apareciendo en los últimos años, como Andrzej Stasiuk (1960), Attila Bartis (1968), y otros muchos cuyos nombres aquí aún no han sonado, pero que pronto empezarán a conocerse. En parte gracias a la labor de algunos traductores y divulgadores (como la recientemente fallecida Judit Xantus). Las obras literarias esperan ser vertidas a otras lenguas. Las enriquece la traducción, cuya esencia muestra, precisamente, que lo que parece ajeno no lo es tanto.

Adan Kovacsics es traductor de Imre Kertész, Péter Nádas y Hans-Ulrich Treichel, entre otros.

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