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Columna
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Inmigrantes y 'negros'

Bruselas, mil novecientos y pico. Zona de Saint-Gilles. Una agencia de viaje me había gestionado un hotel en ese barrio. Excelente en todos los sentidos (salvo por unos yanquis ruidosos que bajaban de uno en uno a desayunar y parecía que llevaran años sin verse: palmadas y voces). Desayuné y salí a la calle. Había gang en las esquinas (no en todas, claro). Grupos de negros. (¿Acaso queda mejor decir de color?, creo que no.) Uno, que es más bien tirando a timorato, no se puso a congeniar con ellos. Entre otras cosas, porque le miraban con hostilidad. Pasé de calle y el panorama cambió. Aquella era zona magrebí. Salones de té con grandes grupos de jóvenes departiendo en torno a una mesa. Ninguna mujer. Después no recuerdo donde me perdí.

Este año en España, por primera vez en los últimos quince años, ha crecido la población escolar gracias a los hijos de los inmigrantes. Bien. (No en Euskadi. Nos debiera dar que pensar.)

Me hablan de Estados Unidos, de ciudades concretas. Hay barrios de judíos, de WASP, de negros o de latinos. Los primeros, fortificados (y huyendo de los impuestos fuera de las áreas municipales); los segundos, sin impuestos ni servicios, verdaderos lugares desolados donde todo vale con tal de sobrevivir.

Europa aún no tiene el fenómeno de los espalda mojadas o de los gangs, de las bandas, pero las pateras resultan aún más dramáticas y son ya una constante.

Recuerdo hace años, cuando Joseba Arregi era consejero de Cultura y del núcleo dirigente del PNV. Hablamos, por matar el rato, sobre los inmigrantes. Dije: "Dada nuestra tasa de natalidad, es nuestra única esperanza". Se sonrió. No sé lo que pensaría. En todo caso, no me desmintió.

El hecho es que tenemos el fenómeno aquí. Viene gente de otras latitudes y culturas, gente que tiene otras costumbres y hábitos -algunas, mal vistas aquí: como que en los salones de té musulmanes no se vea a una sola mujer, que se les impida hacer estudios universitarios, o se les case por acuerdo familiar, etcétera-. Todo eso está mal ¿Está mal todo eso? ¿Y nuestras herencias judeo-cristianas que arrancan de la Edad Media: eres mía y por eso te puedo matar?

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La inmigración está aquí... y aquí, al ladito, nuestros prejuicios. Europa será mixta o ya no será. ¿Qué haremos cuando nuestra hija nos presente a su novio negro? ¿Veremos al muchacho o nos quedaremos con el color de su piel?

Por lo demás, ya se están creando guetos, lugares que, como en Bruselas o Estados Unidos, predomina una cultura (sin olvidar la indostaní). ¿Habrá pugnas entre barrios como en Inglaterra o serán los negros quienes asalten las tiendas de los amarillos, como en Los Ángeles?

Que nuestra población escolar crezca gracias a la inmigración es una buena noticia. Pero habrá luego que hacer una política activa que disminuya el efecto gueto, que dura años -y hasta generaciones-, que lo mezcle con el alumnado pijo-lumpen de las escuelas "concertadas" (hasta el Eustat las llama privadas; ¿por qué no el Gobierno vasco?). Que ése sea un trauma leve, en la medida que lo pueda ser.

Esto que cuento es algo que ya ocurre en las ciudades vascas (y en las otras, por descontado). Uno no es muy partidario del plan Ibarretxe. Pero, aunque lo fuera, ¿no hay acaso prioridades en ese Gobierno? Este es un problema que nos pisa los talones. Volvámonos y hagámosle frente. (Y no vale, señor Madrazo, poner a un negro para la cosa, mientras sigue usted saliendo en las fotos. Hay que actuar.)

Por nuestros nuevos conciudadanos, hagámosles sitio en nuestras ciudades y en nuestras mentes.

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