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REDEFINIR CATALUÑA
Columna
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Cataluña, año cero

"Si Cataluña té mil anys, Pujol ja hi era". Hay décadas de la historia que son tan largas y soporíferas como un milenio, y por ello su final de etapa se parece más al agotador ahogo de un maratón imposible que a la bella poesía de la caída de las hojas. No hay mucha poesía en la política catalana. Por no haber, no hay ni buena gastronomía si hacemos caso del sabio ilustrador Carles Fontserè: "Catalunya és un peix bullit. No existeix, no té columna vertebral, és com un caneló". Un canelón, nunca lo había pensado, y sin embargo, ¡qué precisión!: bien enrolladitos en el canelón de nuestra estrechez, carne picada y triturada, faltos de toda grandeza, con tan poca personalidad que somos comodín de cualquier paladar. De ahí que no contemos demasiado en los grandes banquetes...

El canelón está a punto de entrar en campaña. Puede que sea el inicio del año cero de la modernidad, si es que de una vez entendemos que hemos estado viviendo en una larguísima premodernidad, plenamente encajados en los valores medievales que antaño nos definieron. Más allá de quien gane, de cómo gane y de con quién gane, lo sustancial será la cultura política que comporte y el grado de vocación revolucionaria que suponga. Sí. He dicho "revolucionaria" y rauda me explico, no fuera caso que alguien, al leerme, se pusiera a cantar A las barricadas. Cataluña necesita una auténtica revolución. Una revolución de ideas, de paradigma colectivo, una nueva gramática histórica para otro planteamiento de la historia. Si lo que tiene que venir se parece, por asomo, al pujolismo, significará que es tan antiguo como el pujolismo mismo, aunque sea nou de trinca. El pujolismo ha sido el final de etapa de una Cataluña antigua, anclada en conceptos esenciales no sólo alejados del racionalismo, sino, sobre todo, alejados de la eficacia. Más que consolidación del siglo XX, ha significado el colofón del siglo XIX, y así hemos entrado en el XXI, viviendo sin vivir el XX. Con ello no quiero decir que Cataluña no haya seguido los pasos de otras naciones tan premodernas como ella misma, pero ir acompañado en el viaje no significa que uno no sea un cangrejo.

Argumentos. Como buen antiguo, Pujol ha sido un posmoderno. Me explico: sobredosis de estética, ausencia de ideología social, mesianismo en justa medida y una capacidad extaordinaria para convertir lo insustancial en importante, y lo sustancial en banal. Hablo de Cataluña. Hablo de una Cataluña que lleva toda la vida preguntándose quién es ella, a qué dedica el tiempo libre, cómo ama o desama a la España eterna, pero que, sin embargo, no se ha hecho ni una sola pregunta seria. La Cataluña que heredamos se parece más al romanticismo renaixentista, secuestrada por los mitos simbólicos, que al ente social sobrecargado de retos complejos que ya es, a pesar de no ser vista. Mientras nos peleamos una y otra vez por el nuevo punto y coma del nuevo Estatut, y una y otra vez gastamos saliva en la retórica de la resistencia, lo real nos sobrepasa, nos apela desde su multiculturalidad de dioses, orígenes y culturas, nos reclama un proyecto solvente donde reescribirse, nos pregunta qué Cataluña es la nueva Cataluña que ya no es, la que no se reconece en los mitos de antaño, la que tiene una nueva memoria y necesita reconstruir la vieja.

No digo que no tengamos que reivindicar nuestros derechos. No faltaría más. Y ciertamente creo que tenemos escrito un mal pacto con España, si es pacto. También estoy convencida de necesitar una herramienta distinta para la nueva realidad y que el Estatut necesita una nueva mirada. Lo que no creo, ni quisiera, es que todo ello tenga que ser el debate catalán, eternamente anclados en la trampa mortal de la retórica mística, tan entretenidos con el juguete que nunca asumimos los debates de fondo. Los sangrantes. Los que van a definir un país eficaz o inseguro; un país moderno o antiguo; un país habitable o inhóspito; un país en la carrera, o un país felizmente hirviendo en la sopa boba. Como ciudadana, quiero saber qué proyecto tenemos para detener la destrucción medioambiental, uno de los retos más serios que nos afrentan. Quiero saber cómo se define la Cataluña nacida de ese pelaje catalán que ya tiene todos los acentos y colores. Por qué mientras hablamos de Rafael Casanovas, una gran parte de nuestra Cataluña ya habla suajili. Quiero conocer el proyecto de un país sostenible, capaz de controlar la voracidad de su depredación urbanística. Y, sobre todo, me gustaría saber cómo asumimos la mundialización, y cómo encajamos lo catalán en el complejo entramado comunicativo que nos enriquece pero también nos amenaza. ¿Tendrá esta altura el debate nacional? ¿O será en los términos bajo tierra de la última gran afirmación de Artur Mas: "No puede ser presidente de Cataluña una persona que dependa de un partido de Madrid"? ¡Y lo dice el líder de un partido que nos ha sometido a una dependencia voraz de Madrid sin otro objetivo que la defensa de los intereses de clase! Una y otra vez la retórica de la resistencia, vacía de todo contenido, pero tan llena de trampas gramaticales que secuestra toda posibilidad de debate inteligente.

Empieza el año cero. Así lo esperamos algunos, animados por la convicción de que, a pesar de todo, la Cataluña real impondrá su lógica y sus necesidades. ¿Lo hará de improviso, por asfixia, o lo hará porque somos adultos y lo hemos planificado? Veremos... De momento lo único que planificamos es la última sandez que nos lanzamos a la cabeza, antiguos incluso cuando nos insultamos.

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