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LA POSGUERRA DE IRAK
Columna
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Aznar-Bush, ¿sin Aznar?

Andrés Ortega

En el caso de que Mariano Rajoy sea el siguiente presidente del Gobierno español, ¿perdurará la actual relación entre EE UU y España, la que muy personalmente han establecido Bush y Aznar? Si Zapatero gobierna, es evidente que no. Pero Rajoy ha prometido que "habrá continuidad en la política exterior", aunque está por ver si la habrá en el mundo, o incluso si Bush será reelegido, pues para bailar agarrao hacen falta dos. Por primera vez desde el 11-S, una mayoría de estadounidenses encuestados se pronuncian por un cambio en la presidencia. También puede ocurrir que sea Bush el que cambie de orientación, a la vista de los problemas en Irak a los que le han llevado los temerarios en su Administración.

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Rajoy, o Zapatero, no saben inglés ni tienen experiencia internacional suficiente. Pero, aunque un poco más viajados que este presidente Bush cuando entró en la Casa Blanca, muchos líderes no la tenían al llegar: ni Aznar, ni Clinton, ni Blair, etcétera. Ganar, en democracia, aun en la era de la globalización, sigue siendo un asunto esencialmente local. Y luego se aprende; o no. Dicho esto, la visión de Aznar, para cuajar, necesita de al menos una legislatura suplementaria o algo más. Los tiempos no están descaminados, pues en esta transición global estamos en la segunda década, probablemente la definitoria (aunque no la definitiva), en la que el entorno de España cambia más: diez nuevos países en la UE, pasar a ser contribuyente neto, más demandas sobre las Fuerzas Armadas españolas (que habrá que afrontar), etcétera. El cambio del mundo fuerza a un cambio de España, aunque hay varios guiones posibles. Aznar eligió uno. Incluso si Rajoy quisiera, no es seguro que pueda seguir el mismo.

Aznar pareció partir de que EE UU era ya la única superpotencia, pero que, además, tras el 11-S, esta posición se había reforzado, además de ser una economía y sociedad más dinámica, a imitar. Además, la universalización del discurso antiterrorista le resultaba también a Aznar internamente. Pero esta mutación se ha hecho a un coste: la distancia de España con Francia y Alemania se ha agrandado, lo que tampoco facilita ese papel especial que busca el PP para España en las relaciones entre Europa y Estados Unidos. Está por ver en qué posición acaba Francia si finalmente llega a un acuerdo sobre Irak en el marco de la ONU y se supera lo más grave, que es la crisis de confianza entre París y Washington.

El cambio de política se ha hecho sin labor pedagógica en contra de la opinión pública española, que no ha cambiado a este respecto en su pro-europeísmo y tradicional recelo de EE UU. La invasión de Irak no ha sido la guerra del Golfo para liberar Kuwait en 1991, ni la de Kosovo. Ni siquiera el aparato de Exteriores, la diplomacia, ha seguido en este camino de cheque en blanco a la política de Bush. Pero a imponer esta línea en contra de estas resistencias se llama en el PP "liderazgo", ahora que el consenso parece pasar de moda politológica. Y por eso cabe anticipar que Aznar va a intentar dejar colocadas piezas básicas en la Administración -algunos de sus colaboradores de la escuela de La Moncloa que le han ayudado a diseñar esta línea- para mantener este rumbo. Pero ha sido un rumbo muy personal que no necesariamente perdurará.

Claro que lo interno pesa en lo externo, y viceversa. Si el debate interno sobre España centra la vida política de forma divisoria, será más difícil seguir por esta línea exterior, porque el "liderazgo" se requerirá hacia adentro antes que hacia afuera. Aunque también podría Rajoy encontrar alianzas externas para reforzar el flanco interno. Más útiles, entonces, serán las europeas que las estadounidenses. A un Estado descentralizado le van quedando pocos instrumentos. Por eso, la política exterior y la europea serán prioritarias para el próximo morador de La Moncloa, sea quien sea.

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