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Columna
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Chillida en armonía

Las obras de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002) pertenecientes de la colección propiedad de Telefónica pueden contemplarse en el museo Chillida-Leku hasta el 15 de septiembre. La colección se integra con los fondos propios del museo y comprende esculturas en hierro, alabastro, terracotas y acero corten, además de dibujos y collages. Una de las esculturas lleva fecha de 1962, en ella se percibe al artista forjando en tanteos, con mano de herrero, la materia ferrosa y sus límites. En las otras esculturas, creadas todas ellas en los años ochenta, nos enfrentamos ante un recorrido venturoso merced al dominio de las variadas y complejas disposiciones de los dos habitantes esculturales del espacio llamados lleno y vacío.

En esta ocasión, con la visita a Hernani, hemos comprendido mejor que nunca por qué las obras de Chillida conviven juntas en confortante armonía. Aclaremos que no hace falta ser experto para darse cuenta que en cada una de las obras de Chillida se contiene algo que hay en las otras. Se trata de una armonía concatenada. Lo comprensible profundo reside en llegar a descifrar las razones de ese algo anterior incrustado en cada nueva escultura.

El que en cada creación nueva Chillida trate de introducir algo de lo que pervive en otras ya realizadas, ¿obedece a un acto de voluntad de índole lógica? ¿Hay en ello una suerte de búsqueda de la verdad -o semejanzas-, a partir de lo cual se dedica de lleno a alcanzar la belleza suprema? Tal vez se pueda responder diciendo que, aun siendo la verdad una parte de sus búsquedas, el perseguimiento de lo bello se nos figura básica y fundamentalmente como lo más esencial.

Lo curioso es que Heidegger ya hablaba de esto muchos años antes con una claridad meridiana. Parece como lo hubiera escrito en exclusiva para el propio Eduardo Chillida, de quien, sea dicho de paso, fue amigo. Véase si no lo que argumentaba el filósofo alemán en torno a la verdad y la belleza: "En el arte bello no es bello el arte, sino que se llama así porque crea lo bello. Al contrario, la verdad pertenece a la lógica. Pero la belleza se reserva a la estética".

Las obras del gran escultor fallecido hace un año, mostradas en su globalidad, ofrecen un universo de diamantina poética. Resuena en nuestros ojos un nudo desatado de silencio visual permanente. La belleza de sus obras acrece con el tiempo. Mientras los límites y las semejanzas se dan a la fuga y vuelven, y otra vez escapan y vuelven, nuestro ser permanece atrapado por un placer poco común. Placer que estará fraguado por un juego de vaivenes pendulares entre lo que es el núcleo central y los diversificados puntos excéntricos de cada obra.

Sin duda, la belleza quiere fundirse con lo eterno.

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